Tegucigalpa (Proceso Digital / Por Joel Perdomo) – Llegó en 1973 al país procedente de Francia para cumplir un año de voluntariado mediante los programas de la Pastoral Social Cáritas de la Iglesia Católica, han pasado 48 años y René Pauck, considera que su misión en Honduras no ha concluido, siente que aún hace falta mucho por hacer en el país que ahora es su hogar.
– Las nuevas generaciones necesitan humildad, trabajo y formación, nunca es tarde para lograrlo.
– Todo lo que el cine muestra es como una herramienta para generar reflexión y progreso en las sociedades.
En una amplia plática con Proceso Digital, Pauck retrocedió en el tiempo donde decidió abrir el baúl de los recuerdos, para contar cómo siendo un niño de apenas 5 años sobrevivió a la guerra de Argelia, recordó la triste separación de sus padres, también conversó sobre su pasión por el cine, el teatro y su eterno amor por Francia y en especial por Honduras.
Una visita eterna y sin final
Honduras fue quizá el accidente más significativo que le pudo haber ocurrido en la vida a René Pauck, quien es considerado el francés más hondureño de todos los tiempos; lleva 48 años viviendo en la nación que le abrió las puertas cuando solo tenía 32 años, desde entonces brilla no solo como cineasta sino también como ciudadano solidario, humanista, padre y esposo.
Llegó cuando la industria del cine estaba dando sus primeros pasos en el país y se quedó aquí sin saber que era para poder hacerla crecer, dijo que no era ese el objetivo de su visita, pero admite que en su vocación como documentalista, tiene que ver mucho con la situación de Honduras, donde existe tanto potencial, “identificar eso, es lo que nos hace ver como pioneros del cine, pero no es así”, dijo.
Nunca se imaginó que llegaría para quedarse, que además con el paso del tiempo, quiere continuar su peregrinación en el país que considera suyo, hoy su vida tiene más sentido porque tiene una familia que le inspira a siempre hacer las cosas bien.
Alma y vida para Honduras y la UNAH
El reconocido cineasta llegó como voluntario en la década de los 70s para apoyar programas de la Iglesia Católica.
Relató que su infancia no fue fácil, su adolescencia mucho menos, pero que, pese a las pruebas de la vida, supo valorar cada episodio de su existencia como una oportunidad para crecer; estudió bachillerato y desde los 8 años se declaró amante del cine, a los 16 años compró su primera cámara de grabación que fue donada para el museo cine de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH).
Es actualmente el director de la Cinemateca Universitaria “Enrique Ponce Garay” de la UNAH, donde trabaja desde la época de los 80. Su amplio recorrido en el mundo del cine le hace conocer como la palma de mano esta industria, sabe sus fortalezas como de sus debilidades y el desarrollo que la misma ha tenido a lo largo del tiempo en Honduras.
“Cuando vine, prácticamente no existía la cinematografía, tampoco vine por ese motivo, pero sabiendo de la afinidad y pasión que sentía por la industria, sentí que desde mis conocimientos yo tenía algo que aportar y así fue, en el tiempo gané mucha experiencia que me fue formando como persona y como documentalista”, dijo.
Mis nietos y bisnietos sabrán porque me quedé
René junto otros cineastas en la presentación de uno de su más representativos documentales, Maíz, Copal y Candela
René no olvida que inició haciendo cine aficionado, en ese entonces en formato 9.5 mm, un formato de bajo nivel, pero muy utilizado para la época, donde se hacía cine “con las uñas”, con lo que se podía y tenía, ahora se tienen nuevas herramientas de las que se pueden sacar mucho provecho de parte de las nuevas generaciones.
El reconocido cineasta, es de los que cree que la vejez, sólo es una cifra, considera que aún con 80 años de peregrinar por el mundo tiene todavía mucho trabajo por hacer, que no piensa rendirse ante la era de la digitalización por ser adulto y que su deseo sigue siendo servir desde cualquier trinchera a Honduras, la que considera su patria y su hogar.
Con orgullo cuenta como gran parte de su tiempo lo ocupa para digitalizar muchos de sus proyectos documentales y cinematográficos, porque sería imposible que las nuevas generaciones de su familia vean todo el trabajo que ha venido haciendo desde su llegada a Honduras “tengo mucho material en MP4, mis nietos y bisnietos, podrán verlos y se darán cuenta del porque me quedé”.
Se fue, pero regresó para quedarse
Su voluntariado comenzó para la Iglesia Católica y se expandió hacia la industria del cine en Honduras.
