Del culto a la refundación al derrumbe por servilismo

Cuando cayó el general Trujillo en República Dominicana, el país no celebró de inmediato. La gente miraba con desconfianza, como quien no sabe si el monstruo ha muerto o sólo se ha cambiado de máscara. Algo parecido ocurre hoy con la debacle de LIBRE en Honduras: no es solo la derrota electoral lo que importa, sino la decadencia moral que la precede.
El partido que emergió del trauma del golpe de Estado —ese que prometía romper con la vieja política, barrer la corrupción, y devolverle el país al pueblo— ha terminado devorado por los mismos demonios que juró exorcizar. Lo más patético no es el colapso, sino la escena que lo acompaña: funcionarios aferrados a sus cargos, militantes que repiten consignas vacías, y una ciudadanía que ha dejado de escuchar.
En LIBRE, el poder no se compartió: se adoró. Mel Zelaya, el líder eterno, pasó de ser un símbolo de resistencia a convertirse en el eje de una estructura piramidal, donde la lealtad al jefe pesaba más que la coherencia ideológica. Como Trujillo, no necesitó reprimir demasiado: bastó con que todos supieran dónde estaba el límite de lo decible, lo criticable, lo posible. Los funcionarios de LIBRE aprendieron pronto que la supervivencia política se compraba con silencio. Y así, como en todo régimen que se pudre desde dentro, la lealtad desplazó a la capacidad, y el servilismo se volvió moneda corriente. Mientras tanto, los cuadros del partido —aquellos que venían de luchas comunitarias, de movimientos sociales, de las bases— fueron marginados, reemplazados por tecnócratas sin raíces o por operadores sin escrúpulos. La refundación se volvió letra muerta. El poder, una costumbre. La militancia, una molestia.
Nada de esto es nuevo en la historia latinoamericana. Las revoluciones suelen devorarse a sí mismas cuando el líder deja de ser un medio y se vuelve un fin. Cuando gobernar se convierte en administrar el culto a su figura. Cuando el miedo a hablar sustituye al debate, y la crítica es vista como conspiración.
La tragedia de LIBRE es que tuvo la oportunidad histórica de construir algo distinto. No sólo ganar una elección, sino transformar la manera de gobernar, de hacer política, de ejercer poder. Pero eligió otra ruta: la del control, la del reparto, la de los pactos oscuros y las fidelidades compradas.
Hoy, mientras los resultados electorales muestran el inicio de una caída irreversible, el partido parece seguir en estado de negación. Como los últimos días del régimen trujillista, hay quienes aún creen que la culpa es externa, que todo se arreglará con propaganda, que el pueblo está confundido. Pero el pueblo ya entendió. Y castiga con lo que tiene: su voto silencioso, su abstención, su rabia contenida.
Cuando los proyectos políticos se convierten en maquinarias personalistas, lo que colapsa no es sólo un partido, sino una posibilidad histórica. Honduras no ha perdido a LIBRE: LIBRE se perdió a sí mismo.
Y como todo régimen que traiciona sus principios fundacionales, lo que viene ahora no es sólo derrota, sino descomposición. Caída libre.






