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La República del error

Por: Julio Raudales

Tegucigalpa.- No se necesita mucho, quizás un tímido esfuerzo de reconstrucción memorística o el simple repaso de los periódicos de la última semana, para entender por qué a nuestras “Honduras” se le puede adjetivar con el título de estas líneas.

Basta con abrir los periódicos, encender la TV, la radio o consultar en Twitter o Facebook, para comprender lo difícil que resulta en nuestro país, llegar a buen destino una vez que se ha trazado un plan. No tenemos una ruta clara, no sabemos adónde ir y definitivamente, ¡no hay viento bueno para un barco sin destino!

Estamos aun el primer trimestre del año y ya el conteo es exhaustivo: leyes que cambian por “milagro” al salir de la imprenta, pleitos entre funcionarios internacionales, primeras damas enclaustradas, diputados exhibidos como ladrones y después exculpados de sopetón por un juez, recursos de amparo contra convenios suscritos, impuestos derogados… en fin… ¡De locos!

Comenzó temprano, ya el 18 de enero con un sorpresivo “artículo agregado más Fe de Erratas” en las disposiciones presupuestarias -una ley subrogada a otras y con validez limitada en el tiempo que, gracias a una falla en su concepción cometido por los constituyentes, tiene por magna orden, la peculiaridad de ser la única que no se puede vetar- y que, gracias al milagroso cambio en la imprenta, permite que los funcionarios legislativos, ejecutivos y demás, puedan arreglar los entuertos cometidos en su gestión, mediante el plazo que les otorga la investigación del tribunal de cuentas durante, nada menos que tres años. ¡Con esa caparazón, no hay bala que entre!

 Y ese fue solo el principio. ¡Tantas cosas nos ofuscan día a día desde entonces! Que basta abrir los ojos cada aurora para que al cobrar consciencia, la primera pregunta sea: ¿Y hoy, con qué noticia nos vendrán?

Y así ha transcurrido el año. Ya en ésta semana vimos la vuelta atrás en la famosa ley de “Privación de Dominio”, cuya aprobación suaviza el remate que debe darse a quien utilice su influencia pública para sacar provecho de los recursos que la ciudadanía sacrifica para mantener un estado que en teoría debe cuidar sus intereses.

Yo digo que una cosa es cometer errores, propiedad exclusiva de la condición humana, y otra muy distinta es mantenerse de forma obsesa y hasta malintencionada en esa actitud contumaz. Ya lo decía San Agustín: “errare humanum est, sed perseverare diabolicum”.

Lo que resulta repugnante, es la cada vez más certera convicción que poco a poco tiene la gente, acerca de que estamos siendo víctimas de una gigantesca estafa colectiva.

Y es natural. En un país cuyo gasto público y paraestatal suman más de la mitad de su PIB (242,000 millones de lempiras, según el presupuesto de 2018), y que además exhibe niveles de pobreza y desigualdad como los que muestra Honduras, las autoridades están obligadas a dar una razón clara acerca de lo que está sucediendo.

Y no la dan. Más bien persisten en crear leyes y disposiciones que solo burlan a la gente de forma descarada. Derogan el llevado y traído 1.5% con que buscaban evitar la evasión, pero el mismo día aprueban la emisión de Certificados de Depósito Global, que en resumidas cuentas, tapará el agujero dejado por la caída en los ingresos, con mas endeudamiento.

No es correcto oponerse per se a los impuestos o a la deuda. El debate no debe ser si los impuestos son altos o son bajos, o si la deuda es excesiva, la discusión debemos centrarla en qué se hace con los impuestos y la deuda.

Yo no diré nunca que Suecia tiene impuestos excesivos, o que Hong Kong tiene una carga tributaria demasiado baja. Lo que debemos debatir es si vale la pena o no que en Honduras el gobierno se gaste la mitad de lo que producimos y que de esto, una buena parte provenga del cobro de impuestos y lo demás del endeudamiento.

Al final queda en el imaginario colectivo el mal sabor que nos dejan las bizantinas discusiones que el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial tienen quitando y poniendo leyes y persistiendo en errar para corregir con otro error, con el fin de distraer la atención de temas torales y sobre todo proteger con una cortina de humo las tranzas que solo harán más rico a unos pocos en detrimento de las mayorías.

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