Tegucigalpa – En la sala de cuidados intensivos para recién nacidos del Hospital del Seguro Social de San Pedro Sula, dos de tres hermanas que nacieron el 25 de julio pasado se aferran a la vida, lo mismo hace la tercera, que además sufre una infección, en la sala para intermedios. 
La  lucha de las trillizas es la misma que hombres, mujeres y niños de  todas las edades liberan en otras salas del nosocomio del Seguro Social,  donde Proceso Digital conoció de la calidad humana de enfermeras  y médicos de consulta externa y salas de especialidades, sin que lo  percibieran sus autoridades.
La  entrega del personal del hospital observada contrasta con la carencia  de algunas cosas, como la de un monitor en una sala de especialidades,  que a veces de emergencia es quitado prestado a una ambulancia de la  misma institución.
Este  es el mismo hospital al que más de algún centro médico privado de San  Pedro Sula ha venido a quitar prestado un aparato, en detrimento de un  afiliado del Seguro Social, una institución que tiene en el Estado y la  empresa privada a sus más grandes morosos.
Esa  mora del Estado y la empresa privada es un crimen, pero no hay quien  demande por eso a nadie en los tribunales, ni protestas de nadie en las  calles, ni denuncias ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos  (CIDH), como que si la salud, principalmente la de los pobres, no fuera  un derecho fundamental.
Suman cientos de millones los que el Estado y la empresa privada le adeudan al Seguro Social.
Muchas  paredes y pisos internos del complejo hospitalario no son agradables  para quien llega a visitar o a ingresar a un ser querido.
Pero  en las salas brilla la calidad humana de una enfermera, la de un médico  en consulta general o la del especialista que explica sobre por qué  éste o aquél paciente está conectado a más de media docena de aparatos  que indican un dictamen clínico en una pantalla que duele tanto ver  porque es estar viendo el dolor que está sufriendo el paciente.
En  las salas de cuidados intensivos, donde el costo diario de un paciente  en promedio es de 70 mil lempiras, los pacientes reciben una agresión  sobre la que ya sufre su organismo, todo en un intento por salvarle la  vida, aunque afuera haya quienes hablen mal de los hospitales públicos,  que no son otra cosa más que el reflejo de la realidad de país que  tenemos.
Hay  hospitales que están más enfermos que sus pacientes, pero eso no es  tema de agenda seria en los políticos que hasta se insultan en sus  ambiciones por llegar al poder, y quienes en la demagogia crónica que  destilan no dicen cómo van a resolver los graves problemas del sistema  sanitario nacional.
La  madre de las trillizas que nacieron el 25 de julio pasado, Martha  Estefany Matute, llega a las 7:15 de la mañana al hospital para tener  oportunidad de alimentar a sus pequeñas que nacieron con apenas dos  minutos de diferencia a las 3:38, 3:40 y 3:42 de la tarde. Por eso lo de  «las trillizas de las tres» en esta Historia de Hospitales de Proceso Digital.
Martha  Estefany solamente tiene una oportunidad al día para ver a cada una de  sus tres niñas, quienes por medio de una sonda reciben la leche que su  madre se ordeña en el Banco de Leche del hospital.
Natural de Juticalpa, Olancho, pero viviendo desde los dos años en San Pedro Sula, Martha Estefany relató a Proceso Digital parte de su experiencia de madre joven y recordó que hacia la semana  nueve de embarazo, le dijeron que su parto sería de gemelas, pero a las  trece, luego de un ultrasonido, le notificaron que serían trillizas.
 Luego a la madre de las trillizas le descubrieron un coagulo, por lo que los médicos decidieron darle incapacidad.
Luego a la madre de las trillizas le descubrieron un coagulo, por lo que los médicos decidieron darle incapacidad.
Dos de las pequeñas pesaron al nacer tres libras con dos onzas, mientras que la tercera apenas dos libras con ocho onzas.
«La  situación de mis hijas es muy delicada, pero confiamos en Dios que  vivirán», añadió Martha Estefany, una bachiller en administración de  empresas que, por el amor, abandonó sus estudios en la misma rama que  había iniciado en el tercer período de 2012, en el Centro Regional de la  Universidad Nacional Autónoma de Honduras.
Martha  Estefany trabaja desde 2011 en una reconocida empresa de café de  múltiples restaurantes, mientras que su esposo, Josué David Bonilla, de  23 años, como conserje en la misma empresa.
Su  esposo está pendiente de una llamada de Martha Estefany, que por lo  general puede ser para la compra de un medicamento para las tres  criaturas de la joven pareja, que vive en la colonia Pastor Zelaya de  San Pedro Sula.
La  falta de algunos medicamentos es lo más normal en cualquiera de los  hospitales públicos, pero resulta terriblemente dañino, que haya algunos  que solamente los vende una farmacia, la que a su vez solamente tiene  uno en existencia, con suerte dos del mismo fármaco, en cada una de sus  sucursales.
Dicho  de una manera más clara, para conseguir diez ampollas de un medicamento  determinado, hay que salir a buscarlo por casi toda la ciudad a igual  número de sucursales de una misma farmacia.
Eso  obliga a un familiar de un enfermo a recorrer toda la ciudad en busca  de las sucursales de la misma farmacia, como por ejemplo cuando el  hospital pide para el paciente diez ampollas inyectables de un mismo  medicamento.
La  búsqueda desesperada de algunas medicinas que no hay en el cualquier  hospital público del país puede marcar la vida o la muerte de un  paciente.
El  padre de las trillizas se gastó en los primeros días unos 5 mil 700  lempiras, casi su salario, en busca de medicamentos en farmacias  privadas para sus hijas, que nacieron a las 31 semanas de gestación.
Después  de casi doce horas de permanecer en el Hospital del Seguro Social de  San Pedro Sula, Martha Estefany espera por su esposo para regresar  juntos a casa.
Los dos se van «con la esperanza de que llegue pronto el momento para llevarlas a casa para criarlas con la ayuda de Dios».




 
 





