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Sistema de partidos

Victor Meza

Tegucigalpa. – En los últimos años, en medio de la agonía del viejo y tradicional sistema bipartidista, el mundo de los partidos políticos hondureños ha debido enfrentar cambios y desafíos que advierten sobre la necesidad de su propia modernización, democratización y, por lo mismo, profunda renovación. Algunos son cambios sustanciales, otros apenas si resultan cosméticos y, por supuesto, no faltan aquellos que se implementan para evitar el cambio total. De todo hay en la viña del Señor, dice la sabiduría popular.

El sistema bipartidista, mal que bien, proporcionaba a las élites gobernantes el beneficio de un equilibrio político aceptable, que, a su vez, daba sustento a una alternancia política pactada y a una democracia obediente y, con frecuencia, no deliberante. El golpe de Estado, al margen de la voluntad y los deseos de sus ejecutores y financistas, rompió ese equilibrio estabilizador y desarticuló la concertación de las élites. El golpe promovido por esas élites se volvió contra ellas, cual boomerang fatídico, y las sumió en un caos social y desbalance político. Esta alteración súbita del escenario quedó reflejada en la geografía electoral del país y, claro está, en su sistema de partidos.

Aunque ya existía para entonces (año 2009) un multipartidismo frágil e incipiente – partidos tradicionales, Democracia Cristiana, Partido de Innovación y la Unificación Democrática -, lo cierto es que en realidad se trataba de una simbiosis alegremente aceptada entre el multipartidismo nominal y el bipartidismo real. La fase del post golpe le insufló oxígeno vital al activismo político de la ciudadanía y el sistema de partidos recibió de pronto una oleada de nuevos grupos, ansiosos por ocupar un sitio en el escenario y, si se puede, disfrutar de las ventajas y canonjías que se desprenden de la política tradicional.

La aparición de nuevos partidos elevó a una decena el total de participantes en las elecciones de 2017. Hoy, por los vientos que soplan y las solicitudes que abundan, se habla incluso de 14 actores políticos dispuestos a disputar los cargos públicos en juego durante la elección general en noviembre del próximo año. Ya son muchos los diablos y sigue siendo poca el agua bendita.

Los partidarios de la vieja tradición, renuentes al cambio y a la diversidad, se esfuerzan por revivir el agónico bipartidismo e insuflar nuevos aires a los viejos estilos de hacer política en Honduras. Por ello, no es casual que, a veces, dan la impresión de querer reciclar el bipartidismo tradicional utilizando para ello a los nuevos integrantes del multipartidismo nominal. Instrumentalizando a los nuevos grupos, esperan rehabilitar al binomio tradicional y devolver fuerzas al alicaído sistema de pactos tradicionales y componendas bipartidistas nocivas para la democracia hondureña.

Justo es decir que no todos los integrantes de los dos partidos tradicionales apuestan a este juego neoconservador y retardatario. En las filas liberales hay muchos que están convencidos de la modernidad que requiere su partido y le apuestan a su democratización interna. Seguramente al interior del partido dizque gobernante sucede otro tanto, aunque en menor cuantía.

La presencia del partido LIBRE en el escenario político altera sustancialmente la correlación de fuerzas de las élites políticas e incorpora un elemento novedoso en el sistema de partidos actual: una mezcla abigarrada de liberales migrantes con diversas manifestaciones de la izquierda tradicional, al lado de entusiastas representantes de diferentes movimientos sociales y gremiales. Juntos conforman una mezcla de siglas que, muchas veces, da la impresión de ser una intragable sopa de letras.

No hay duda que la formación de nuevos partidos no es más que la expresión de los derechos políticos de los ciudadanos. La ley los autoriza y protege. Pero no significa que estén a salvo de convertirse, por acción u omisión, en instrumentos dóciles para reciclar el viejo bipartidismo a través del nuevo multipartidismo. En la buena intención suele estar la trampa.

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