El estado es como las lombrices de tierra, no nos gustan pero no las matamos porque sabemos que son útiles, o al menos podrían serlo. Thomas Hobbes, el sabio inglés de los albores del iluminismo, le bautizó con un eufemismo insuperable: Leviatán, el famoso monstruo marino de la mitología bíblica, que echaba fuego destructor por el hocico y que resultaba invencible para los minúsculos marienros a quienes le toca enfrentar.
El filósofo británico hace en su libro, algunas suposiciones básicas sobre la naturaleza humana y sostuvo que en cualquier interacción social los conflictos son endémicos: “Si dos hombres cualesquiera desean la misma cosa, que, sin embargo, no pueden ambos ganar, devienen enemigos y… se esfuerzan mutuamente por destruirse o subyugarse”. Es decir, un mundo en donde no existiera una forma inteligente de resolver estos conflictos sería completamente inhabitable para la especie humana. Ese es, de acuerdo con la lógica hobbiana, la razón de existir del estado.
Llegados a este punto y aceptando que necesitamos del Leviatán para asegurar la paz y el bienestar, vale la pena hacernos dos preguntas: ¿Debemos darle libertad total o es mejor amarrarlo? Y por otro lado, ¿Cuánto de nuestros propios recursos gastamos para asegurar que el tal monstruo no termine quebrándonos?
Ambas interrogantes tienen respuestas claras. El modelo de organización republicana que campea desde hace un par de siglos en occidente (y ahora también en una buena parte del oriente del planeta), ha establecido una serie de equilibrios que permiten a la sociedad mantener atado al monstruo-estado, para evitar que termine devorando a sus amos.
Lo otro, lo económico, se resuelve también con “amarres”. El problema es que en ambos casos, una ciudadanía cándida y poco organizada como la hondureña, termina por ser víctima de esa fiera que instauró para que le protegiera.
Eso es lo que ya muchas y muchos han empezado a notar en el devenir de los meses, luego de la fiesta esperanzadora de las elecciones del pasado noviembre. Basta un mínimo de perspicacia para sospechar que algo no muy claro y menos inteligente se gesta en las entrañas del Leviatán. Echemos un vistazo.
De acuerdo a las cifras de la SEFIN, el 17 de junio, se habían recaudado aproximadamente unos 61 mil millones de lempiras en concepto de tributos, es decir, unos 9 mil millones mas que el año pasado. Por el lado del gasto, la cosa fue al revés: para esa misma fecha, en 2021 ya se habían ejecutado unos 62 mil millones de lempiras, mientras que en este año ese mismo el gasto ha caído en 10 mil millones.
En resumen, para el 17 de junio, se recaudó mas y se gastó menos. La pregunta obligada es entonces: ¿Por qué si tenemos superavit primario, el gobierno ha tomado ya tres prestanmos del Banco Central por la bicoca de 44 mil millones de lempiras?
Pero lo mas dramático es que tanto escuelas como hospitales y centros de salud continúan exhibiendo enormes deficiencias en la prestación de sus servicios. Los maestros reclaman materiales apropiados, infraestructura consecuente ¡En fin! mejores condiciones para el retorno a la presencialidad; las enfermeras y médicos suman su clamor al del ministro de salud, pidiendo medicamentos y recursos para la atención de los enfermos en un país que desfallece debido a la enorme cantidad de epidemias y endemias.
Entonces: ¿Para qué queríamos tanto dinero? Un decreto de emergencia, tres préstamos al BCH, un presupuesto 25% mas grande que los anteriores y tan solo van seis meses. Parece que estamos llegando, en efecto, al proceso que los economistas llaman “dominancia fiscal”.
Es comprensible que en un primer año de gobierno y considerando el caos en que gobiernó el Partido Nacional durante 12 años, las cosas no puedan arrancar tan rápido. Pero no se entiende la conducta de la autoridad fiscal, que recauda mas -seguramente porque la actividad económica continua boyante, además del impuesto inflación- y que además pide préstamos inflacionarios al Banco Central, sin que esto sirva para acelerar la inversión, tan necesaria para auxiliar a tantas personas necesitadas.
Hay que reconocer los esfuerzos que se hacen en ciertos temas como el manejo energético y la recuperación del agro, pero en lo demás, parecemos caminar a la orilla de la corniza sin advertir el peligro de que este Leviatán nos empuje al precipicio. Mayor vigilancia ciudadana es la respuesta, pero también mas conciencia de que no se puede jugar con fuego. Pongámosle arnés al mounstro y también un bozal o moriremos todos.