Ian Walker y Roberto Lagos, dos respetados economistas hondureños, publicaron hace pocos días, un interesante trabajo que analiza, desde una perspectiva rigurosa y metódica, el crecimiento económico hondureño, su potencial para generar bienestar, sus limitantes y desafíos, en un intento por explicar las razones de su estancamiento de 3 lustros y las causas políticas e institucionales del poco efecto que este flaco crecimiento tiene en la reducción de la pobreza, culminando el trabajo con algunos elementos para una agenda de desarrollo que saque al país de sus ingentes problemas estructurales.
Walker y Lagos basan su análisis en el clásico modelo de contabilidad de los factores del crecimiento que con tanto éxito desarrolló el Nobel de Economía Robert Solow hace más de 70 años. El análisis refleja claramente el poco impacto que ha tenido la tecnología en la productividad, sobre todo de la fuerza laboral, pese a que la cantidad de trabajadores se ha incrementado fuertemente en el primer cuarto del siglo XXI, debido principalmente al llamado “Bono demográfico”.
Uno de los hallazgos más importantes del trabajo, es la identificación del quiebre evolutivo en el desarrollo de la producción del país. Según el estudio, la instauración de un vigoroso proceso de reformas estructurales en los años 90´s, condujo a un desarrollo de la productividad de los factores que permitió un crecimiento más estable y sistemático, si bien, no suficiente como para garantizar una mejora en la acumulación de riqueza. Dicho impulso generó un cambio cualitativo entre 1996 y el 2008. La pobreza comenzó a ceder en esa época, el desempleo estructural amainó y las condiciones de vida mejoraron.
Sin embargo, el optimismo con que inició el nuevo siglo poco a poco fue disminuyendo, debido fundamentalmente al desinterés de la clase política en darle continuidad al proceso de reformas iniciado en la última década del siglo XX. El impulso perdido, sumado al desaprovechamiento de las ventajas competitivas que otorgaba el incremento en la edad promedio de la población, provocaron que el crecimiento económico en alza se fuera ralentizando, hasta llegar a una condición actual que tiene al país de vuelta en la dinámica con la que cerró la década de los 80’s.
De acuerdo con el trabajo, queda claro que no basta con el adecuado manejo fiscal. Es necesaria, además, la continuidad en la identificación de los motores del crecimiento, el impulso de una política monetaria que incentive el ahorro y la inversión en sectores con alto potencial productivo y la integración de un mercado laboral más preparado para afrontar esta demanda de inversión.
Pese a que el escenario actual es distinto al de principios de siglo, los autores identifican una serie de oportunidades que la coyuntura nacional e internacional proveen a la economía hondureña: La mejora en el potencial de energía renovable y las posibilidades de adaptación al cambio climático son algunos de ellos. Sin embargo, el trabajo hace mucho hincapié en la necesidad de que las políticas públicas estén a la altura de las necesidades, sobre todo del mercado laboral, que es quien ha sufrido de mayor inanición debido a la inmovilidad institucional.
El problema que enfrentamos entonces los hondureños es la ausencia evidente de un programa sinóptico al ejecutado a comienzos de los 90’s. De lo expresado por los autores, se debe inferir que las posibilidades de reversión de la situación de estancamiento que vivimos desde el 2008 son bastante precarias.
Será necesario un esfuerzo serio de quienes asuman el control de las políticas públicas a partir de enero próximo, para generar un auténtico programa de desarrollo basado en las potencialidades del país. ¡Difícil tarea, pero no imposible!
El llamado es entonces, a trabajar en el diseño de un vía programática integral e inteligente que, basada en los motores del desarrollo identificados, con el compromiso de dar sostenibilidad al crecimiento y con ello a la mejora en las condiciones de vida del país.
