Dicen que el sentido común es el menos común de los sentidos. Sin embargo, el presidente de la Cámara de Comercio e Industrias de Cortés, don Eduardo Facussé hijo, ha demostrado estar ampliamente dotado de sentido común. Él ha manifestado que debemos modificar la manera como renovamos la Corte Suprema de Justicia, proponiendo que no renovemos a todos los magistrados simultáneamente, sino que lo hagamos de manera escalonada y paulatina a lo largo de varios años. Algunos hemos venido proponiendo tal idea desde hace algunos años y por tanto celebramos las declaraciones de don Eduardo. Esperemos que el sector privado en pleno apoye esta idea y que luche por su adopción. No será fácil porque el sistema que empleamos actualmente es del agrado de la clase política porque se presta a las negociaciones oscuras que, con desagrado, hemos presenciado recientemente. Pero permítanme explicarme mejor.
Actualmente cada siete años renovamos simultáneamente los 15 magistrados de la Corte. Es evidente que este sistema se presta, es más, exige, que los diferentes partidos políticos comiencen por repartirse el número de magistrados que nombrará cada uno. Luego se procede a una discusión que se centra en vetar los candidatos que proponen los diferentes partidos. Logrado el acuerdo para la repartición y vetados los inaceptables, se procede a la elección de los 15 magistrados. Resulta evidente que en ningún momento se discute la calificación recibida por los candidatos. De hecho, se dice que la persona mejor evaluada por la Junta Nominadora no figuró en ninguna lista de los partidos políticos. Al final lo que se premia es la lealtad y no los méritos de las personas. El sistema que hemos escogido ineludiblemente lleva a desfigurar el proceso de selección para convertirlo en una negociación politiquera donde prevalece la lealtad por sobre la capacidad.
Contrastemos eso con la propuesta, o mi interpretación de la propuesta, de don Eduardo. Supongamos que modificamos el sistema y reducimos el número de magistrados a siete, que sirven por un período de siete años y que se renueva un magistrado cada año. Para completar la idea supongamos también que se eliminan los suplentes, como ocurre, por ejemplo, en Estados Unidos, y que (a diferencia de Estados Unidos, donde sirven de por vida y no están obligados a retirarse al alcanzar cierta edad), que se establece una edad de 75 años para el retiro obligatorio. En esta situación tendríamos que renovar un magistrado anualmente, y por tanto ya no cabría la repartición que ahora presenciamos con disgusto. Por supuesto que los políticos siempre negociarían al final ya que deben ponerse de acuerdo para elegir al nuevo magistrado, pero sería otro tipo de negociación. Tendrían que seleccionar a un candidato de una terna que propondría la Junta Nominadora y eso casi que obligaría a referirse a los méritos de cada candidato. Ya no sería posible reclamar lealtad debido a que ningún candidato podría ser electo por un solo partido (a diferencia del actual mecanismo que permite exigir lealtad a cambio de la inclusión en la lista del partido. Salvo por quienes sean vetados, la inclusión en la lista asegura la elección como magistrado). Piense por un momento, estimada lectora, cómo cambiaría entonces la discusión frente a lo que ahora presenciamos con enfado.
Si me lo permite don Eduardo, me gustaría plantearle otras ideas que, a mi juicio, también son de sentido común. Primero, eliminemos la figura de diputado suplente. Eso no existe en otros países, como Estados Unidos, y no por eso deja de funcionar el Congreso de esos países. Agreguemos a eso que a los diputados se les pagaría por cada sesión del Congreso a la que asistan. y si no asisten no recibirán pago. Si la ausencia es permanente, o si el ausentismo de un diputado supera un cierto límite, se celebraría una elección especial para reemplazar al diputado en cuestión. Piense, estimado lector, que sin diputados suplentes habría sido imposible recurrir al bochornoso mecanismo que el Poder Ejecutivo empleó para nombrar la ilegítima Junta Directiva del Congreso.
No puedo concluir sin agregar la otra reforma necesaria para mejorar nuestra democracia, y que al igual que las otras que ya hemos planteado, es de simple sentido común. A mi juicio, el talón de Aquiles de nuestra democracia es la absoluta falta de representatividad y legitimidad de los diputados. Simplemente representan a los caciques de los partidos, y no a quienes votamos por ellos. La única manera que yo conozco para cambiar esa situación es mediante el uso de circuitos electorales uninominales. De esa manera el diputado estará obligado a representarnos y a rendirnos cuentas ya que si no lo hace no votaríamos por esa persona en las próximas elecciones.
Dejo en el tapete de la discusión estas propuestas que, a mi entender, están fundamentadas en el sentido común desplegado audazmente por don Eduardo Facussé. En resumen, se trata de la renovación escalonada de los magistrados de la Corte Suprema, la eliminación de suplentes en la Corte Suprema y el Congreso, y la elección de diputados mediante el uso de distritos electorales uninominales. Son propuestas sencillas, pero reconozco que el sentido común no abunda en nuestra clase política. Eso implica que nos compete a nosotros, los ciudadanos, abogar por que esas propuestas sean aceptadas y se conviertan en realidad. Comencemos por apoyar la propuesta de don Eduardo. Juntos podemos lograrlo. ¡Adelante!