El argumento, “este cuerpo es mío y puedo hacer con él lo que me plazca”, no está sujeto a discusión. El asunto es que un producto vivo dentro de un cuerpo, es precisamente, otro cuerpo.
Cuando se trata del propio organismo y la persona se encuentra frente a una enfermedad invasiva, como gangrena, cáncer, etc. es necesario mutilar o extirpar para proteger el resto del cuerpo del individuo: su vida. En el caso de las etapas de desarrollo del feto y del embarazo, pueden surgir complicaciones que obliguen a decidir detener el proceso para la protección de la vida de cualquiera de ellos.
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, existen 20 métodos anticonceptivos de los cuales dos son para los hombres. En los países en desarrollo, se calcula que unos 214 millones de mujeres en edad de tener hijos desean posponer o detener la procreación.
En seres vivos como vacas, caballos y ovejas, se dan abortos espontáneos provocados por enfermedades o inducidos para proteger la vida de la hembra madre.
Cuando la defensa a favor o en contra del aborto se extiende a argumentos más allá de las razones terapéuticas, la discusión incursiona territorios que tienen connotaciones políticas, religiosas y de naturaleza muy distinta al respeto de la vida humana.
Extinguir la existencia de un ser humano en cualquier momento a partir de la fecundación hasta la mayor longevidad que pueda alcanzarse no puede calificarse de otra manera que un hecho criminal, consistente en truncar la existencia.
Es fácil determinar el doble estándar de los abortistas, si se pudiera viajar al pasado cuando estuvieron en el vientre de su madre, cuál será su respuesta hoy ante el escenario hipotético de que su progenitora hubiera considerado el aborto de una manera tan natural y determinada como ellas lo están abordando ahora respecto a personas vulnerables que ni siquiera conocen.
El mejor paisaje de la creación, es el humano. Extinguirlo por capricho es eliminar la inteligencia, la belleza y la calidad de humanos que impedimos nacer y nunca conoceremos.