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Mario, mi maestro de quinto grado

Por Armando Euceda

Quizás la memoria me sea infiel, sobre todo en los detalles, al recordar a Mario, mi maestro de quinto grado.

En todo caso, la memoria de aquellos que fuimos sus alumnos recuerda a este maestro como un hombre capaz, dedicado, responsable, qué siempre supo lo que era educar a sus alumnos con ternura.

Mi maestro de quinto grado ejerció la docencia con pasión hasta el último día de su vida. El profesor Mario organizaba la banda musical y las actividades deportivas, participaba con entusiasmo en las actividades de las fiestas patrias, nos apoyaba constantemente en la realización de los tradicionales trabajos manuales; era jovial y alegre con sus alumnos y, a su vez, serio y severo cuando de establecer disciplina en la clase se trataba. Sin embargo, al momento de sancionarnos nunca nos agredió físicamente. No escondía su desagrado cuando le faltamos a la hora de entrega de tareas, pero era inmensamente feliz y complaciente cuando sus alumnos cumplíamos con los deberes asignados.

Mario, en general, era un excelente maestro de educación primaria; sin embargo, enseñando matemáticas era excepcional. Fue él quien despertó en mí el interés por el estudio las matemáticas y las ciencias naturales. Aún conservo fresco en mi memoria la pasión docente que ponía -mi joven profesor de quinto grado- al darnos la clase de matemáticas. Revisaba los cuadernos de tareas con gran seriedad y responsabilidad, a tal grado que sembró en nosotros, sus alumnos, la idea de que lo que hacíamos era extremadamente importante. Pasión, paciencia, responsabilidad y sabiduría se mezclaban en el trabajo educativo de este maestro.

El día que celebramos en el aula la fiesta de clausura de labores en quinto grado, Mario -que por el resto de sus días fue mi profesor y amigo- me regaló dos cosas: un libro, “la conquista de los Incas”, que fue mi primer libro, aún lo conservo; y un consejo: “Armando, tu familia es muy pobre, vos sos un niño muy pobre, solamente vas a poder ayudar a tu madre si estudias mucho toda tu vida; tienes que leer, leer mucho, todos los días de tu vida. Si sigues este consejo, un día llegarás a ser matemático o ingeniero”.

Como todo ser humano, mi maestro de quinto grado tenía virtudes y defectos. Con los años, paulatinamente, fue creciendo su dependencia por el alcohol, hasta que este vicio incidió dramáticamente en su vida. A quienes fuimos sus alumnos nos daba un gran pesar el saber que una persona tan valiosa, con tanto potencial e iniciativa, podía un día llegar a desperdiciarse por efectos del alcoholismo. Una vez más, Mario mostró su fortaleza de carácter y logró, gracias a la ayuda de sus amigos en alcohólicos anónimos, alejarse de manera total y definitiva de este vicio mortal. Por esa fortaleza de carácter, por esa lección adicional, nunca hemos dejado de admirarlo.

Con seguridad, amigo lector, usted tiene en su memoria su propio profesor Mario o su propia  maestra María a quien en este mes de la patria recuerda con satisfacción. Usted y yo, que soñamos con una Honduras cada vez mejor, tenemos la esperanza que existe hoy en día en cada rincón de nuestra patria, un maestro Mario una maestra María que, con enorme ternura y dedicación, hacen el más humano de los esfuerzos para que sus pupilos recuerden un día a la escuela, por humilde que esta sea, como un hermoso palacio donde estaban escritos “todos los pequeños tratados de las grandes virtudes”.

Publicado originalmente (hace 16 años) en Diario La Prensa el jueves 21 de septiembre del 2000.  Más de Armando Euceda. Aquí…

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