Conocí a Paul Romer en 2001 en Boston. La USAID me becó para recibir un curso de Políticas Macroeconómicas en la “Kennedy School of Goverment” de la Universidad de Harvard. El módulo que impartió el entonces joven profesor, a la larga ganador del Premio Nobel de Economía, fue el de Crecimiento Económico.
Desde la primera vez que le escuché hablar me pareció un tipo extraordinario. Fuerte crítico de las posturas neoclásicas que nos enseñan en las aulas, sus conferencias fueron siempre muy iconoclastas; concebía al crecimiento económico, como producto del orden institucional, mas allá de la simple evolución del capital, trabajo y tecnología que, clásicos y keynesianos abrazan con tanta vehemencia.
A mi me gustó mucho esa explicación, me parecía mas plausible que las enseñanzas de la tradición, porque explica de forma mas clara por qué a ciertos países pequeñitos y sin recursos, como Suiza, Uruguay o Costa Rica, les va tan bien.
Una década después, mientras me desempeñaba como secretario de planificación, me volví a topar con él. Vino a Honduras invitado por el gobierno de entonces, ya que el presidente y sus más cercanos colaboradores estaban obnubilados por su mas novísima tesis: el desarrollo económico mediante las “Charter Cities” o “Ciudades Modelo”.
Lo invité a comer a mi oficina y conversamos sobre su proyecto y también sobre el de nuestro país: “El Plan de Nación”. Le dije que encontraba muchas similitudes entre ambas visiones y era verdad: El concepto de “ordenamiento territorial” en el cual se basaba nuestro plan, calzaba perfectamente con los principios éticos de su teoría.
Me dijo extrañado, que ninguno de los ministros o funcionarios con los que había hablado hasta entonces, le había comentado sobre la existencia del Plan de Nación. A mi no me extrañó: Ya empezaba a sospechar que ni al presidente, ni a ninguno de sus adláteres les importaba ordenar al país, primaba únicamente el deseo de hacer negocios, como ha sucedido siempre con quien gobierne, sea civil o militar.
De esa conversación con el profesor Romer emergieron dos convicciones: La primera es que nadie en el país entendía el verdadero sentido de su proyecto. Segundo, estaba seguro de que el académico norteamericano saldría corriendo del país, cuando comprendiera las intenciones de quienes promovían la iniciativa.
El espíritu que guía a las “Ciudades con Estatuto” es el mismo que movió a los emprendedores, creativos y pensadores de finales del la Edad Media. Las viejas instituciones del régimen feudal no estaban diseñadas para que ellos desarrollaran el enorme potencial creativo que generaron inventos como la imprenta o la maquina a vapor.
Había que establecer nuevas reglas, que se adaptaran a una realidad tecnológica distinta, pero el orden social -o superestructura, para usar el término marxista-, no estaba dispuesto a tolerar un cambio en el estado de las cosas, por ello, la gente comenzó a buscar espacios solitarios y comenzó a establecerse en ellos. Estos espacios se llamaban “Burgos” o ciudades.
Fue así como nació una nueva forma de producción basada en la libertad de mercado, el espíritu emprendedor y la igualdad de derechos y garantías de la gente. Nadie debería ser considerado superior debido al crisol de su cuna o a sus creencias religiosas; el único mérito debe ser el tesón en el trabajo y la creatividad.
De ahí en adelante, la pobreza, las enfermedades y la violencia se redujeron en el mundo a proporciones inimaginables hasta entonces. Como diría muchos años después Karl Popper: “Con todo y los desafíos que aun quedan en el mundo, nunca el ser humano había gozado de tanto bienestar como ahora”
Pero en Honduras se dedicaron a hacer changoneta. Aprobaron una ley, no para generar espacios territoriales de libertad, sino para expropiar a mansalva la propiedad común o privada con fines crematísticos, dejando garífunas, lencas o isleños sin patrimonio.
¿Quién dice que las ZEDES -así llamaron al engendro- debían ser territorios ocupados? Los antiguos fundadores de burgos en Europa buscaron “tierras de nadie”, por eso florecieron, nadie les podía reclamar nada. Pero aquí la idea es robar amparados en la ley. No se puede permitir tal atropello.
Lo que la población de Roatán está denunciando, no es mas que la prueba de que no nos interesa el verdadero desarrollo y nuestras élites piensan únicamente en sus mezquindades. La población debe saber distinguir el trigo de la paja y defender, no solo sus derechos ancestrales, sino el efectivo camino hacia el desarrollo sostenible.