El Día Mundial de la Alimentación de este año rinde homenaje a uno de los recursos más preciados del planeta: el agua. Resulta esencial para la vida en la tierra. Cubre la mayor parte de la superficie del planeta, constituye más del 50 % de nuestros cuerpos, nos ayuda a alimentarnos, apoya los medios de vida y es fundamental para cumplir la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Entonces, ¿cómo debemos abordar el complejo reto de proteger nuestros recursos de agua dulce y los sistemas alimentarios acuáticos de la contaminación y los efectos de la crisis climática, garantizando al mismo tiempo que las personas tengan igualdad de acceso al agua?
Dado que cerca del 70 % del agua dulce se destina a la agricultura, la tarea más crucial es cambiar la forma en que producimos nuestros alimentos, fibras y otros productos agrícolas. Es también aquí donde la inacción tendrá las consecuencias más graves.
El agua dulce no es infinita y tenemos que dejar de dar por supuesto que lo es.
Pensemos que, en las dos últimas décadas, cada uno de los habitantes de la Tierra ha perdido aproximadamente una quinta parte del agua dulce de que disponía. Para algunos, la realidad es mucho peor. En algunas regiones, de hecho, se trata ya casi de un tercio.
A menos que actuemos con urgencia, vamos camino de aumentar nuestro consumo de agua a nivel mundial en más de un tercio para 2050, dada la creciente población de nuestro planeta. Esto significa que, colectivamente, corremos el riesgo de llegar a un punto sin retorno.
El rápido crecimiento demográfico, la urbanización, la industrialización, el desarrollo económico y la crisis climática han hecho mella en nuestros recursos hídricos. Todo ello, combinado con la contaminación del agua, la extracción excesiva y la falta de una gestión coordinada, ha creado una compleja mezcla de retos superpuestos.
El aumento de los fenómenos meteorológicos extremos, la sequía y las inundaciones están ejerciendo presión sobre nuestros ecosistemas, con consecuencias nefastas para la seguridad alimentaria mundial. Los pequeños agricultores, en especial los pobres, las mujeres, los jóvenes, los pueblos indígenas, los migrantes y los refugiados, resultan los más vulnerables.
Abordar un reto complejo
En el centro de la búsqueda de un equilibrio para hacer frente a estos retos combinados debe estar el garantizar agua suficiente para la agricultura, conciliando al mismo tiempo las necesidades hídricas de otras actividades económicas que compiten entre sí, en especial a medida que se acelera la urbanización.
La buena gobernanza es crucial para la asignación sostenible y equitativa del agua, a través de un enfoque integrado e inclusivo en el que intervengan todas las partes. La gobernanza y la tenencia del agua, su tarificación, la normativa y los incentivos son necesarios para impulsar el cambio y garantizar un acceso equitativo a unos recursos hídricos limpios e inocuos.
Necesitamos aplicar una gestión integrada de los recursos hídricos a través del desarrollo y la ordenación coordinados del agua, la tierra y los recursos relacionados para maximizar el bienestar humano, sin comprometer la sostenibilidad de ecosistemas vitales. Para ello necesitamos diseños tanto nacionales como regionales.
La inversión en prácticas innovadoras y eficaces de gestión de los recursos hídricos es vital, incluidas las tecnologías modernas de riego y almacenamiento y las soluciones basadas en la ciencia para hacer frente a la escasez de agua y controlar las inundaciones, de modo que estemos construyendo una sociedad que ahorre agua y sea resiliente, incluso mediante una gestión más eficaz del nexo entre agua, alimentos y energía.
Actuar sobre el terreno
Podemos trabajar y estamos trabajando para que estas cosas sucedan.
Por ejemplo, en el Sahel, la FAO ofrece oportunidades de mecanización a los agricultores para mejorar su infraestructura hídrica y apoya a las mujeres rurales y a sus hogares para que tengan acceso al agua.
A nivel mundial, las tierras de regadío producen el 40 % de los alimentos a partir del 20 % de las tierras cultivables, pero sigue existiendo un potencial sin explotar.
Para ayudar a aprovecharlo, la FAO está desarrollando una metodología para cartografiar las necesidades y posibilidades del riego a nivel mundial, y estamos deseando trabajar con los países para aplicarla.
Los mecanismos de financiación y las inversiones adecuadas, en la escala correcta y a gran escala, son fundamentales para construir y mantener infraestructuras que requieren grandes inversiones de capital.
Las soluciones basadas en la resiliencia son fundamentales. Dar prioridad a las infraestructuras verdes y azules para promover la agricultura y la pesca, respectivamente, puede mejorar la calidad del agua, mantener la biodiversidad y proporcionar otros beneficios a los sistemas agroalimentarios y las zonas rurales.
En Sri Lanka y Zambia, por ejemplo, la FAO está ensayando arrozales multifuncionales para la cría de peces y camarones, además de la producción de arroz. Estas infraestructuras de valor añadido generan beneficios al recargar las aguas subterráneas, controlar las inundaciones y proporcionar servicios ecosistémicos. Todos los actores deben participar
Podemos y debemos hacer más, juntos, y todos los actores deben hacer sus aportaciones, distintas pero interrelacionadas.
Los gobiernos deben diseñar políticas basadas en la ciencia y en datos objetivos que aprovechen los datos y la innovación, y coordinar los distintos sectores para planificar y gestionar mejor el agua. El agua, la energía y los alimentos están inextricablemente unidos y, para que las políticas tengan éxito, es importante que gestionen intereses que a menudo compiten entre sí, sin poner en peligro la salud de nuestros ecosistemas.
Nuestros agricultores deben convertirse en agentes de la gestión de los recursos hídricos y contar con las herramientas adecuadas para desempeñar esa función de forma sostenible. Los agricultores, las personas que dependen de los bosques, los ganaderos y quienes trabajan en la economía azul en la pesca y la acuicultura ya gestionan el agua a diario. Apoyarles y alentarles para que asuman el liderazgo en la búsqueda y aplicación de soluciones para el agua es lo más obvio e inteligente que se puede hacer.
Las empresas deben convertirse en administradoras del agua. Eso significa asumir compromisos concretos para mejorar la eficiencia en su uso y reducir la contaminación en toda la cadena de suministro. Esto no solo beneficia a la naturaleza y a la sociedad, sino también a las propias empresas. Tomarse en serio la gobernanza del agua puede mejorar su reputación y sus beneficios y ayudarles a evitar los riesgos que la escasez de agua, las inundaciones y la contaminación podrían suponer para sus operaciones en el futuro.
Permítanme subrayar una vez más que todos debemos dejar de presuponer que el agua estará ahí siempre. Tomar decisiones informadas sobre los productos que compramos, desperdiciar menos agua y prevenir el riesgo de inundaciones y la contaminación son formas sencillas de que todo el mundo contribuya con medidas positivas en favor de un futuro próspero para las personas y el planeta. Son fundamentales para lograr lo que en la FAO denominamos las cuatro mejoras: una producción, una nutrición, un medio ambiente y una vida mejores, a fin de no dejar a nadie atrás.