El COVID-19 ha pintado con brocha gorda, un mundo desarticulado frente al desafío de la pandemia. El consenso que la comunidad internacional aseguró en septiembre de 2015 para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, se fundamentó en la acción de una alianza mundial con la visión global donde nadie debe quedar atrás.
Esta pandemia parece haber transformado la acción concertada en un sálvese quien pueda. Por lo menos en estos primeros meses.
En medio de la incertidumbre inicial, el avance del contagio desató una competencia internacional de parte de cada Estado para aperarse de la limitada disponibilidad de los objetos que pudiesen proteger del COVID-19, así como de los necesarios para su tratamiento.
La Organización Mundial de la Salud, principal actor internacional para coordinar las acciones globales para la salud, se vio limitada en su accionar. Esta organización funciona con un conglomerado de instituciones, de las cuales forma parte, por ejemplo, la Organización Panamericana de la Salud. Es cierto que la OMS ha llevado a cabo su papel con programas exitosos de salud pública, maternidad, nutrición, y con sus campañas para la erradicación, prevención y control de epidemias. Sin embargo, se le conoce por ser lenta en sus decisiones y carente de políticas de comunicación eficientes. Con esta pandemia, fue severamente criticada por la Administración Trump, que calificó su gestión como “mala”. El anuncio del retiro de EUA de la OMS agrava uno de los problemas principales que ya tenía la organización, que es su financiamiento. Evidentemente, sin recursos financieros no se puede esperar eficacia en su funcionamiento. Igualmente, la responsabilidad de la OMS es coordinar y recomendar, no imponer. Al final, es la relativa autonomía de sus distintos sectores administrativos y la voluntad de los Estados miembros, los que inciden en la efectividad de su gestión.
Entrada la pandemia y ante la ausencia de una visón de conjunto internacional para afrontarla, Honduras se vio obligado a participar es esa carrera global para hacerse de las escasas mascarillas, ventiladores y equipo para unidades de cuidados intensivos, suministro de oxígeno, medicinas estratégicas, y hasta adquisición de hospitales equipados. La manera como se hicieron las compras es harina de otro costal.
La pre-compra de vacunas ha sido otro correteo global. Se ha reportado que la Unión Europea ha concluido consultas para adquirir 300 millones de dosis de la farmaceútica Sanofi-GSK. Estados Unidos dedicará US$2.1 millones a Sanofi y GlaxoSmithKline para adquirir 500 millones de dosis. Al parecer Sanofi-GSK tiene un producto superior a Moderna, AstraZéneca, Johnson & Johnson y Novavax, todas compitiendo entre sí. El Instituto Gamaleya en Moscú aparentemente ha concluido pruebas de una vacuna y está presto a su registro e iniciar vacunación en octubre. Tres farmaceúticas/laboratorios en China, CanSino, Sinopharm y Sinovac han anunciado estar en la fase 3 de sus ensayos. Algunas de ellas han anunciado estar en capacidad de distribuir las vacunas a fin de año a nivel global. Por el momento hay otras 25 vacunas en proceso de pruebas, y 139 adicionales que vienen, según la OMS. Por su párte, Honduras ha gestionado con la OMS asegurar su cuota de vacunas por medio de GAVI. Lo que es evidente es que no habrá una sola vacuna ni una sola compañía que pueda, satisfacer la demanda global.
Las pandemias requieren de una respuesta de conjunto, global. Las de mayor descontrol fueron evidentemente las primeras. La Peste de Justiniano casi acaba con el imperio bizantino y la misma bacteria (Yersinia pestis), despertó ochocientos años más tarde bajo el mote de peste negra, diezmando un tercio de la población europea de la Edad Media. Siguió la viruela, infectando y desfigurando a millones de personas en el siglo XVIII. Solo con el desarrollo de una vacuna y con la acción concertada de todos los países del mundo, se logró erradicar en 1980. La gripe española, la gripe asiática (H2N2); la gripe de Hong Kong, y luego el Virus de Inmunodeficiencia Adquirida (VIH) conocida como SIDA, son ejemplos de grandes desafíos donde, al principio, la capacidad de respuesta de la comunidad global es lenta, individualista y descoordinada, para terminar, millones de muertes después, en esfuerzos conjuntos y con vacunas que las controlan.
La comunidad internacional sigue limitada en su capacidad de respuesta rápida a las pandemias, las cuales, con el vertiginoso contacto internacional que permite la tecnología de hoy, se propaga con mayor facilidad y rapidez. Un solo país, por poderoso que sea, no logrará confrontar y erradicar una pandemia. Es responsabilidad de cada Estado promover sus intereses internos, nacionales, de largo plazo, propiciando un ambiente internacional estable, próspero, y saludable del cual depende. Ello implica un multilateralismo fortalecido, habilitado para coordinar esa reacción inicial que tanta falta hizo con el COVID-19.
Es tiempo de volver a practicar los principios del buen entendimiento que se ha venido construyendo a partir de la Carta de San Francisco y actuar como uno frente al desafío de todos. Y a nivel de la región centroamericana, ya es tiempo de dejar de comparar quien tiene más muertos, y compartir más bien las mejores practicas y los buenos resultados para beneficio de los países de la región. Se trata de re-emprender la solidaridad entre los miembros del sistema de integración centroamericana para salir adelante como bloque.
El sálvese quien pueda debe retornar al que nadie debe quedar atrás, por el bien de cada uno y por el bien de todos.