Las virtudes burguesas

Julio Raudales

Hablar de la burguesía o de esta como poseedora de virtudes puede sonar hasta chocante en nuestra Latinoamérica. ¡Claro! Hemos vivido muchos siglos pensándonos a nosotros mismos como víctimas de abyectos conquistadores imperiales, quienes, en nombre de sus monarcas u oligarquías, han extirpado nuestras riquezas y hasta robado nuestro futuro.

Pero una notable economista americana, Deirdre McCloskey, historiadora y cultora del arte, ha denotado en su obra intelectual, la ardiente necesidad de entendernos como sociedad y, por tanto, dejar de lado esta duplicidad moral para que podamos visualizarnos por fin como seres disruptivos, emprendedores y sedientos de reconocimiento y prosperidad. Solo así seremos verdaderamente humanos y podremos cuidar de nuestro entorno y de nosotros mismos.

Su libro “Las virtudes Burguesas”, me vino a la memoria luego de escuchar el comunicado que “en las calendas del año”, leyeran los dirigentes del COHEP, en el que hacen un intenso llamado de atención, no solo al gobierno, pero a toda la sociedad, para que concentremos nuestros esfuerzos en solucionar los principales problemas que Honduras enfrenta.

Debemos ser consecuentes. Nadie hará por los hondureños lo necesario para dejar de ser un país pobre. Pero el esfuerzo debe ser integral, es decir, debe provenir de toda la ciudadanía.

Generar empleo es crucial sí, pero para ello se requiere un ambiente propicio a la generación de puestos de trabajo; también que se den las facilidades necesarias para que los emprendedores actúen sin miedo a perder su dinero por factores ajenos a sus capacidades.

La experiencia de países cercanos nos muestra claramente que esto solo se da si las reglas para abrir y mantener una empresa son constantes: sin cambios abruptos en los requerimientos impositivos, seguridad para los clientes y vendedores, señales claras en los precios, competencia abierta y un buen esquema de arbitraje.

Está claro que el papel de la autoridad gubernamental es prioritario para lograr el cumplimiento de las condiciones citadas, pero es un grave error dejar únicamente en el gobierno y en los políticos una responsabilidad tan grande. Por eso es destacable que los gremios empresariales hayan tomado la iniciativa y presentado al país una guía para comenzar.

En el debate entre la economía de mercado y sus detractores se plantea de manera recurrente una idea: la falta de principios éticos y, en consecuencia, su pernicioso efecto sobre la moral de las sociedades. Sobre esta visión, convertida en una verdad popular, se ha sustentado de hecho el discurso de la izquierda en sus versiones tradicionales y postmodernas. Se destaca, por ejemplo, la necesidad de corregir los excesos del mercado, las críticas a la mercantilización de la vida, etcétera; todo ello forma parte de una cosmovisión que reduce los estándares éticos de las democracias liberales al egoísmo individual, a la simple búsqueda del beneficio y del placer y a la competencia despiadada entre los individuos para lograr esos objetivos.

Esta cuestión en apariencia académica y filosófica tiene unas implicaciones prácticas extraordinarias porque de modo consciente o inconsciente inspira los programas de los partidos políticos, pero, sobre todo, se apropia del imaginario popular: Hacer dinero es malo (y sin embargo todos queremos hacerlo), pensar en el beneficio es “cuasi-pecaminoso” (pero a todos nos viene bien independientemente de nuestra posición frente al papel que el estado debe jugar). Me parece a mí, que esta doble moral es en parte lo que determina nuestra miseria.

Es este tipo de contradicciones el que impide que podamos plantearnos un crecimiento económico que nos ayude a salir de la pobreza. Mientras no seamos capaces de absorber esta ética en nuestro ser social, difícilmente cambiarán las cosas, de ahí que es bueno que haya sido el COHEP y no el gobierno quien tomó la iniciativa para buscar soluciones en pro de todos. ¡Hay que sacarle provecho al momento!

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