Inició trabajando con la Iglesia Católica, introdujo equipos, sofisticados en esa época, ahora son reliquias – recuerda René y agrega que-, en su momento sirvieron para hacer material cinematográfico, como durante el del Huracán Fifí en 1974, entre otros sucesos que marcaron la vida de muchos hondureños.
A su llegada a Honduras, no hablaba el español, pero lo aprendió en un año, luego regresó a Canadá para presentar un proyecto internacional financiado por Caritas, pero decidió regresar a Honduras y desde entonces jamás volvió a irse. En los 80, durante la guerra fría, salió del país porque se sintió perseguido por quienes no aceptaban sus documentales.
René es un hombre que sabe adaptarse a las circunstancias, vivió en Argelia, Canadá y ahora en Honduras, de cada país valoró sus cosas positivas, difícilmente no se estaciona en las dificultades y en las críticas, ya que su misión donde quiera que él vaya, es aportar para que haya desarrollo, cambio y transformación de las sociedades.
Sus mejores documentales
Se enamoró de Honduras, su naturaleza, su gastronomía y sus paisajes; pero quien verdaderamente le robó el corazón es su esposa Olga, a quien cariñosamente llama “Olguita”, y la describe como una mujer inteligente, creativa, solidaria y sobre todo humana, ella es una de las fundadoras del Instituto Psicopedagógico Juana Leclerc para niños con capacidades especiales.
En su trayectoria creó más de 300 documentales, considera que todos son un éxito, pero que las obras “Maíz, Copal y Candela” y “Hasta que el Teatro nos Hizo Ver”, marcan el antes y después de su carrera como documentalista: También comenta que “No hay Tierra Sin Dueño”, “Alto Riesgo”, “El Tata Lempira”, entre otros, fueron proyectos que le hicieron crecer no solo como profesional sino como persona.
Se declaró amante de las buenas causas, la solidaridad y la justicia social; recordó con cariño a sus compañeros de aventuras, Jorge Federico Travieso, antropólogo; el lingüista Atanasio Herranz, Mario López, Vilma Martínez y Napoleón Martínez, con quienes descubrió que los sueños sí pueden hacerse realidad “sin ellos muchas cosas no se habrían logrado”, dijo.
Honduras un país de oportunidades
Reconoció que cuando su querida “Olguita” se cruzó en su camino, comenzó una nueva etapa en su vida, ya que estaba joven y en el mejor momento de su vida, donde sentía inquietud, deseos de hacer nuevas cosas bien y esa acuciosidad lo llevó a meterse de lleno en la realidad del país, hizo de Honduras su hogar y su campo de acción.
“Tenemos un país hermoso, su gente es maravillosa, aquí hay una ventana de oportunidades, claro, no podemos olvidar que políticamente es un pueblo muy mal dirigido, pero quienes soñamos con un futuro mejor, no nos podemos quedar en la crítica de brazos cruzados, estamos llamados a hacer algo y eso está en nuestras manos”, reflexionó.
Su escuela fue el terreno, el campo de acción. Los años 80, fueron la mejor etapa de su vida porque ahí es donde comenzó a tomar decisiones que le marcaron y aunque no todas fueron acertadas, ninguna de ellas lo llevó al precipicio o al fracaso.
El cine necesita disciplina, amor y pasión
Su trabajo ha estado centrado en documentales de tierra adentro, con los pueblos originarios –indígenas- y mestizos, y recuerda que algunos de esos grupos ya eran comunidades muy golpeadas por las precarias realidades; por ello se declara un cineasta y un documentalista social y no de ficción.
“Siempre he creído que no quiero hacer otra cosa más que trabajar aquí con mis proyectos en Honduras y en la UNAH”, acotó
Pauck no emprendió su viaje para ser un cineasta, pero le tocó trabajar y fortalecer esa industria y eso porque reconoce que Honduras se lo permite; que su inspiración siempre fueron los jóvenes, porque para hacer crecer el cine se necesita de juventud, pero de esa adolescencia que sabe escuchar que tiene metas y sueños por cumplir, porque todo es posible en la medida que hay disciplina, amor y pasión para hacer las cosas.
Hay mucho por hacer en Honduras
El proyecto de la cinemateca, siegue siendo un sueño para el cineasta y documentalista francés.
“En Francia estaría en un establecimiento de ancianos con personas de mi edad o arriba de los 80 años, esperando para morir, mientras que en Honduras no, aquí aún soy útil, tengo proyectos y hasta una plaza de docente en una de las mejores universidades del país y sigo soñando con la cinemateca en la UNAH, sigo creyendo que es posible”, añadió.
