Retrato de una Distopía

Julio Raudales

Era evidente que las secuelas de la COVID no se limitarían a lo físico. El largo confinamiento al que fueron sometidos los negocios y, en general, la inactividad humana, la carestía, el desasosiego, el dolor por la pérdida de vidas, dejaría un lastre profundo y difícil de borrar.

Los gobiernos hicieron lo que, en aquellos días aciagos, consideraban que era lo correcto, no había tiempo para reflexionar mucho, es cierto. Los resultados fueron dispares. Los alemanes, escandinavos, coreanos, japoneses, taiwaneses y unos pocos más, obresalientes; la inmensa mayoría mostraron una ineptitud supina, en algunos casos como el hondureño, asquerosa.

La mayoría de los sabios de nuestro tiempo, Thomas Friedman, Paul Krugman, Yuval Harari, Vaclav Smil, entre otros, piensan que los gobernantes de las grandes potencias exhibieron lo peor de sí en el manejo de la crisis.

Trump, por ejemplo, tardó una inmensidad en comprender la magnitud de la crisis y cuando por fin se decidió a hacer algo, no le fue difícil convencer a la “Reserva Federal” de que lo que conveniente era imprimir todo el dinero posible para regalarlo a la gente y, de esta forma, mantener contenta a la masa de desocupados y a la vez dar pasos en firme en su carrera reeleccionista. El resultado, una inflación mundial histórica. Su sucesor Biden no ha hecho las cosas mejor.

Xi, el flamante autócrata chino, considerado el principal responsable de la catástrofe global, no solo no alertó al mundo de la germinación del virus, sino que, además, ha cerrado sus fronteras a posteriori, con el fin de que nadie sepa el origen de la pandemia.

Putín por su parte, no esperó la recuperación global y, mostrando el tamaño entero de su desvergüenza, invadió a la vecina Ucrania, sumando tensión a los ya desmigajados esfuerzos del mundo por recuperar lo perdido en la pandemia.

Las tres potencias suman el 45% del PIB global y su accionar sandio, hace que su peste se contagie en un mayor grado de lo que hizo el virus en 2020. Así que no es de extrañar el lastre que ha comenzado a dejar la actuación execrable de sus estultos gobiernos.

Lo avisaron sin mayor detalle los expertos desde el año pasado: el economista jefe del FMI expresó con el lúgubre acento malthusiano que “lo peor está por venir”, también lo auguraron la OCDE y el Foro Económico Mundial en su última reunión de febrero.

Así que no es de extrañar que las noticias de la semana anterior revelen que la tela se rasgó por su lado más fino: la banca. ¡Y como no! Imagínese usted, el incremento abrupto de la tasa de interés mundial propiciado por el intento apurado de contención de la inflación producto de la inundación de efectivo que aplicaran Trump y compañía, provocó una reversión en el diferencial de tasas pasiva y activa, haciendo que los ahorrantes sacaran su dinero por temor a que se generen pérdidas en su patrimonio.

Ya van 6 bancos medianos que se declaran en quiebra y Biden, tan irresponsable como desde el comienzo, anunció que todos los ahorros están garantizados, no importa el monto, comprometiendo aún mas las ya endebles finanzas estatales de su país.

Y a todo esto, ¿Qué estamos haciendo nosotros para evitar que la tormenta mundial termine de hundir a nuestras desvalidas familias? Pues justamente lo contrario a lo que recomienda el buen juicio.

Aumentamos el gasto público de manera irresponsable y lo que es peor, los encargados de las finanzas estatales quieren pasar la factura del desmedido incremento al débil sector productivo. Es cierto que habían prometido en su campaña la ansiada y necesaria reforma fiscal, pero no lo están haciendo de manera inteligente y, de llevar a cabo su propuesta, solo terminarán de hundir a la desforzada productividad del país.

En su ya clásico libro sobre “El malestar en la globalización”, Joseph Stiglitz habla de la necesidad de valorar secuencias y ritmos a la hora de tomar decisiones de política. Las primeras requieren una mente estratégica para entender el momento -por cierto, ¿será conveniente iniciar relaciones diplomáticas con China popular precisamente ahora?, ¿Debemos incrementar el gasto público innecesario a costa de la eliminación de las vilipendiadas exoneraciones justo en el instante en que se vive una crisis mundial de consecuencias imprevisibles? Ojalá y quienes gobiernan sepan leer adecuadamente los tiempos y así evitar la distopía que sus acciones pueden provocar.

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