Tegucigalpa – Se llama simplemente Mini Cafetería, pero se le conoce más como las “burritas del parque Herrera” o las “burritas de doña Tina, un sitio donde convergen ciudadanos de todos los estratos sociales, con un solo objetivo, degustar las suculentas y afamadas burritas y los deliciosos panes que desde hace más de cuatro décadas se han convertido en una tradición en la capital hondureña.
-El negocio se fundó en 1973 y desde entonces ha mantenido la calidad y la clientela.
-En ese lugar convergen personas de todos los estratos sociales, sin distingo de raza, religión o posición política.
-Las burritas son tan apetecidas que hay hondureños que viven en Estados Unidos que mandan a traer burritas que son enviadas por vía aérea.
El pequeño local está ubicado a un costado del parque Herrera, en las proximidades del Teatro Nacional Manuel Bonilla y es un punto de encuentro para intelectuales, profesionales, estudiantes, obreros y gente común, quienes llegan ahí para saciar su hambre con una apetitosa burrita.
Este negocio familiar que se ha venido transfiriendo de generación en generación ha sobrevivido a embates de la naturaleza como los huracanes Fifí y el Mitch, pero también al cambio de la cultura gastronómica de los hondureños por la llegada de las franquicias que no ha influido para nada para afectar las ventas que registra cada día esta cafetería.
Una tradición de generaciones

“Ya estamos sobre los 43 años de estar ofreciendo y vendiendo las burritas que son muy apetecidas por los capitalinos y hasta por personas que vienen de afuera de la ciudad e incluso las vendemos en el extranjero también”, apuntó Bayron.
Detalló que el negocio se especializa en las burritas de chicharrón, chorizo con huevo, frijoles con quesillo, carnita desmenuzada, carnita molida y queso kraft, sin faltar, por supuesto, las tortillitas calientitas.
Asimismo, el menú se ajusta a todos los presupuestos, con la venta de panecillos que llevan los mismos ingredientes y que son tostaditos a la plancha.
Reiteró que es un negocio que se va transfiriendo de generación en generación ya que la fundadora fue su abuela y luego estuvieron su padre Renato y su esposa administrándolo por algún tiempo y ahora son los nietos quienes están a cargo, logrando mantener y aumentar la clientela integrada por personas de todo tipo de estatus social y económico y hasta personajes que ahora ocupan altos cargos o que son figuras mediáticas han pasado por ese lugar para deleitarse con una suculenta burrita.
En ese sentido, han sido clientes diputados, académicos, empresarios, periodistas y muchos personajes que han sido clientes por años y que hora ostentan puestos importantes y otros que por sus múltiples ocupaciones, lo que hacen es mandar a comprar religiosamente las burritas. Recalca que hay muchos empleados relacionados a los medios de comunicación que frecuentemente van a comer a ese lugar, desde hace muchos años.
Agrega que incluso hay parejas que ahora están casados que durante su etapa de noviazgo, iban a comprar a ese lugar y ahora llegan un poco mayores y hasta con sus hijos.
Amor, esmero, buen servicio y sabor
Bayron atribuye el éxito del negocio a que hacen las cosas con mucho amor y dedicación, el esmero y empeño en tratar de dar un buen servicio y por supuesto, el sabor y la sazón de las burritas.

Añadió que su abuela, doña Tina, junto a otra señora, todavía se levanta a las 5:00 de la mañana para preparar los ingredientes para preparar la comida.
Señaló que su novia y hermano, Daniel, también ayudan a atender el negocio. Daniel es un abogado que por la mañana prepara y sirve burritas y durante la tarde se dedica a ejercer su profesión.
Es por esa razón que tantos sus padres como su abuela, se han desligado un poco del negocio ya que confían en el trabajo y la atención que brindan sus descendientes que desde muy pequeños están familiarizados con ese local.
Es maravilloso comer ahí

“Siempre que voy al Manuel Bonilla, tengo que irme a comer una burrita, sino no soy feliz ese día, es maravilloso, exquisito realmente comer ahí y doña Tina me contó que desde Estados Unidos le hacen pedidos y las manda por correo aéreo envueltas en papel aluminio; a ella le piden 30 o 40 burritas, familias hondureñas que viven en Miami o Nueva York y las manda”, relató.
Añadió que le parece que es uno de los lugares más ricos para comer en Tegucigalpa y por eso hay que llegar temprano porque a las 12:00 del mediodía ya no hay nada ya que la clientela es abundante.
Budde señaló que este es uno de los pocos negocios de comida criolla que no ha sufrido por la llegada de nuevos competidores porque tiene una clientela bien consolidada, a tal grado que hay personas que van hasta cinco días por semana, incluso hasta los sábados cuando abren hasta el mediodía.
Exquisitez y tradición

Agregó que siempre que le toca ir al centro de la capital, aprovecha para ir a disfrutar de una burrita de 70 lempiras que lleva chicharrón, frijoles con quesillo y chorizo con huevo o carne, lo que hace que sean las mejores burritas que se venden en Tegucigalpa y por eso “las voy a seguir disfrutando hasta que pueda y mi siguiente generación, si todavía va a estar abierto el negocio, voy a traer a mi familia aquí porque venir a esta ciudad y no disfrutar de una burrita del parque herrera, realmente no está en nada”, opinó DJ Bimbo.
Un negocio emblemático de la capital

Destacó que a pesar de haber trascendido generaciones, mantiene la calidad de la comida, que es una de las más típicas del país que se puede encontrar en la capital y principalmente de calidad porque las burritas llevan chicharrón del bueno, diferente al que se vende popularmente que es un pellejero o un mantequero. “Ese es chicharrón genuino, no sé dónde lo hacen o si lo harán ellos, pero la onda es que han mantenido la calidad”, acotó.
Barrios considera que el gobierno debería apoyar ese tipo de negocios, aunque moverlo de ese lugar es complicado porque es parte de la tradición, pero podría contribuir a mejorar el local o darle algún tipo de reconocimiento como ocurre con el New Bar mejor conocido como “Tito Aguacate”.
“No pierde su popularidad a pesar del pasar de las generaciones porque los viejos le vamos enseñando a los jóvenes, mira te voy a llevar a comer a un lugar y les gusta”, comenta Barrios quien recuerda que la primera vez que él llegó era todavía un mozalbete que estudiaba en el Instituto Central y para él era caro comerse la burrita pues costaba cuatro lempiras.