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La República del error

Julio Raudales

No se necesita mucho, quizás un tímido esfuerzo de reconstrucción memorística o el simple repaso de los periódicos de la última semana, para entender por qué a nuestras “Honduras” se le puede adjetivar con el título de estas líneas.

Basta con abrir los periódicos, encender la TV, la radio o consultar en Twitter o Facebook, para comprender lo difícil que resulta en nuestro país, llegar a buen destino una vez que se ha trazado un plan. No tenemos una ruta clara, no sabemos adónde ir y definitivamente, ¡no hay viento bueno para un barco sin destino!

Apenas culmina el primer semestre del año y ya el conteo es exhaustivo: una Corte Suprema elegida en activa y descarada repartición, pleitos entre funcionarios por el control del gobierno, hospitales y centros de emergencia tomados por grupos paraestatales, diputados exhibidos como haraganes en medio de un Congreso Nacional que no arranca, masacres, leyes que no pasan… en fin… ¡De locos!

Por si fuera poco, se persiste en mantener un insano ambiente de confrontación. Lo peor es que lo empuja el gobierno, ese que debería ser el llamado a buscar la concordia. ¿Quién querría invertir así en el país? Los números no mienten: la inversión externa privada claudica y sigue en retirada.

 ¡Tantas cosas nos ofuscan día a día! Basta abrir los ojos cada aurora para que, al cobrar consciencia, la primera pregunta sea: ¿Y hoy, con qué noticia nos vendrán?

Un mes ha transcurrido desde que se instaló -de forma deliberadamente tardía- la “Junta Proponente” que en pocos días debe enviar al Congreso Nacional, una lista con cinco nombres de los cuales serán nombrados el o la fiscal general y su adjunto. Los conciliábulos están ya a la orden del día, pretendiendo repetir el sempiterno ejercicio de siempre. No hay compromiso por hacer que las cosas cambien, no hay piedad por la ciudadanía empobrecida.

Una cosa es cometer errores, característica inherente de la condición humana, y otra muy distinta es mantenerse de forma obsesa y hasta malintencionada en esa actitud contumaz. Ya lo decía San Agustín: “errare humanum est, sed perseverare diabolicum”.

Lo que resulta repugnante, es la cada vez más certera convicción que poco a poco tiene la gente, acerca de que estamos siendo víctimas de una gigantesca estafa colectiva.

Y es natural. En un país cuyo gasto público y paraestatal suman más de la mitad de su PIB (392,000 millones de lempiras dice el gobierno que gastará este año), y que además exhibe niveles de pobreza y desigualdad como los que muestra Honduras, las autoridades están obligadas a dar una razón clara acerca de lo que está sucediendo.

Y no la dan. Más bien persisten en crear leyes y disposiciones que solo burlan a la gente de forma descarada.

No es correcto oponerse per se a los impuestos o a la deuda. El debate no debe ser si los impuestos son altos o son bajos, o si la deuda es excesiva, la discusión debemos centrarla en qué se hace con los impuestos y la deuda.

Yo no diré nunca que Suecia tiene impuestos excesivos, o que Lituania tiene una carga tributaria demasiado baja. Lo que debemos debatir es si vale la pena o no que en Honduras el gobierno se gaste la mitad de lo que producimos y que, de esto, una buena parte provenga del cobro de impuestos y lo demás del endeudamiento.

Al final queda en el imaginario colectivo el mal sabor que nos dejan las bizantinas discusiones que el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial tienen quitando y poniendo leyes y persistiendo en errar para corregir con otro error, con el fin de distraer la atención de temas torales y sobre todo proteger con una cortina de humo las tranzas que solo harán más rico a unos pocos en detrimento de las mayorías.

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