Por: Josep Borrell Fontelles, Alto Representante de la Unión Europea por asuntos exteriores y política de seguridad, Vicepresidente de la Comisión Europea
Se cumple un mes de la invasión de Ucrania. Ahora contemplamos las imágenes de los refugiados, cerca ya de 4 millones, y de los ataques indiscriminados contra objetivos civiles. La guerra relámpago de Putin se ha convertido en una carnicería. Las tropas rusas, incapaces de tomar ciudades, las destruyen, como están haciendo con Marioupol, la Aleppo europea.
Ucrania, nos dice Putin, no tiene derecho a existir como nación independiente. Pero esa brutal invasión no afecta solo a los ucranianos. Tampoco solo a los europeos porque estemos más cerca. Afecta a toda la comunidad internacional que en la ONU ha condenado, por dos veces y una amplísima mayoría, la agresión rusa y pide que se detenga la guerra que se estanca
En mi discurso ante el Parlamento Europeo, un día antes del primer voto en las Naciones Unidas, recordé que cuando un potente agresor agrede sin justificación a un vecino mucho más débil que aspira a vivir en libertad, “nadie podía mirar para otro lado”. Y América Latina y el Caribe no miraron para otro lado. Respondieron como ninguna otra región en el mundo. Solo 4 países se abstuvieron y nadie votó en contra. Sí, América Latina y el Caribe estuvieron de nuestro lado. Pero “nuestro lado” no es el “lado europeo”. Esta no es otra guerra entre europeos que suena distante. La región latinoamericana y caribeña estuvo del lado del derecho internacional, de la Carta de las Naciones Unidas, de la soberanía nacional e integridad territorial, y, en definitiva, de los valores que nos unen en la convivencia pacífica y respetuosa.
Ucrania tiene derecho a determinar su propio futuro, asegurar sus propias fronteras internacionalmente reconocidas y comerciar y tratar con quien quiera. Es la misma soberanía que los países de América y el Caribe atesoran con tanto aplomo. Ucrania cae lejos. Pero las implicaciones para todos nosotros, a ambos lados del Atlántico, son las mismas e igualmente profundas. Por eso no nos ha hecho falta preguntar por quién doblan las campanas; sabemos que doblan por nosotros también y por eso ayudamos a Ucrania y sancionamos a Rusia. Y los arrebatos imperiales y beligerantes de Putin, pretendiendo justificar su invasión para “desnazificar” Ucrania no han engañado a una región en la que, desde 1969, el Tratado de Tlatelolco proscribe las armas nucleares.
Esta guerra injustificada ha puesto de acuerdo a los europeos en la necesidad de una Europa geopolítica. De repente, nuestra brújula estratégica, anclada en un pasado que nos había vacunado contra la guerra, se ha recalibrado para hacer frente más y mejor a nuestras responsabilidades. Este despertar nos ayudará a ubicar y valorar mejor a nuestros socios y aliados. En un mundo que pivota hacia el Pacífico, este conflicto nos recuerda la centralidad del Atlántico, el del Norte y el del Sur, y su importancia estratégica para europeos, latinoamericanos y caribeños.
Aunque Ucrania concentra ahora nuestros esfuerzos, es el momento para Europa de proyectar con más fuerza, convencimiento y pragmatismo, su compromiso con el mundo y en especial con nuestros socios de América Latina y el Caribe. No queremos regresar ni a la guerra fría ni a una política de bloques. América Latina promueve una visión pluralista de la comunidad internacional asentada en normas, diálogo, cooperación y resolución pacífica de las disputas. Y la negociación y el diálogo están en la esencia de la Unión Europea. No somos una Unión militar. No estamos en guerra con nadie, pero debemos movilizar todos nuestros recursos económicos y diplomáticos para salvaguardar la seguridad de Europa y encontrar una solución que detenga esa tragedia humana.
Por otra parte, la invasión de Putin ha sacudido la economía global, reduciendo la oferta y elevando los precios de los alimentos, el combustible y los fertilizantes, y aumentando el costo de vida. Estamos ante una nueva crisis emergente y la UE trabajará para mitigar sus efectos y evitar, tras una devastadora pandemia, el empeoramiento del malestar social. Estamos recibiendo millones de refugiados en nuestros países, pero no vamos a olvidar a otros, cercanos como los de Siria, y más lejanos como los 6 millones de venezolanos generosamente acogidos en los países de la región.
Nuestra nueva brújula debe reforzar nuestras relaciones con América Latina y el Caribe a través de una agenda positiva que ponga al ciudadano en el centro de las grandes transformaciones tecnológicas y ambientales, cohesión social, desarrollo verde y sostenible, seguridad ciudadana, fortalecimiento democrático e institucional.
América Latina y el Caribe cuenta con una población joven, nuevos liderazgos políticos, recursos naturales y un gran potencial de integración regional. Nuestra relación se asienta en bases muy sólidas. La UE es el principal inversor directo en la región, con el 55% de la IED en 2019, y el tercer socio comercial. Y se diferencia de otros socios por su compromiso con la sostenibilidad y con estándares sociales y laborales más avanzados.
Queremos fortalecer lazos, no dependencias, en una apuesta pragmática a largo plazo, con un salto cualitativo y proceder con la nueva generación de acuerdos con Chile, México, Mercosur y el Caribe, en cuya materialización sigo empeñado. Necesitamos aumentar intercambios comerciales e inversiones, pero también debemos promover posiciones comunes en el ámbito multilateral. Juntos somos un tercio de las Naciones Unidas. Sí, Ucrania está más cerca de las ciudades europeas que de las latinoamericanas. Pero en este mundo donde la distancia tiene un valor relativo, salvo para ponerse al abrigo de las bombas, lo que ocurra en Ucrania definirá el mundo en el que vamos a vivir todos.