Tegucigalpa, la capital hondureña, fue una de las más golpeadas y más de una década después, la ciudad no se repone; al contrario, su situación se complica.
Treinta minutos de una intensa lluvia, anunciando la entrada del fenómeno natural de “La Niña”, que se caracteriza por excesivas cantidades de agua, fueron suficientes para sacar a flote el dolor oculto de la ciudad.
Deslaves, deslizamientos, muertes y hundimiento, son los problemas de siempre que se agudizan durante cada invierno, y a ello se suma la epidemia de la enfermedad del dengue que concentra casi el cincuenta por ciento de su incidencia en la “culta” Tegucigalpa.
Es irónico pero el llamado “Cerro de Plata” que cautiva a muchos inmigrantes internos que llegan a la ciudad en busca de oportunidades, es también el centro de la élite política y los cabildeos en donde se define el destino de un país, pero a la hora de querer afrontar los problemas de la urbe y la marginalidad, el pedigrí político desaparece.
Pocos hasta ahora se quieren echar al hombro los problemas de la ciudad.
El alcalde, Ricardo Álvarez tiene más de cuatro años de advertir, tocar puertas y presentar todos y cada uno de los escenarios ambientales capitalinos, sin que haya tenido suerte, quizá por aquello de que el medio ambiente no vende y casi nunca es noticia de primera plana, aunque tenga que ver con la vida y la naturaleza misma, última que constituye el principal componente de sobrevivencia.
Viejas advertencias y nuevos riesgos
Después, Tegucigalpa y sus problemas vuelven al olvido y sus amenazas de inseguridad y vulnerabilidad son coyunturales como las promesas políticas. Con sus más de 1,8 millones de habitantes, la capital hondureña se apresta cada cuatro años a vivir la fiebre electorera de la política. Aquí, en sus concentraciones, se ha definido la suerte de muchos ex presidentes hondureños, diputados y alcaldes, pero todo queda en recuerdo. En 1974, cuando el paso del huracán Fifí devastó también el país, ya la llamada zona que comprende el cerro El Berrinche, se advertía como zona de riesgo y que debía ser inhabitable. Entonces, nadie hizo nada y ahora esa vulnerabilidad es tan evidente que en cualquier momento un desenlace, estimado por expertos para dentro de 60 años, puede adelantarse en un mínimo de seis horas de agua continúa afirman los mismos especialistas. Cuando el huracán Mitch, la colonia La Soto sucumbió y fue el preludio de lo que le esperaba a Tegucigalpa, que de la noche a la mañana pasó a convertirse en el centro de estudios de impacto ambiental por su fragilidad y las repercusiones del llamado cambio climático.
La naturaleza siempre se cobra su cauce y ante la deforestación que se ha hecho de la capital para construir villas miserias, la factura a pagar por promover el desorden urbano ahora resulta altamente costosa. |
La demagogia política Los estragos del fin de semana, que cortaron el más importante paso vial del corazón capitalino que conduce hacia el norte del país, son el segundo llamado de alerta que hace la naturaleza. Los derrumbes en los barrios marginales y zonas residenciales eran hasta hoy, “muy lejos” para quienes toman las decisiones políticas y legislativas del país. Quizá ahora que la naturaleza llegó a un punto neurálgico del aparato nervioso de Tegucigalpa, el dolor de las villas miserias no se vuelve tan indiferente. El Poder Ejecutivo anuncia que “analiza” la ayuda de emergencia, qué pobrecita Tegucigalpa, que las instrucciones son prioritarias, pero poco o nada concreto se anuncia en cuanto a recursos para la reconstrucción y los planes de mitigación; esas promesas no fluyen con la celeridad con que se anuncia, desde la prensa, que se perdonará la enésima huelga del magisterio a quienes no les deducirán los salarios caídos; al contrario, se analiza darles bonos de “calidad educativa”. De momento, la reacción más inmediata que aflora es la de las autoridades de la Secretaría de Transporte, Obras Públicas y Vivienda (Soptravi), que cumple la labor para la cual fue creada.
De ahí que no fuera casual que el alcalde capitalino dijera que “está cansado” de tocar puertas e intentar hacer conciencia sobre un problema que no debe tener tintes políticos, sino un matiz de prioridad nacional. Sólo los proyectos de amortiguamiento y mitigación del cerro El Berrinche, una preocupación prioritaria del gobierno local capitalino, requiere de una inyección de 140 millones de lempiras, algo que los miembros de la Comisión de Desastres del Congreso Nacional anunciaron estar dispuesta a “analizar”. Pero, en ese ínterin, “pa`luego es tarde”, señala un refrán. Colonias como la San Martín, El Chile, Camino al Cielo, Villa Unión, los mercados de Comayagüela y otras zonas, son de riesgo extremo según el JICA, cuyos expertos hace dos semanas recomendaron en un recorrido por las zonas de peligro, comenzar a declararlas como inhabitables, pero ¿Dónde meter a esas familias, si no hay plata, ni planes preventivos? Muchas preguntas y pocas respuestas para una ciudad agradecida con sus nativos e inmigrantes, de ahí que valga la pregunta: Tegucigalpa, ¿a quién le importa? |