¿Si le tocara hacer un documental de Honduras de que lo haría?, le consultó Proceso Digital – y Rene Puck dijo que “es una pregunta difícil porque Honduras no es para un documental, sino para una serie, sobre los pueblos originarios, las luchas políticas, la cultura, Islas de la Bahía, la Biosfera del Río Plátano, los jóvenes, los cineastas y otros temas, si me tocara creo que no me ajustaría el tiempo, hay tanto que se puede hacer, tienen montañas, ríos, mares que otros países envidian…”
Prosiguió luego de una pausa, – “pensándolo bien, me concentraría en la defensa del medio ambiente, pero no de una manera romántica, sino como ven los pueblos esta situación de la deforestación, que es lo que tienen que hacer, proponer y como los gobiernos pueden ser justos, serios y respetuosos con la naturaleza, creo que necesito 2 mil años más para hacer esto y más, mucho más, en un país tan maravilloso”.
Admira a las nuevas generaciones del cine
René a la edad de 10 años cuando hizo la primera comunión en la Iglesia Católica en su natal Francia.
Vive desde hace 30 años en la colonia Victo Ardón, al oriente de la capital Tegucigalpa, ahí en su vivienda tiene un estudio donde prepara al menos cinco documentales pequeños dedicados al bicentenario de la independencia de Honduras, “para dar conocer historias que no se saben, he buscados a los mejores historiadores para construirlos, siento que será un buen trabajo, estoy poniendo todo mi empeño ahí”.
Mostró su eterno agradecimiento con la exrectora de la UNAH, Julieta Castellanos, -quien siempre ha sido aficionada del cine-, y que le dio la confianza y la oportunidad de crear el Centro de Arte y Cultura (CAC) en 2014; Esto después de fracasar con el gobierno en el intento de montar una cinemateca.
Aplaudió la dedicación de los cineastas hondureños Sami Kaffati y Fossi Bendeck, a quienes consideró dos pioneros importantes de cine en el país. Se declaró admirador del cineasta Nolban Medrano, Hispano Durón y Francisco Andino; aplaudió las nuevas generaciones como Boris Lara, Laura Bermúdez, Francisco Estrada, Darwin Mendoza y Ana Martin.
No extraño Francia aquí lo tengo todo
El cineasta valora el hecho de que a sus 80 años tiene una plaza de docencia, “para mí es como un regalo, creo que el cine va mejorando, pero hay que seguir trabajando para que haya más resultados, hay muchos huecos aún, pero los mismos se llenan con esfuerzo, dedicación y pasión”.
Sin embargo, recomendó a las nuevas generaciones no centrarse en ganar premios, sino merecer el respeto por su trabajo, paciencia, humildad y la visión de siempre prepararse, porque es la única forma en que ese puede avanzar “a mí me ha costado, pero nunca es tarde para aprender algo nuevo cada día, ganar es solo el inicio de la formación”.
“Soy francés hasta las uñas, hasta el último pelito que me queda, uno jamás debe perder su identidad, admito que mi identidad no sería nada si no tuviera en mi vida a Honduras, no extraño Francia, mi país ahora es Honduras porque me ha dado todo, pero cuando voy allá, soy feliz siempre, hay cosas que queremos volver a ver o simplemente disfrutar”.
Honduras nunca me ha herido
Desde que llegó a Honduras, se dedicó a ser feliz, a descubrir las maravillas y lo positivo del país centroamericano.
Goza comer frijoles recién cocidos, acompañados de mantequilla, tortillas frescas y un buen café; aunque además le encanta las sopas, el mondongo entre otras ofertas gastronómicas; ama a Honduras como a nadie más, “y que dure todo lo que tenga que durar, este es un país que nunca me ha herido, sino por el contrario me dio una nueva vida”.
El cine es la imagen de un país por eso es por lo que se tienen que ofrecer historias cinematográficas que se acerquen a la realidad, y que sean dedicadas a la denuncia; contenidos para que las personas conozcan su realidad y como poderla superar; para que sientan a través de un documental que es un espacio para reflexionar sobre ese contexto.
Finalmente dijo que la llegada de la pandemia del COVID-19 no afectó a la industria de cine, sino al contrario, le dio un espacio para meditar de como poder utilizar mejor las herramientas digitales de hoy en día, entendiendo que, si el cineasta sobrevive a la pandemia, también lo hará el cine. Y los que quieran entrar a este mundo, tengan paciencia, fórmense, no compitan y tengan pasión. JP