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La Tragedia de los Comunes

José S. Azcona

La Tragedia de los Comunes es un concepto que fue concebido por el economista británico William Lloyd en 1833 para explicar la degradación de los terrenos ejidales en uso común (commons). El caso puntual refería a la degradación ocasionada en la calidad del suelo y capacidad de sustentar la ganadería a largo plazo en terrenos ejidales de libre acceso, si no había restricciones en su aprovechamiento.

La teoría es que bienes sin propietario o reglas coercitivas de uso no se pueden conservar adecuadamente. El interés de beneficio de cada uno causará un impulso de extracción inmediata que es más atractiva que una explotación ordenada.  Esta degrada la posibilidad de lograr un uso futuro sostenible.  Por tanto, se puede dar un efecto similar al cuento del bote salvavida: este tiene una capacidad máxima de personas a las que puede salvar, si se excede la misma el bote se hunde y se ahogan todos.

El término abarca cualquier tipo de espacio o derecho al cual la parte de cada uno vale menos que su potencial uso. Por ejemplo, en masas hereditarias a veces se da que estos herederos se multiplican y es difícil lograr liquidar los bienes. En ese caso, los herederos tienden a querer obtener beneficio propio a expensas de los bienes comunes.   Esto resulta en enemistades, conflictos, y deterioro o perdida de las propiedades.

El criterio no es exclusivamente conducente a la privatización. En efecto, la propiedad privada es una de las formas (y en muchos casos, la más eficiente) de asegurar ese uso responsable. Pero no todos los bienes es conveniente o posible asignarlos. Por ejemplo, los derechos de agua, circulación, y ambientales no pueden ser de tipo particular.  En estos casos es necesario organizar y racionalizar su uso por medio de reglas de obligatorio cumplimiento. En el caso de los recursos naturales y el medio ambiente es donde más claro es la aplicación. El Estado es el custodio de estos recursos, y debe asegurar no se traten con irresponsabilidad.

Las sociedades que desarrollan la capacidad de contrarrestar este fenómeno de manera efectiva gozarán de mejor calidad de vida.  Se puede gozar de todo tipo de bienes colectivos (parques, buena infraestructura, un ambiente limpio, etc.) pero esto requiere un alto grado de conciencia cívica, y la organización requerida para acuerparla. El remedio usual en nuestros países, justificado por esta carencia de bienes colectivos, consiste en marcar espacios particulares a expensas del bien común.  Rehusar el pago de impuestos, cercar un pedazo de área verde, quemar o abandonar la basura en lugares indebidos, poner un muro en el cauce de una quebrada, y otros similares son sus manifestaciones. 

A nivel individual este tipo de acciones, realizadas individualmente, no causan mucho daño. Sin embargo, por efecto de la emulación se vuelven catastróficas. Como decía el personaje Yegraf en la versión cinematográfica de Doctor Zhivago (Boris Pasternak):  

—Me dije que estaba por debajo de mi dignidad arrestar a un hombre por tomar una tabla de una casa para leña.  Pero nada ordenado por el Partido está bajo la dignidad de cualquiera: un hombre desesperado por un poco de leña es patético. Cinco millones de personas desesperadas por un poco de leña destruirían una ciudad.

Esta cultura luego se lleva a la esfera pública, sacrificando las necesidades de la población para beneficiar la conveniencia o lucro propio.  La corrupción no es más que la aplicación de estas falsas justificaciones cuando se tiene potestad gubernamental.

Por tanto, para poder construir una sociedad funcional será necesario romper el paradigma de la tragedia de los comunes. Esto lo lograremos por medio de la organización, vigilancia, y solidaridad. Es menester social estudiar el fenómeno, aceptar que es pernicioso y producto de una responsabilidad colectiva, y tomar las acciones para luchar contra él.

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