Jerusalén – Hovannes Ugurgel es turco, cristiano ortodoxo y vive en Jerusalén desde hace seis años. Como cada Semana Santa, este decano no se pierde la ceremonia del Fuego Sagrado en el Santo Sepulcro, la «luz milagrosa» que sale de la tumba de Jesús y que ahora, con la guerra en Gaza, tiene menos visitantes: «Ya es suficiente, solo queremos paz», afirma.
Cada Sábado Santo, la iglesia más santa del cristianismo acoge una ceremonia que congrega a miles en torno al Edículo, el habitáculo que alberga la tumba vacía de Jesús ubicado bajo la imponente cúpula del Santo Sepulcro, a sólo unos metros del Gólgota, donde fue crucificado.
De allí, el patriarca griego ortodoxo, Teófilo III, sacó este sábado una vez más los velones prendidos de un fuego «espontáneo» que surge de la tumba y alimenta luego cientos de velas más llevadas por los fieles.
Horas antes de que el patriarca llegara al Edículo para una ceremonia que se remonta a los primeros años del cristianismo, Ugurgel esperaba junto a una columna a los diferentes grupos cristianos, que rodean por orden la tumba abriéndose paso a empujones entre fuertes medidas de seguridad.
«Deseo a todo el mundo solo paz, ya es suficiente, solo queremos paz. Hoy vamos a rezar por la paz entre países, pueblos y naciones», decía entre las 2.750 personas que han podido acceder este año al templo, fruto de los cálculos de un experto en seguridad elegido por los líderes religiosos, para evitar que las cientos de llamas encendidas prendan más allá de la cera.
«Un nuevo comienzo»
Dean Elsdunne, portavoz de la Policía israelí, encargada este sábado de la seguridad en la Ciudad Vieja, afirma que se han desplegado cientos de agentes para garantizar una jornada sin incidentes para «amigos cristianos, visitantes y fieles».
«Al final estamos en tiempos de guerra y la seguridad es un asunto primordial”, resume el policía, que advierte de la peligrosidad de una ceremonia con «grandes velas encendidas en una zona estrecha».
En el templo, convertido toda la mañana en un ir y venir de congregaciones invitadas por las propias iglesias (para entrar es necesario ir en grupo y estar acreditado con un brazalete), se entremezclan cristianos de Cisjordania, Rumanía, Ucrania o Georgia, que buscan todos llevarse consigo velas otrora encendidas con el fuego «milagroso».
Andrea Borlaco, rumana, está entre ellos y tiene en la mochila siete ramilletes de velas preparadas, que una vez prenda con el fuego y apague luego, repartirá de vuelta a Bucarest entre familia y amigos.
«Cuando tienes fe, la guerra no es tan problemática, espero que haya mucha gente», dice a EFE antes de meterse en la iglesia para ver un fuego símbolo de «esperanza, de un nuevo comienzo».
Con tambores y panderetas, los palestinos cristianos son los que llevan más ruido y alegría al Edículo. Sus palmas y cánticos rompen cada tanto el murmullo de la espera en el templo, que abrió sus puertas tres horas antes de que el patriarca accediera para invocar el fuego.
Como Gala Twemeh, que vive en la cercana Belén y a sus 18 años asiste por primera vez al Fuego Sagrado, conseguido el necesario permiso de Israel para viajar cada Semana Santa a Jerusalén desde Cisjordania ocupada. Este año, se han concedido 7.000 a los 50.000 cristianos que hay en el territorio palestino. «Rezo por la paz», dice Gala.
Paz también para Ucrania
De un país en guerra a otro, la ucraniana Ludmila Lugovetz decidió cumplir este año un sueño y viajar a Jerusalén. En Kiev, afirma, la vida es «muy dura», y reza por que «acabe la guerra».
«Creo que la gente de Ucrania y de Israel están en la misma situación. Entendemos a la gente de Israel. Rezamos por Israel y la gente de Israel, por Ucrania, y esperamos tener paz», dice a EFE.
Compatriota suya y en su mismo grupo de peregrinos, Yrina Komanco, que vive en Italia, aún no ha despertado de ese sueño: «Siempre la he visto (la ceremonia) en la televisión y pensaba: ‘quizás algún día iré’. Y ha llegado ese día».
Las horas de espera de Hovannes, Andrea, Gala, Ludmila e Yrina llegan a su fin cinco minutos pasadas a las dos de la tarde, cuando aparece el patriarca caminando hacia el Edículo por un pasillo estrecho con vallas a cada lado. Se dirige a la tumba vacía de Jesús a invocar el fuego.
Media hora después, las luces de la iglesia se apagan y se escucha un clamor: el fuego está a punto de salir. Al cabo de un minuto, un religioso aparece con dos grandes velorios y la llama ya arde en decenas de velas, expandiéndose de unas a otras bajo a atenta mirada de los bomberos israelíes.
A partir de ese momento, los fieles sonríen junto al fuego, se lo pasan por la cara, rezan, posan para las cámaras y se hacen fotos en los rincones del Santo Sepulcro, hasta que, pasada media hora, los bomberos empiezan a apagarlas.
En una de las capillas aparece entonces Ludmila, sonriente y con una vela apagada en la mano.
– ¿Cómo te sientes?
– Estoy muy feliz, creo que este será un año muy bueno para mi y para Ucrania. JS