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La violencia de las pandillas en Honduras amenaza la educación de los niños

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Tenosique, México – La intimidación de las pandillas en las áreas violentas de las ciudades hondureñas es un hecho para adolescentes como Mariela*, de 15 años, y su hermano César, de 17.

Cuando uno de sus amigos murió justo frente a sus ojos, las cosas se pusieron mucho peor, destaca una nota divulgada en su sitio web por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).

Algunos amigos habían venido a su casa, ellos fumaban en la entrada cuando dos jóvenes se acercaron a uno de ellos y lo asesinaron. Los asesinos eran miembros de una famosa pandilla y se fueron sin decir una palabra.

Ahí fue cuando el peligro realmente comenzó. “En la escuela…afuera, ellos nos amenazaron que nos iban a matar”, dijo Mariela.

La violencia de las pandillas ha hecho que Honduras sea uno de los lugares más peligrosos fuera de una zona de guerra. Las pandillas, o maras, convierten a las ciudades y pueblos en feudos.

Los adolescentes, o incluso chicos más jóvenes, son amenazados hasta que se unen. Usualmente les dan 24 horas para elegir entre unirse a las pandillas o morir. Las niñas son presionadas para convertirse en “novias” de los pandilleros, pero en efecto, son sus esclavas sexuales. Cientos de estudiantes han sido asesinados en los últimos años, apunta la nota.

Eventualmente, ella decidió que no había otra opción más que huir. “Ellos [las pandillas] los amenazaron muchas veces. Tenía que huir por el bien de mis hijos”, dijo Anabel. Mariela concordó con ella. “Yo tenía miedo”, dijo ella, señalando a su hermano. “Tenía miedo de que lo mataran sin razón”.

Anabel y sus dos hijos hicieron el largo viaje a México, pero cuando llegaron a la frontera, fueron llevados a un centro de detención. Eventualmente, a ellos se les reconoció la condición de refugiados, y ahora esperan recibir la residencia permanente.

Ambos dicen que su objetivo final es terminar la escuela, pero ellos tienen ambiciones diferentes. César está decidido a convertirse en bailarín, mientras que Mariela quiere ser doctora. “Lo he pensado por mucho tiempo”, dice ella.

Tan pronto estén asentados, Mariela y César podrán pensar en retomar su educación por primera vez desde que la amenaza de las maras los obligara a desertar hace casi un año.  Los nombres fueron cambiados por razones de protección.

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