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Los Pliegos, las revoluciones y el espíritu de Morazán

Roberto Flores Bermúdez
Ex canciller

Tres siglos de explotación económica colonial rindieron, como una de sus contribuciones a la infraestructura centroamericana, unas rústicas y montañosas rutas de mulas. Por lo menos, como señala Marcos Carías, “en el trajinado camino del tránsito, por el istmo de Panamá lucían su briosa estampa las mulas hondureñas criadas en Pespire” (De la Patria del Criollo a la Patria Compartida). A través de esos caminos, se sendereaba el tabaco, café, cacao, añil y metales preciosos hacia los embarcaderos para su transporte “más allá del atlante azulado”. Como trasfondo internacional, la era del vapor y del ferrocarril abría las economías europeas al comercio y la inversión y se propagaba hacia el nuevo continente, principalmente Estados Unidos.

De aquellos momentos en que Centroamérica buscaba definir su soberanía, hasta el presente, el mundo se transformó. Después de dos guerras mundiales y tres revoluciones tecnológicas más, se estableció un nuevo orden mundial y renovados paradigmas tecno-económicos. El transporte marítimo, las redes ferroviarias transcontinentales, el telégrafo y teléfono, así como los sistemas eléctricos en red, dieron lugar a nuevos sistemas productivos en masa y de comunicación global. La era de la información y las telecomunicaciones trajo al mundo la dimensión digital de hoy.

Centroamérica también se ha transformado. Con las reformas liberales a partir de 1870, se adecuaron los derechos de propiedad y los derechos laborales a la nueva realidad, con su consecuente efecto en la productividad y el comercio. En el istmo, se ampliaron las rutas de migración y comercio aprovechando la geografía de Nicaragua y de Panamá. Las condiciones tecnológicas y organizativas globales de principios del siglo XX, permitieron la masiva producción bananera, la cual se sumó al café como principales rubros de exportación. Hacia fines de la década de los 1950, bajo la égida de las Naciones Unidas y sus comisiones regionales, la comunidad internacional experimentó con bloques de integración económica. Bajo ese ímpetu internacional y con el ideal de la unión centroamericana como telón de fondo, se inició el proceso de la integración regional que hoy se conoce con las siglas SICA.

Ahora bien, en toda evolución se dan recaídas. En la arena internacional, las negociaciones de la Ronda Uruguay (1986-1994) procuraban favorecer una economía eficiente en el comercio internacional asegurando flujos comerciales predecibles y con la mayor libertad posible. Sobre la base de esas ideas se fundó de la Organización Internacional del Comercio (OMC) en 1995. Paradójicamente, la OMC tiene actualmente como detractores, a algunos gobiernos de países desarrollados que habían promovido la Ronda Uruguay, pero que hoy pregonan el proteccionismo, originado en un nacionalismo mal entendido y, en algunos casos, utilizando el comercio como un negocio político.

Centroamérica por su parte, aún padece de dolencias crónicas de su más temprana edad. La patología de la integración regional incluye la desconfianza en el vecino, desigualdades de gobernanza, diferencias ideológicas, asimetrías en crecimiento económico y distintos niveles de participación internacional. Estos elementos perturban el avance de la integración en el istmo. No obstante, prevalecen los intereses que solo la acción colectiva puede lograr. Uno de esos casos es el de la infraestructura. La interconexión eléctrica integra a seis sistemas eléctricos y crea un único mercado energético que, además, se enchufa a los sistemas de México, Colombia y Colombia. El desarrollo de la red vial centroamericana forma parte de la “Política Marco Regional de Movilidad y Logística de Centroamérica”, adoptada en 2017. Como dijo el Secretario General del Sistema de Integración Económica Centroamericana, esta decisión “marcó el génesis de la ruta al desarrollo de una infraestructura integral para la región”.

Es evidente que con estos esfuerzos poco a poco nos vamos alejando de aquellos momentos de las recuas decimonónicas, aunque todavía vigentes en zonas remotas de nuestro paisaje rural.

Por siglo y medio Honduras ha soñado con el camino férreo interoceánico, trayendo su cuota de pesadillas como fue el “escándalo del ferrocarril” de fines del Siglo XIX. Hoy, el proyecto tiene mejores visos de fructificar. El Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE) realiza un estudio de factibilidad para una red ferroviaria de dos tramos: del Golfo de Fonseca a Puerto Castilla y del mismo golfo a Puerto Cortés. El BCIE también trabaja en estudios de factibilidad para trenes de carga en El Salvador, Guatemala y Costa Rica, así como una red ferroviaria regional. Estos caminos de hierro van de la mano con otros proyectos de infraestructura regional como el transporte de gas, ampliación de la infraestructura vial y generación de energía. En adición, con la inserción de las iniciativas nacionales de infraestructura logística, en una amplia visión regional, Centroamérica contaría con una extensa y envidiable plataforma logística geoestratégica para la inversión y el comercio internacional.

En este Siglo XXI se ha comprobado que las bases del desarrollo económico son el cambio tecnológico y la innovación. A los 199 años de la llegada de los Pliegos de Independencia, Centroamérica está dejando atrás los pliegues de indiferencia, al retomar la integración regional con imaginación y nuevo brillo. La permanente reinvención de nuestra unión facilitará la participación de Centroamérica en los beneficios de las revoluciones tecnológicas presentes y por venir.

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