spot_img

La Tiranía de la Sociedad

Pedro Gómez Nieto

El filósofo John Mill (1806-1873) radiografió a la sociedad cuando sentenció: “La sociedad puede practicar una tiranía más formidable que muchos tipos de opresión política, porque penetra más profundamente en los detalles de la vida de las personas”. Los detalles, donde el depredador coprofílico busca la ñorda para ensuciar a la víctima. Poco imaginaba Mill que su juicio visionario iría creciendo, como bola de nieve, con la llegada de la radio, después la televisión, y finalmente Internet con el desarrollo de las plataformas de comunicación. Las redes sociales terminaron convertidas en redes fecales consecuencia del derecho a la libertad de expresión, desde la impunidad y alevosía.  

¿A quién queréis que libere, a Jesús o a Barrabás?, pregunta el presentador frente a la cámara del set de televisión, o delante del micrófono del estudio de radio, cual Pilatos frente al pueblo judío. ¡A Barrabás!, responden los catones de la moral invitados a defecar sobre el gobierno y las instituciones. ¿Y qué hacemos con el político, el funcionario, el padre de familia al que estamos juzgando? ¡Crucifícalo! Dos mil años después poco hemos mejorado en el respeto a la dignidad y la honra, al buen nombre y al honor, en el derecho a la presunción de inocencia. Vivimos en una sociedad polarizada merced al discurso apocalíptico de una oposición derrotada y frustrada, incapaz de reconocer que sus errores provocaron su derrota en el 2017, cuando el Partido Liberal no quiso sumarse a la alianza política. Una sociedad manipulada emocionalmente durante toda la legislatura para que se posicione no solo en contra del gobierno, sino también del Partido Nacional; presionada para que apoye el pensamiento único que quieren imponernos los extremistas pseudodemócratas.  

El odio es un sentimiento que conduce a la extinción de los valores, reflexionaba Ortega y Gasset. Odio sembrado por fracasados que promueven una cultura antidemocrática, cuyos frutos pudimos contemplar en la violencia irracional desatada el pasado sábado, a cuenta del sorteo fallido para determinar las posiciones de los partidos políticos en la sábana electoral. Vergüenza ajena producía saber que esas imágenes serían vistas por la comunidad internacional, certificando la vigencia de la etiqueta que arrastramos desde el siglo pasado: «república bananera». ¿Así esperan los políticos construir democracia y enamorar al inversor extranjero?  

En democracia todos tenemos iguales derechos individuales, pero no colectivos, porque las urnas tienen la palabra. Cada persona tiene un voto, cuyo sumatorio determina las mayorías y consensos. Un partido político respaldado por tres mil votos no puede exigir representación paritaria con otro que tenga un millón de votos, salvo que pretenda prostituir los fundamentos de la democracia. No se violan derechos individuales porque ya fueron ejercidos al votar. Conocidos los resultados toman preeminencia los derechos colectivos de las mayorías resultantes, quienes establecen las reglas del juego democrático. Ceder ante la amenaza mafiosa de partidos minoritarios, exigiendo ser equiparados en derechos a los mayoritarios, equivaldría a torpedear la democracia, porque ya no sería representativa sino coactiva.

No esperemos que los candidatos expongan y confronten sus propuestas en debates televisados. Salvo excepciones, no tienen conocimientos, capacidad, formación, ni la educación para ello. Debates como el de Oswaldo Ramos Soto y Carlos Reina, quedan en la historia. Actualmente, en las confrontaciones verbales, explicado en modo palíndromo, el político no necesita conocer el problema para refutar el planteamiento del adversario, solo necesita conocer basura sobre el adversario para evitar que le cause problemas su planteamiento. No importa que diga una falacia, necesita desviar la atención para esconder su ignorancia. No se puede debatir sobre ideas que no se conocen. ¿Alguien conoce los idearios políticos de los dieciséis partidos en liza? Entonces, ¿a cuál cantamañanas le confiaremos -como ruleta rusa- nuestro futuro? Un consejo, vayamos sobre seguro, observemos las obras. Cuando el político trilero no sabe transmitir información ni conocimientos, lo que difunde es propaganda.

La propaganda crea en el subconsciente una necesidad, un problema que antes no existía, induciendo la solución generadora de tranquilidad. Observamos a los candidatos cometer errores en sus mensajes para captar votos. Con carácter general: «El mensaje debe conmover, crear esperanza y seguridad, debe provocar identificación y confianza». Loscenutrios no asimilan estos conceptos, creen que el insulto, la descalificación y la jactancia les reporta votos, pero ocurre al contrario, les genera vetos. Como decía Napoleón, cuando veas que tu adversario se equivoca, no lo distraigas.

spot_img

Lo + Nuevo

spot_img
spot_img
spot_imgspot_img