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Política exterior independiente

José S. Azcona

“No tenemos aliados eternos, ni enemigos eternos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y es nuestro deber seguirlos”.  (Lord Palmerston, 1848).

¿Qué conceptos deben guiar la política exterior de nuestro país?  Esta pregunta poco se hace, ya que a veces se ven las relaciones internacionales desde el punto de vista de buscar dádivas, o de adversar o favorecer regímenes según nuestra inclinación política. 

La política exterior es más compleja que eso, y necesitamos considerar muchos aspectos que influyen en ella.

Cuando Richard Nixon fue a China en 1972, transformándolo de enemigo a aliado de Estados Unidos, estaba pensando en ese interés. Cuando Anuar Sadat y Menachem Begin firmaron la paz entre Egipto e Israel en 1977 lo estaban pensando igual. La pacificación de Centroamérica a finales de los 1980’s solo fue posible cuando enemigos ideológicos cedieron y aceptaron la buena fe de sus adversarios. Así, la historia abunda de acciones provechosas para la paz (y el interés nacional) producto de pensar independientemente.

Por tanto, el primer criterio es considerar cuál es este interés nacional. Por sobre todas las cosas, este debe ser la paz.  Tal como Kemal Ataturk, padre de la República de Turquía, definía su relación con el mundo (después de una terrible derrota que pudo haber llamado a la venganza): “Paz en casa, Paz en el mundo”. 

Nosotros no ganamos nada en intervenir en los asuntos internos de otros estados, cuando estas intervenciones tienen un carácter faccioso. Nuestro compromiso debe ser con la justicia, tolerancia y democracia, valores que aspiramos se arraiguen en nuestro país y se fortalezcan universalmente.

El prestigio de Estado se construye por medio de la independencia. Entregar la autonomía en la decisión de las posiciones tiende a ser contraproducente. Tuvo muchos más logros para Francia el General De Gaulle (tanto en la Segunda Guerra Mundial, como durante su mandato presidencial) manteniendo su dignidad, que siendo obsequioso. 

Pierre Trudeau dejó la tradicional deferencia en su vecino y en su madre patria, y le dio a Canadá una proyección internacional considerable. El Mariscal Tito se declaró independiente de la hegemonía Soviética (sin dejar su ideología) y logró dar mucho prestigio a Yugoslavia.

Honduras, por condiciones geográficas, económicas, y culturales, tiene un interés en común con los Estados Unidos. Cualquier política exterior tendría que ser definida basada en esta relación, aunque esta fuera adversa. La experiencia (nuestra y de otros) indica que se logran mejores resultados si, reconociendo esta realidad, se mantiene la dignidad e interés nacionales en mente.

El país que logra más respeto y resultados en la región es Costa Rica, manteniendo una alianza informada y respetuosa con Estados Unidos, nunca perdiendo de vista sus propios intereses.  Como la legitimidad democrática de ese Estado es indiscutida, puede dirigir sus recursos diplomáticos en cuidar el bien nacional.

Para lograr esto es necesario que el gobierno de turno no necesite buscar su legitimidad interior en actores externos, aunque puede construir un prestigio con logros en política exterior. La legitimidad debe buscarse únicamente dentro del país, ya que cualquier validación externa forzosamente tendrá un costo que será pagado por toda la colectividad. Esto equivale sacrificar un interés común por uno particular.

Las ideologías tienen su lugar en la toma de decisiones, pero no sirven de guía infalible para juzgar lo que ocurre en el mundo. Ejemplos abundan de acciones reprobables y encomiables hechas bajo la sombra o justificación de bloques o facciones. Reconocer que la realidad no corresponde a modelos tan simples es útil.

La discusión de política exterior es demasiado importante para dejarla al azar, o rendir nuestros criterios a fórmulas o mandatos externos.  Un debate informado y un gobierno que hable en nombre de una mayoría sustancial de la población son necesarios para construir la política exterior que queremos.

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