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Taylor y la administración científica

José S. Azcona

“El remedio para la ineficiencia está en el manejo sistemático, más que en esperar un hombre inusual o extraordinario”.

La publicación de la obra de Frederick Taylor Los Principios de Administración Científica (1911), es considerada un hito importante en la historia del pensamiento aplicado a actividades industriales. En el proceso de concentración y acumulación de capital, tan vívidamente descrito por Marx, intenta sistematizar la eficiencia para bien de todos los actores.

Él busca resolver una contradicción en las posibles mejoras en un sistema de producción. Bajo condiciones normales no es en interés de los trabajadores aumentar la productividad (porque solo sube las expectativas, elimina empleos, y los pone en competencia unos con otros), y la administración no hace un esfuerzo por entrenarlos y equiparlos para que sean mas eficientes (lo considera un esfuerzo que no le dará beneficios).

El sistema da más responsabilidades a ambos sectores, y los define como socios. Al introducir procesos y controles, se determina el ritmo de producción requerido y sostenible. Este va acompañado de instrucción, equipamiento, y asignación idónea a las tareas. Se requiere mucho interés de parte de la empresa en medir y conocer las condiciones de trabajo en detalle de sus trabajadores, y una voluntad de interesarse mucho por ellas.

Dependiendo de la actividad, podía haber un aumento en la productividad hasta un 200%.  Generalmente se asume que las empresas invierten en mejorar productividad para mejorar su rendimiento, sin beneficiar al trabajador o volviéndolo redundante, por lo que estos procesos son resistidos o recibidos con suspicacia. Estas resistencias anulan la posibilidad de lograr ese aumento de producción en la práctica.

Taylor resuelve este problema con la idea de colaboración. A diferencia de un proceso puramente marxiano, este haber no es apropiado totalmente por el capitalista. El beneficio adicional para el empleado es un aumento permanente sustancial de su salario (Taylor lo definía como entre un 60% y 80% arriba del usual para la actividad). 

Al existir este sueldo más elevado, el trabajador se vuelve en socio del proceso de eficiencia, y tiene un estímulo de adoptar nuevas prácticas.

Su teoría fue adoptada sin sesgos ideológicos. Tanto las “brigadas de choque” industriales de la Unión Soviética, y las líneas de ensamblaje de Ford en Estados Unidos, son intentos de aplicación de estas teorías.

El sistema soviético trataba de aumentar la eficiencia del trabajo por medio de la mas precisa planificación, y aplicaba sistemas de incentivos similares (bonos, tareas, etcétera), ya que la relación Estado-trabajador es similar a la relación empleador-trabajador en el sistema capitalista.

En su aplicación, la teoría producía un beneficio social importante. En las fábricas de Ford (desde 1908), el salario era 2 o 3 veces mayor a lo que el mercado daba, y esto permitía a los trabajadores adquirir automóviles. Similarmente, ponía presión a otras empresas de aumentar sus salarios. Esto aumentaba la demanda de la fábrica desarrollando un círculo virtuoso de crecimiento, y lograba construir una sociedad más igualitaria.

Las objeciones al sistema son de generar trabajo repetitivo que, aunque físicamente sostenible, es mentalmente degradante. Esto aplica especialmente en operaciones masivas, con una gran cantidad de personal, donde el trabajo se puede subdividir en pocas tareas que se repiten indefinidamente.  Avances en la tecnología y psicología permiten implementar la sistematización de una manera menos mecánica, y más humana.  Con estas salvedades, está probado que el principio de hacer mejoras en la productividad con mayor participación intelectual de la empresa y con beneficios materiales sólidos para sus colaboradores, es una herramienta de crecimiento equitativo importante. En diferente medida, es aplicable a todos los sectores de la economía. 

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