Tegucigalpa, Honduras. El fenómeno legislativo no ha cambiado, ni en acciones ni en narrativa. No se le está sacando provecho a la cuna de la democracia, pese a la riqueza pluralista heredada de las pasadas elecciones.
¿Se han obtenido los resultados esperados en el Congreso Nacional más democrático y pluralista de la historia de Honduras?
Al cierre de la primera legislatura -y ya más que avanzada la segunda- ¿hemos visto cambios en la dinámica legislativa o presenciado consensos, debates de altura, aprobación de leyes que beneficien a la mayoría y garanticen la protección social y económica que como madres y padres de la patria están llamados a darnos?
Más bancadas (y mini bancadas), más ideas e ideologías, más compromisos, una mejor cuota de género, todo esto debió darnos más esperanzas. Pero no ha sido así. Lo que hay es menos debate, menos propuestas, menos conocimiento de la técnica parlamentaria que arrastra a la sociedad sobre si son o no constitucionales las acciones emprendidas desde el Congreso o su Junta Directiva. ¿A quién creerle? ¿Al espíritu del legislador que se interpreta de mil y una maneras distintas? No nos hagan caer en su “trampa magna”. No legislen si rumbo, bajo la ceguera de la ignorancia.
Eso sin mencionar el ámbito administrativo, en donde se carece de transparencia. No hay respuestas favorables a las solicitudes de información (que, en teoría, debería ser pública) y predomina una actitud arisca ante la veeduría ciudadana.
Seguimos con las mediáticas, pero para nada mediadoras insurrecciones legislativas. Es hora de sentarse, pero no solo en los curules. Dialogar, conversar, teniendo a Honduras en primer lugar, defendiendo los intereses del pueblo, pensando en su futuro político, bajo las luces que nos deben dar quienes son llamados honorables; séanlo en su comportamiento, acciones y en la digna manera de legislar para el pueblo, que es la esencia de su trabajo. Honorables diputados y diputadas, ustedes son profesionales del derecho, medicina, economía, ingeniería, comunicaciones, financistas, académicos, y otras áreas, esa variedad de formaciones nos deberían orientar hacia un mejor rumbo; empiecen a darnos cátedras legislativas, despierten en la población el deseo de volver a querer ser congresistas, no por las prebendas y prerrogativas, sino porque desde allí se impulsan los cambios, transmítannos el orgullo por la función parlamentaria, hágannos saber que esos tres días a la semana verdaderamente valen la pena, y que de martes a jueves, los episodios de esta novela legislativa no terminen en conflicto y diatribas improductivas, velen por cada hondureño y hondureña que a diario se pregunta ¿hacia dónde vamos? Quizá, aún no sea tarde. Sean mejores, para que Honduras sea mejor.