La religión de los datos

Pedro Gómez Nieto

Recientemente, escuché decir a un prestigioso consultor especializado en campañas electorales, que uno de los éxitos de cualquier campaña radica en disponer de la mayor información posible, porque en la información se encuentra el poder. Así planteado no lo comparto, en ocasiones el poder se encuentra en la desinformación. La información necesita ser procesada e interpretada para que genere conocimiento y pueda convertirse en poder. Lo que nos coloca en la fase de elaboración del ciclo de la Inteligencia: valoración, análisis, integración, e interpretación de esa realidad, para obtener inteligencia que permita tomar decisiones acertadas.

En la película “Juego de espías”, ambientada en el año 1991, estrenada en 2001, el instructor de la CIA, Robert Redford, le dice a su alumno, Brad Pitt, al que estaba formando como agente: “La tecnología mejora cada día y eso está bien, pero la mayor parte del tiempo lo único que necesitas llevar encima es un chicle y un fleje para conseguir la información”. Los agentes de campo saben que con un chicle se copia una llave; que con un fleje se abre un vehículo y también se entra en una vivienda. Pasados treinta años, la tecnología ha mejorado exponencialmente, ahora podemos obtener información reservada sobre un objetivo en Internet. Hemos entregado nuestros datos y privacidad, lo que somos, a cambio del “plato de lentejas” que supone pertenecer al universo de la comunicación digital, disponer de cuentas en las plataformas. Tarde (o nunca) entendimos que sin privacidad perdimos nuestra seguridad. La tecnología es un siervo útil, pero un amo peligroso, según Christian Lange.

El filósofo israelí Yuval Harari, lleva años investigando sobre el futuro de la humanidad construido desde el desarrollo tecnológico. Cuando la tecnología se pone al servicio del cuerpo humano, para mejorar capacidades y suprimir limitaciones, surge el tecnohumanismo. El problema de los avances científicos, de las innovaciones aplicadas al hombre, ya convertido en cíborg, es que no se analizan las consecuencias desde la ética y la moral, desde el pensamiento filosófico. Grave error que encierra una paradoja: mejorar tecnológicamente al ser humano puede deshumanizarlo. El humanismo desplaza al teísmo, cuando sitúa al hombre en el vértice de la pirámide en el lugar de Dios.

Estamos en la revolución tecnológica de la “Inteligencia de datos”. Se utilizan algoritmos para el procesamiento de datos masivos a gran escala, macrodatos, alumbrando lo que Harari llama el “Dataismo”, la ideología de los datos a modo de religión. El universo no es otra cosa que el flujo permanente de datos, en consecuencia, el ser humano es una suma de datos. Empresas como: Google, Facebook, Amazon, conocen a sus usuarios mejor que ellos mismos. Los algoritmos que utilizan para procesar los datos que almacenan sobre los clientes, les permiten detectar patrones para predecir sus comportamientos y anticiparse. Muchas decisiones que tomamos libremente han sido inducidas. Reflexionemos sobre esta realidad afectando a la política. Un torpedo en la línea de flotación de las democracias porque se pueden conocer conductas de líderes y autoridades y “orientar” sus decisiones. «La democracia no está preparada para la era digital y está siendo destruida», advierte Martin Hilbert, experto en Big Data.

Transcurrido un año de pandemia, líderes y partidos políticos no han sabido adecuar la tecnología a los imperativos de una campaña electoral atípica. Preocupa el temerario e irresponsable incumplimiento de las medidas de bioseguridad observado en algunos mítines. “No se puede impedir que la gente quiera estar cerca de su candidato, verle y escucharle”, fue la respuesta del exrector de una universidad, precisamente tecnológica, al periodista que le preguntaba por el desmadre que se miraba en el evento. Así justificaba que los contagios sean consecuencia de los mítines, en lugar de aportar ideas para mejorar la bioseguridad. Por ejemplo, Joe Biden organizó una concentración con los asistentes situados dentro de sus vehículos asegurando el distanciamiento social. Si no reducimos el número de contagios, habrá seguidores que se aglomeran en los eventos para “estar cerca de su candidato” que no podrán votarle el día de las elecciones, porque estarán contagiados, o ya enterrados. Para los mítines, los candidatos y organizadores podrían, por ejemplo, entregar mascarillas y gel a quien no lleve; contratar personal sanitario para realizar chequeos, incluso entregar medicamentos del tratamiento “MAIZ” si fuese conveniente.

“Superaremos la pandemia, pero corremos el peligro de despertar en un mundo diferente”. -Yuval Harari-

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