Por: Luis Cosenza Jiménez
Recientemente he leído que algunas personas proponen que se revalúe el lempira.
Para justificar su posición señalan que hemos acumulado reservas por alrededor del equivalente a casi seis meses de importaciones y que la inflación se sitúa en un nivel moderado. La devaluación, nos dicen, favorecería a los consumidores y además arguyen que la devaluación no conduce al crecimiento de nuestras exportaciones. Para apoyar su tesis, mencionan que a pesar de la devaluación que se ha dado en el lempira, el precio internacional del café ha caído y eso ha disminuido nuestras exportaciones. Pero, ¿será realmente conveniente revaluar el lempira? ¿Qué costo tendría eso y quien lo pagaría? Analicemos la situación y veamos a qué conclusiones podemos llegar.
Recordemos, en primera instancia, que la tasa de cambio del lempira con el dólar es fijada por el Banco Central de Honduras mediante una fórmula que toma en cuenta el nivel de nuestras reservas, así como el diferencial en nuestra tasa de inflación y la de nuestros socios comerciales. Este mecanismo se emplea desde hace ya varias décadas y ha funcionado bastante bien. En particular, al aplicar el mecanismo de manera predecible, se logra transmitir una señal de estabilidad y seriedad en el manejo de nuestra política cambiaria. En este tema, los cambios bruscos e inesperados son causantes de preocupación y alarma. Este no es un tema que pueda manejarse a la ligera, mucho menos basarse en ideas populistas o improvisadas.
Por otro lado, es correcto aseverar que, en términos generales, la devaluación favorece a los exportadores y la revaluación a los importadores. Favorece a los exportadores porque reciben más lempiras por los productos que exportan, aún y cuando los precios internacionales no cambien. Nosotros, al igual que muchos otros países, somos tomadores de precios en el mercado internacional y nuestras exportaciones usualmente no impactan dichos precios. No obstante, una devaluación de un diez por ciento implica que por las mismas exportaciones, el exportador recibirá un diez por ciento más en lempiras. Sus utilidades crecerán por tanto en lempiras. La lógica indica que si a un exportador le mejora su ingreso en lempiras, entonces le convendrá invertir para exportar más, y así crecerán los empleos en el país. Siendo esto así, la lectora podría preguntar por qué no devaluamos más aceleradamente a fin de promover la inversión y la creación de empleo. La respuesta radica en que todos los países también necesitan importar, ningún país es una autarquía, y al devaluar encarecemos las importaciones, lo cual afecta a los consumidores, y recordemos que todos somos consumidores. Se trata, por tanto, de un delicado balance que al final asegure que podremos tratar equitativamente a exportadores e importadores y contar con suficientes reservas para hacer frente a las crisis que podrían presentarse intempestivamente.
Algunas personas han señalado, correctamente, que al revaluar el lempira quienes reciben remesas obtendrían menos lempiras por los dólares que envían sus parientes radicados en Estados Unidos o España. El perspicaz lector, sin embargo, podría argüir que sin embargo esas personas podrán comprar más con sus lempiras ya que los productos importados serían más baratos, lo cual es cierto. No obstante, los productos producidos localmente no serían más baratos, así que al final probablemente quien reciba remesas resulte perjudicado. Por otro lado, los exportadores sufrirían, y no pensemos solamente en los empresarios de la maquila. De hecho las miles de familias que se dedican al rubro del café sufrirían el impacto de la revaluación. Ahora serían afectados tanto por los bajos precios internacionales y por recibir menos lempiras por cada dólar. En estos momentos ese sería un duro golpe para los cafetaleros, al igual que para los palmeros, bananeros, camaroneros, meloneros, entre otros. Es razonable suponer que si el negocio no es rentable, lo abandonarán y eso generará más desempleo, más inseguridad y más migración.
También es menester mencionar que, como se ha dicho, la revaluación vuelve los productos importados más barato, lo cual desincentiva la sustitución de importaciones. Esto a la vez implica menos inversión y menos generación de empleo.
En resumen, la devaluación y la revaluación producen ganadores y perdedores. La revaluación excesiva es perjudicial porque lleva al desempleo y a la pérdida de reservas. Una revaluación excesiva inexorablemente lleva a una devaluación. Por el contrario, una devaluación excesiva lleva al encarecimiento de la vida y a la protesta pública. Nada ganamos si acumulamos exageradamente nuestras reservas mientras nuestra gente, quienes ganan en lempiras, no pueden comprar los productos importados.
Al final, como he mencionado, se trata de un delicado equilibrio que el Banco Central ha manejado prudentemente durante ya varias décadas. Recientemente hemos visto una notable reducción en la tasa de devaluación debido a que el mecanismo que el Banco utiliza indicaba que efectivamente procedía una desaceleración del ritmo de la devaluación. Dejemos que lo que ha funcionado bastante bien a la fecha, siga funcionando. Aboguemos por el fortalecimiento de la independencia del Banco Central y que los nombramientos, tanto de su Presidente y su Directorio, se basen en sus méritos profesionales. Propugnemos porque la política vernácula no afecte al Banco y, sobre todo, luchemos porque el Banco no caiga en manos de populistas.