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Peligrosos autócratas

Luis Cosenza Jiménez

Recientemente tomó posesión como presidente de Venezuela el autócrata o, mejor dicho, dictador, Nicolás Maduro, y en unos días tomará posesión el autócrata con ínfulas de dictador, Donald Trump. 

El primero es conocido por haber destruido su país, por haber propiciado la masiva migración de sus compatriotas y por haberse robado las elecciones celebradas en Venezuela el año pasado.  Don Donald es conocido por haber tratado de cambiar el resultado de las elecciones celebradas en su país hace cuatro años.

Ambos personajes son conocidos también por la sarta de tonterías, por no decir estupideces, que propagan casi cotidianamente.  Los personajes son parecidos, al menos en cuanto a su amor por la autocracia y por los disparates que profieren, pero a la vez son diferentes.  Maduro dice ser un hombre de izquierda, mientras que Trump es de derecha.  En el tablero internacional, Maduro es irrelevante, mientras que Trump es poderoso.

Mientras Maduro puede matarnos de aburrimiento con sus kilométricos e insulsos discursos, Trump tiene a su mando las quizás más poderosas fuerzas armadas del planeta.  Ambos personajes son impetuosos e imprudentes y no sería raro que, más temprano que tarde, terminen enfrentados.

Uno de ellos es todavía controlado por las fuertes instituciones con que cuenta su país, mientras que el otro destruyó toda la institucionalidad y tiene el absoluto control de la pobre Venezuela.  ¿Qué nos depara el futuro?  Analicemos un poco más la situación para que cada uno llegue a sus propias conclusiones.

Para don Donald, la prioridad es el cumplimiento de las promesas de campaña que se centran en la seguridad nacional, que se traduce en el control de las fronteras de su país, en la deportación masiva de migrantes indocumentados y en la adquisición de territorios estratégicos, así como las relaciones comerciales con el resto del mundo que se manifiesta en los aranceles que pretende imponer. 

La situación de Venezuela, de momento, es absolutamente irrelevante para don Donald. No es un paladín de la democracia y la libertad.  Como lo manifiesta reiteradamente, lo que busca es restaurar la antigua grandeza de Estados Unidos, olvidando que ello se debió al aporte de la democracia y la libertad al resto del mundo y a la demostración de las bondades de un gobierno del pueblo y para el pueblo. 

Trump entiende que las instituciones de su país no le permitirán perpetuarse en el poder. Tendrá cuatro años más, y luego a la llanura.  Luego vendrá otro mandatario que, con un poco de suerte, será sensato y pragmático.

Para don Nicolás, la prioridad es mantenerse en el poder.  Entiende muy bien que al dejar el poder irá al exilio, y nadie ve a Moscú como el exilio “dorado”, o a la cárcel o al cementerio.  Maduro es prisionero de las circunstancias que él mismo ha creado.  No tiene alternativa. Sabe que debe continuamente culpar a Estados Unidos de todos los males que afectan a Venezuela y entiende que en nuestros países la unión nacional y el apoyo de los gobernantes se fortalece recurriendo a amenazas extranjeras a la soberanía nacional.

Por eso, en Venezuela se anuncia cada semana un nuevo intento de invadir el país, por minúsculos grupos de mercenarios supuestamente financiados por Estados Unidos o por Europa.  Mientras que para Trump Maduro es insignificante e irrelevante, para Maduro Trump es imprescindible. Maduro sueña con que el presidente de Estados Unidos lo tome en serio y que lo invite a negociar directamente con él.  Sueña con que lo traten como si su presidencia fuera legítima, cosa que no ha ocurrido, ni ocurrirá.

Maduro está frente a una difícil situación.  Por un lado, necesita contar con un amenazante Estados Unidos ya que eso le permitirá justificar todos los males que sufre Venezuela, y además le sirve para alimentar el patriotismo, por no decir fanatismo, de algunas personas que firmemente creen que Estados Unidos está a punto de invadirlos para quedarse con su petróleo. 

A la vez debe moverse cuidadosamente para evitar justificar una invasión.  Por eso no se atreve a invadir los territorios en disputa con Guyana, ni a tomar medidas frente a lo que Maduro considera como un despojo de bienes venezolanos, como ser el caso de Citgo y la imposibilidad de usar los recursos que Venezuela tiene depositados en el Reino Unido.  Debe actuar con mucho cuidado, cosa que le resulta sumamente difícil dado su temperamento y educación.

El manejo de esta difícil situación pondrá a prueba el talento de la pandilla que gobierna a Venezuela.  Seguramente entienden las consecuencias de un conflicto armado con Estados Unidos que probablemente terminaría en cuestión de días. Recordemos cuanto tiempo duró el conflicto con Sadam Hussein, quien supuestamente contaba con unas fuerzas armadas de primer nivel.  También saben que sus colaboradores internacionales, los regímenes dictatoriales de Rusia, Irán, Cuba y Nicaragua poco o nada podrán hacer por ellos. 

Véase, sino que Rusia no ha podido doblegar a Ucrania en casi tres años y el revés sufrido por Rusia e Irán en Siria, Líbano y Gaza. Para Maduro lo mejor que podría sucederle es que todo continúe tal y como está y que el próximo presidente de Estados Unidos erróneamente piense que ya es hora de superar el diferendo a fin de terminar con el sufrimiento del pueblo venezolano.  No obstante, tal y como ocurrió cuando Obama buscó relajar las relaciones con Cuba, se darán cuenta que las sanciones impuestas resultan, no de la decisión de un presidente, sino que de la determinación de los ciudadanos de Estados Unidos. 

Así que de cometer un error don Nicolás sufrirá la misma suerte que Noriega en Panamá, o si actúa con tino y prudencia logrará que don Donald lo ignore. En este caso, el gran perdedor será el pueblo venezolano. Nosotros seremos espectadores y veremos los toros desde la barrera.  Lo único que podemos hacer es exigir a nuestro gobierno que no haga el ridículo apoyando a un régimen ilegítimo y dictatorial y que es rechazado por casi todos los países del Continente, incluidos los regímenes izquierdistas de Colombia y Brasil. Ojalá que nuestros gobernantes opten por una política exterior basada en el respeto a la democracia, la libertad y el respeto a los derechos humanos y no por la simple coincidencia ideológica.

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