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La UNAH del siglo XXI

Por Manuel Torres Calderón

Periodista y miembro de la Junta de Dirección Universitaria

Tegucigalpa.- El profesor Armando Euceda tiene una apreciación interesante del actual conflicto universitario. Afirma que se está pagando el costo del esfuerzo de llevar la UNAH al Siglo XXI.

Seguro el profesor Euceda, quien fue miembro de la Comisión de Transición que sentó las bases de la reforma universitaria entre 2005 y 2008, sabe de tensiones internas y de los múltiples factores e intereses que intervienen en una crisis. En el informe ejecutivo final del trabajo de la comisión, el Dr. Jorge Haddad, advirtió, con su notable lucidez, que los conflictos persistirían en años porvenir.

Como científico social, porque así entendía la medicina, el Dr. Haddad supo que el conflicto es permanente y que, en determinados momentos coyunturales, diversos factores y condiciones lo agudizan y desembocan en lo que algunos sociólogos denominan “una situación social conflictiva” o, más aun, en una crisis.

Si esa apreciación es correcta, si el conflicto acompaña todo proceso real de reforma, entonces también debe ser permanente el diálogo, la mediación, negociación y compromisos para llevarla a cabo. En eso no hay disenso.

No obstante, en una institución tan grande y compleja como la UNAH, con una oferta académica creciente, que ofrece más de 140 grados, desde técnicos hasta doctorados, y posee un entramado de pesos y contrapesos legales y de instancias participativas que van desde las asociaciones y claustros hasta el Consejo Universitario, ese proceso de diálogo, mediación, negociación y acuerdos no es fácil y su responsabilidad no recae únicamente en el Rector o Rectora de turno, sino en todos los que detentan alguna cuota de poder o influencia; llámese estudiantes, maestros, empleados o funcionarios.

La reforma es una responsabilidad compartida, pero, allí radica el problema, no todos la asumen y no todos la entienden o comparten de similar manera. Muchos críticos de la gestión de la Rectora Castellanos se sienten incómodos cuando se les pregunta ¿Y usted qué ha hecho por la reforma en su puesto de trabajo? ¿A quiénes se ha enfrentado? ¿Qué hace por la reforma además de cumplir con su horario de clases? ¿Cuántas horas extras le dedica?

La Rectora Castellanos fue nombrada en 2009 con el mandato de impulsar las reformas contenidas en la nueva Ley Orgánica de 2004 y en la visión ética y programática propuestas para construir los cimientos de una universidad del Siglo XXI. No fue investida para evadir responsabilidades, sino para asumirlas.

Llegados a este punto se interpreta mejor el alcance de la afirmación del Dr. Euceda. Efectivamente, desde 2004 hasta la fecha la UNAH ha vivido una transición de la universidad del siglo XX a la del siglo XXI; en cuyo desenvolvimiento ha sido necesario tomar decisiones administrativas, presupuestarias, académicas, de recursos humanos y sobre estructuras internas de poder que encontraron resistencia a cada paso, a menudo por afectar intereses y privilegios, y, en otros, por detalles importantes no cubiertos, por incomprensión, desinformación o no haber existido una comunicación adecuada entre las partes.

Claro, cada acuerdo a favor de la reforma requiere sumar muchas voluntades, mientras que para el desacuerdo basta la discrepancia o desavenencia entre dos personas. Construir tarda, destruir es rápido.

¿Qué es propiamente lo que la UNAH del siglo XXI quiere dejar atrás del Siglo XX? Esto es importante identificar. En primer lugar, no se trata o pretende hacer tabla rasa del pasado, mucho menos del siglo XX. Existe consenso académico que desde el siglo XVII, el progreso científico ha sido continuo, pero es a lo largo del siglo XX, sobre todo en sus últimas décadas, cuando la investigación y la aplicación técnica de los conocimientos científicos se han desarrollado a un ritmo tan vertiginoso que ha transformado radicalmente la vida de los seres humanos y los vínculos entre las naciones.

En la UNAH, desde su fundación, se perfiló la búsqueda de la luz de la sabiduría, significado de su lema en latín “Lucem Aspicio”, consciente que el impulso a la misma siempre supondrá el conflicto entre el dogma y la razón, entre el conservadurismo y el progreso, entre el atraso y el desarrollo. Precisamente, la primera gran reforma universitaria es la que promovió Ramón Rosa, cuando, desde la Secretaría de Instrucción Pública (1876-1883), fue el ideólogo de los cambios educativos, entre ellos definir el carácter laico y gratuito de la educación.

Claro, esa decisión no agradó a quienes desde el estado confesional encarnaban un freno al avance científico. Infortunadamente, esas prácticas confesionales no desaparecieron del todo y con el tiempo revivieron en nuevos fundamentalismos y dogmas.

Entonces, la ciencia del siglo XX no es algo que se quiere dejar atrás en esta transición, ni olvidar tampoco la labor, bajo condiciones usualmente precarias, de quienes fomentaron la investigación, la docencia de calidad, la vinculación social de la academia y el desarrollo de una infraestructura universitaria adecuada, desde aulas hasta laboratorios. Siempre ha habido y habrá quienes, en el anonimato docente o desde el protagonismo de un cargo, cumplan con su labor y su vocación de servicio. Esa memoria se mantiene, estimula, no se ha enterrado y lejos se está de considerar al 2004 como año cero de la UNAH.

