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Sudáfrica no se cansa de dar gracias a Mandela, el hombre que cambió el país

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Pretoria – Nelson Mandela cumple hoy 25 días de hospitalización, los últimos diez de ellos en estado crítico, pero los sudafricanos no se cansan de mostrar su gratitud al hombre que más hizo para cambiar sus vidas.
 


Nelson Mandela es para los sudafricanos la figura que consiguió una Sudáfrica donde caben ciudadanos de todas las razas.

Sin embargo, saben que Mandela tiene casi 95 años, y que en los últimos seis meses ha sido hospitalizado hasta en cuatro ocasiones.

Por ello, no pierden la ocasión de expresarle aún en vida su admiración y reconocimiento, ya que hasta los más esperanzados -como el propio presidente Jacob Zuma, que sigue confiando públicamente en que sea dado «pronto» de alta- saben que cada día podría ser el último.

«¿Ha salido ya alguien de la familia a recoger las tarjetas?», preguntaba hoy a los periodistas, frente al hospital de Pretoria donde está internado Mandela, un joven de raza negra.

Esperaba que todavía no, y que en las próximas horas, como ha ocurrido en los últimos días, algún pariente cercano del mito saliera a las puertas del centro a recoger mensajes de apoyo para Madiba, como se conoce al expresidente en su país.

Frente al muro exterior del Medi-Clinic Heart Hospital hay flores, globos, muchas fotos del héroe y carteles de carácter político del gubernamental Congreso Nacional Africano (CNA), en cuyas filas combatió al «apartheid» Mandela.

«Le queremos mucho, deseamos que se recupere y sabemos que puede sentir nuestro apoyo», dice a EFE Queen Kganyago, frente a la pared del recinto convertida en mosaico.

Cerca de la puerta, dos hombres venden a unos ocho euros una tela negra, amarilla y verde -los colores del CNA- con el rostro de Mandela estampado, según el estilo clásico en que los líderes africanos, normalmente menos democráticos que Madiba, llevan a la vestimenta de los ciudadanos su culto a la personalidad.

Los religiosos son una de las categorías más habituales entre quienes peregrinan ante el hospital.

Movidos por su fe, los primeros suelen acudir en grupos, y, dirigidos Biblia en mano por el pastor, entonan ante las cámaras de televisión sus himnos al Dios que debe sanar a Madiba.

«¡Te glorificamos, bendecimos tu nombre!», cantaba hoy una delegación cristiana de negros encorbatados, moviendo el cuerpo al ritmo de la música.

Les seguían, con palmas y baile, los policías negros que custodiaban la entrada, ante la mirada impasible del único agente blanco, más discreto.

Otro de los puntos de homenaje al icono de la resistencia al «apartheid» es su mansión en el acomodado barrio de Houghton, en Johannesburgo.

Los vehículos aminoran la marcha al pasar frente a la casa, y escrutan brevemente las cartulinas y piedras de colores llenas de buenos deseos para Madiba.

La caligrafía y el trazo de los dibujos muestra que los han escrito niños, que llegan de la mano de sus padres o abuelos para rendir tributo al principal artífice de la democracia abierta y no racial en la que viven.

«Estamos aquí para decirle algo a Mandela, que se recupere muy rápido», dice abrazada a sus hermanas una niña de la región nororiental de Mpumalanga, que ha venido a Johannesburgo aprovechando las vacaciones escolares del verano austral.

Por la acera de enfrente se acerca a la casa un grupo de niños blancos con sus madres.

«Tenemos mucha suerte de vivir en un país libre, y mis hijos deben estar agradecidos a Mandela por hacerlo posible», explica a EFE una de ellas, Joss Young.

«Es un país completamente distinto del país en el que yo crecí, es un sitio maravilloso ahora, y se debe a gente como él», afirma Young en referencia al que fuera durante décadas enemigo número uno del Gobierno blanco.

Como la mayoría de la gente blanca, Young destaca de Mandela su apuesta inequívoca por la democracia y la reconciliación, que ha permitido a los blancos seguir viviendo libremente en Sudáfrica tras perder el poder.

Para los negros, oprimidos durante siglos de dominación blanca, parece más importante su larga batalla por su emancipación y sus derechos civiles.

«Con su llegada al poder pudimos tener por primera vez dignidad en nuestro propio país», dice a EFE Grace Nkosi, una camarera negra de un bar del norte de Johannesburgo.
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