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La prosperidad tiene rostro de mujer

Por: Julio Raudales

Durante muchos años, el debate sobre la participación de la mujer en los puestos de responsabilidad en las empresas, o en cargos de decisión política, se había abordado como una cuestión de justicia y equidad.

Las mujeres debían poder acceder a las mismas oportunidades que los hombres en el ámbito económico y asumir responsabilidades acordes a su creciente formación y su peso específico en la sociedad.

De ahí la celebrada elección de mujeres para cargos de reconocida relevancia, tradicionalmente ocupados por hombres, como la presidencia de la Reserva Federal de Estados Unidos encabezada por Janet Yellen hasta hace un año; la dirección del Fondo Monetario Internacional (FMI), que lleva más de 5 años en manos de Christine Lagarde, o el gobierno de algunas de las principales potencias mundiales, como es el caso de Ángela Merkel en Alemania.

Sin embargo, el debate ha cambiado radicalmente. Las sociedades tienen que hacer frente a las consecuencias ya palpables de una población cada vez más envejecida, con una tasa de natalidad a la baja y con cambios importantes en su configuración, debido al impulso de las tecnologías. Si en los años 90, los avances en la globalización y el comercio mundial, la irrupción de China en la economía global, el impulso a la tecnología, o la aparición de Internet fueron choques de oferta que impulsaron el crecimiento, vale la pena preguntarnos si existe en el corto y mediano plazo, algún otro fenómeno que aumente el potencial de las economías.

Quizás la respuesta está más cerca de lo que parece. Diversos estudios sostienen que, desde el punto de vista macroeconómico, una mayor participación de la mujer en la actividad impulsa el ritmo de incremento del PIB, eleva el crecimiento potencial y compensa la caída de la población económicamente activa. Es verdad que el crecimiento económico es un elemento necesario para poder ofrecer a las mujeres las oportunidades de inclusión necesarias, pero no es menos cierto, según los expertos, que la participación de la mujer en el mercado laboral es parte de la ecuación de crecimiento, productividad y estabilidad.

Un breve examen a la realidad de Honduras muestra que nuestro país no es ajeno a esta tendencia, por lo que será necesario desarrollar políticas que fomenten de manera agresiva, no solo una mayor participación de la mujer en el mercado laboral. También es necesario generar incentivos adecuados para que éstas se integren con mayor ahínco a los puestos de liderazgo, ya que claramente han adquirido mayores competencias que los hombres en las últimas décadas.

Un reciente estudio elaborado por el Departamento de Economía de la UNAH muestra claramente que las mujeres tienen mayor grado de escolaridad, mejores notas en todos los niveles educativos e incluso mayor productividad laboral. El gran problema es su baja presencia y la menor remuneración.

En efecto, Honduras exhibe uno de los niveles más bajos de Latinoamérica en participación de la mujer en actividades remuneradas. En el sector rural, el 32% de las mujeres se quedan en casa, mientras que solo el 7% de los hombres. Aunque en las ciudades la brecha disminuye a un 15%, no cabe duda de que la misma constituye un importante obstáculo a las posibilidades de mejora en el bienestar de los hogares.

Y si de remuneraciones hablamos, la situación es una terrible distopía. Las cifras oficiales indican que persiste una importante brecha de ingresos laborales entre mujeres y hombres, que llega a ser de más de 20% para el mismo puesto. Esto, lo único que refleja es un terrible problema político: Suena contra toda lógica que las mujeres tengan mejor educación, mayor productividad y menos presencia en el mercado laboral y que, sin embargo, reciban peores ingresos y su trabajo no sea reconocido adecuadamente.

¿Cómo podemos hacer para cambiar esta triste realidad? Como es evidente que el problema es político, se deberá confrontar con buenas políticas. Generar incentivos para que haya una mayor participación femenina mediante un cambio en las leyes laborales, no necesariamente a través de cuotas o aumentos salariales artificiales, pero sí equiparando, por ejemplo, los derechos sociales por maternidad entre mujeres y hombres.

En el fondo, el objetivo sigue siendo el mismo desde hace décadas: aumentar la presencia de las mujeres en el mercado laboral. Solo que ahora conseguirlo se ha convertido en una cuestión de urgente necesidad para la economía. 

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