Lo que se quiere dejar atrás son los obstáculos que frenan su desarrollo interno e internacionalización, y afrontar, lo mejor que pueda, el impacto de un modelo educativo y social, también de sociedad, que se desmorona en el país.

El rezago de la universidad, la pérdida de su rumbo estratégico, la captura de la mayoría de sus recursos para beneficios particulares y su separación de los intereses de la mayoría del pueblo hondureño, casi la condujeron al colapso total. En esa universidad cada quien hacía o deshacía como le diera gana.  El buen maestro y el buen estudiante, lo eran por su propia conciencia, no porque se lo exigieran.

En ese orden del caos se provocó un rezago mayor y más dañino, inherente al modelo educativo tradicional, y es la falta de reconocimiento del Saber, como un derecho individual y colectivo, condición indispensable para el desarrollo -y no hablo únicamente de crecimiento económico- de la sociedad hondureña.

La brecha que se ensancha entre las naciones del mundo ya no es a partir de poseer materias primas, sino del conocimiento; los datos, las imágenes, los símbolos, los valores, la cultura, la participación ciudadana, la ciencia y la tecnología.  

Quizá en las entrañas de Honduras, la base de nuestras desigualdades sea la más primitiva de todas, la que descansa en la impunidad del delito y en el usufructo despiadado del poder por unos cuantos, sin embargo, el escenario mundial del siglo XXI es otro. Contrario a la visión sobre el estado que se impone en el país, la práctica política y social de las naciones en desarrollo (no nosotros) o desarrollados (mucho menos), gira alrededor de la ciencia, la tecnología y su empoderamiento por parte de la sociedad. Es sobre su posesión, recreación y avance, donde se marcan las diferencias.

Por último, no se puede olvidar o dejar de tomar en cuenta en las reflexiones sinceras sobre el conflicto universitario que el carácter, la velocidad, la profundidad, los aciertos, las limitaciones y errores que pueda tener este proceso de reforma no sólo han dependido de factores internos, sino del contexto nacional vigente; incluso, internacional.

En ese marco, una interrogante inquietante y obligada es: ¿Puede llevarse a cabo, con buen suceso, la transición universitaria hacia el siglo XXI en un país y con una ciudadanía atrapada aún en prácticas culturales, educativas, económicas, sociales, políticas, antagónicas y patriarcales o caudillistas del siglo XX?

La Rectora Castellanos, los integrantes de la Junta de Dirección Universitaria y los principales cargos están conscientes que en la UNAH sobrevive mucho de lo que se quiere dejar atrás y que eso ha impregnado, para bien o mal, la forma de encarar la reforma. Las decisiones principales no siempre podían esperar el consenso deseable. El criterio de oportunidad implica riesgos y eso tiene un costo, sí; pero más costosa hubiese sido la inacción o transar ideas y principios éticos a cambio de complicidades cómodas.

Hoy, cuando esta transición parece jugarse parte de su destino, hay que tener conciencia también de que la UNAH representa el último pacto social en pie de nuestro país. ¿Cuál otro existe en el que se reconozca efectivamente la igualdad de derechos y deberes de todos sus miembros, incluyendo más de 80 mil estudiantes con capacidades e intereses diversos, provenientes de medios culturales y familiares distintos?

La universidad pública no puede resolver toda la inequidad que afecta a la niñez y juventud, producto de una desigualdad profunda, pero si se esfuerza por garantizar la equidad entre sus miembros y la calidad de la educación que reciban.

Si queremos realmente mejorar la situación de Honduras, cualquier búsqueda de acuerdo nacional democrático incluye una educación pensante, documentada, que, como señalan los buenos pedagogos, posibilite no sólo la retención del conocimiento sino su actualización y comprensión constante, así como su uso solidario.

Será vital para no perder lo alcanzado, que el estudiantado, los docentes y todos los liderazgos distingan, entre el bullicio y la demagogia imperante, la trascendencia que para Honduras tiene su universidad nacional. Volverla al pasado, sería enterrarla.

Continuar pensando, por ejemplo, en la autonomía como un espacio extraterritorial respecto al Estado o como una plataforma partidarista insurreccional es seguir viéndola como coto de caza, donde el más fuerte es el que tiene la escopeta y no la razón. La UNAH no es de los sindicalistas, no es de los gremios, no es de los funcionarios o de las autoridades, no es de los políticos y tampoco, entiéndase bien, de los estudiantes. Todos cuentan, pero la universidad nacional es del pueblo o de la sociedad que la paga y sostiene. A ese pueblo y sociedad se debe. El estudiante es el sujeto fundamental del quehacer universitario, pero la razón de ser de la inversión que le pagan un campesino o un obrero que nunca podrán llegar a sus aulas, es que ese joven profesional tenga los conocimientos científicos y los principios éticos necesarios para ayudarle a conquistar la vida digna que el sistema le arrebata. Si las partes en conflicto tienen consenso al respecto, entonces todo aquello que fortalezca la reforma es bienvenido. Todo compromiso puede ser viable dentro de la cultura de la legalidad y con educación.

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