La política exterior de la nueva administración de Estados Unidos de América, de confirmarse oficialmente la clara tendencia de los resultados actuales, tendrá el desafío del legado de “América Primero”. Esa tésis, de “buscar mi beneficio, sin importar los demás” suplantó la visión de contribuir a afianzar un entorno global habilitante para la paz, seguridad y desarrollo humano.
Para los países de relativo desarrollo, el debilitamiento del andamiaje internacional es motivo de preocupación. En esa institucionalidad global hacen nido los principios y valores que se han venido consolidando desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La lista de objetivos del sistema de Naciones Unidas comienza con evitar otra conflagración mundial, y pasa por los derechos humanos, cambio climático, migración, terrorismo, corrupción, y la promoción de la salud universal, entre otros temas vitales para el mundo.
El interés para un país como Honduras en el sistema institucional internacional es innegable. Ahí se ventila la paz y la seguridad internacionales, así como la asistencia para el desarrollo de la cual todavía dependemos. Se trata de contar con un orden donde impere el Estado de Derecho internacional y no la ley del más fuerte. Donde el dialogo y la cooperación promuevan los intereses colectivos de la comunidad internacional, y no únicamente los de un país en particular. Donde tengamos una voz, a la par de otros, en el abordaje de los retos mundiales que nos afectan por igual. Donde tengamos visibilidad, dignidad y un marco seguro para nuestros derechos soberanos.
El relevo en la administración de los Estados Unidos trae consigo nuevas oportunidades. Las ventajas que se pueden dar en el plano internacional son claras: propiciar un ambiente global de paz y estabilidad, donde la visión de responsabilidad compartida de todos permita avanzar, con recursos suficientes, en el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles definidos hace cinco años, y de los cuales se derivarían beneficios extraordinarios para nuestro país y para todos en general.
También habría un cambio de timón en esa relación bilateral mono-cromática que ha existido desde hace varias décadas con nuestra región, excepto por la coloratura que el propio Vicepresidente Biden le dio con sus frecuentes visitas a Centroamérica en la década pasada. Nuestra región, y en particular el triangulo norte, formaron parte de las prioridades de las relaciones internacionales que la Administración Obama comenzaba a perfilar, gracias al interés y comprensión del hoy presidente electo Biden. El entendió lo trascendental que resulta la estabilidad en estos tres países en función de temas como la seguridad y la migración.
Con la nueva administración, que llega con la necesidad de visibilizar una política exterior más proactiva, seguramente se le dará nuevo brillo a las ideas y objetivos que se visualizaron en la iniciativa de la Alianza para la Prosperidad del Triangulo Norte, con la cual el presidente electo Biden está familiarizado. Esta iniciativa podría contribuir a desarrollar la infraestructura logística necesaria para nuestro desarrollo social y económico, promover la seguridad ciudadana, el control del crimen organizado y la narcoactividad. La cooperación adquiere un mayor sentido de urgencia dada la situación calamitosa que ha agudizado la pandemia y el paso de la depresión tropical ETA. Los beneficios comunes serían contundentes: desarrollo económico y social, reducción del tránsito de drogas, promoción de la gobernanza y una mayor estabilidad en la región que, entre otras consecuencias, desaliente la emigración.
Es importante entonces reflexionar en lo que debemos hacer como Nación para aprovechar esta oportunidad. Es aquí cuando, actuando como hondureños, sector privado, sociedad civil y gobierno, podemos ofrecer un espacio habilitador para que esa iniciativa prospere. Entre otras cosas, se podría fortalecer la transparencia y confrontar la corrupción de lleno, así como superar la agenda negativa de reclamos insolutos de inversionistas extranjeros. Ello sería la mejor señal para la promoción de inversión que podría venir con una nueva política exterior de Estados Unidos.
Este mundo frágil e incierto está actualmente condicionado por dos factores: el COVID-19 y el trastoque del orden internacional. Habrá que aprender a convivir con el primero, la pandemia, aún con la vacuna en mano. La tarea es procurar ese balance crítico entre el bienestar social y la actividad económica. El segundo factor se relaciona con el trastorno del orden internacional, el que se ha visto acelerado con el retiro de los Estados Unidos del liderazgo mundial por iniciativa de la administración saliente. El nuevo gobierno norteamericano tiene una buena tarea por delante, con la gran ventaja de que el presidente electo es una persona de relaciones personales, de empatía, de valores morales y consciente del papel que su país está llamado a desempeñar en el concierto internacional.
En cuanto a nuestro futuro con Estados Unidos, conviene recordar que el Presidente electo nos conoce. Sabe de nuestras condiciones sociales y económicas, de las causas del flujo del narco tráfico por nuestra región, y de los factores disparadores de la migración. Confiamos en que su compás moral y su visión pragmática, orientará la política exterior hacia nuevas formas de cooperación con Honduras y nuestro vecindario, en beneficio de todos.