“No hay necesidad de esperar a que el Presidente nos salve, o que el Tribunal Supremo nos salve, o que alguien más haga el trabajo por nosotros. El momento de la unidad y la unión de los corazones fue antes de que llegaran al poder: ahora es el momento de resistir y declarar huelga a todo lo posible”
Con estas trepidantes palabras, el historiador Yuval Harari urge a la ciudadanía global para que entienda su lugar en una sociedad que parece desfallecer o estallar ante la tormenta autoritaria que anuncia este intrincado siglo XXI, pletórico de luces y sin embargo tan incierto; tan urgente de esperanzas y respuestas.
Y en efecto: nadie hará por hondureñas y hondureños lo que no seamos capaces de hacer por nosotros.
Ya el sátrapa que gobernó antes nos urgía entregar el territorio para que empresarios foráneos vinieran y, definiendo sus reglas, hicieran más eficiente la producción y así salir de la pobreza. La señora Castro, de manera análoga, nos dice que para frenar la corrupción es necesario traer fiscales extranjeros, que hagan la investigación que el inepto fiscal que durante 10 años ha ocupado el asiento del Ministerio Público, no ha podido.
No tal. Ni uno ni otro. No debería ser necesario ceder soberanía. Por el contrario, hay que cuidarla. El problema es que no nos creemos a nosotros mismos; somos acomplejados, pensamos lo peor de Honduras y de lo hondureño. ¡hay que cambiar!, pero no sucederá si primero no cambiamos nuestra forma de ver la vida.
Es cierto, vivimos en una constante deriva de enfrentamiento y ya sabemos: confrontación y diálogo: dos modos de hacer política a los que suele considerarse excluyentes olvidándose que el uno no se puede constituir sin el otro.
Las diferencias, los pleitos y el diálogo son, en efecto, parte integral de la política. Lo importante es que no existan separadas. La confrontación sin posibilidad de diálogo conduce a callejones sin salida e incluso al imperio de la violencia. El diálogo sin confrontación lleva a la disolución de la política como sustitución de la guerra, pues sin disensos la política carece de sentido.
Cada vez que la confrontación asoma, saltan voces pidiendo un dialogo. Después nos quejamos diciendo que el tal se convirtió en perorata, que nada se sacó, que fue un distractor para evadir la problemática. Hay confrontación, sí, quizás tanto como en 2009, pero para que la combinación fructifique hay que actuar de forma inteligente.
Un diálogo sin confrontación puede ser incluso más peligroso que una confrontación sin diálogo, pues al ser abandonada la confrontación desaparece la política (la política es confrontación) y así quedan todos los caminos abiertos para la violencia.
Llamémoslos enemigos en sentido clásico, o adversarios en sentido más civilizado, o simplemente contrarios u opuestos, lo cierto es que, sin antagonismos en los campos de confrontación y diálogo, la política estaría de más.
La oposición de los contrarios, vale decir, el reconocimiento de la existencia de antagonismos es la base de toda lógica política. O aún más claro: el diálogo para que sea político, debe ser el resultado de una confrontación real o potencial. Primero la confrontación (o su inminencia). Después el diálogo. Nunca al revés.
La confrontación, no el diálogo, ocupa el lugar preeminente en la política. Un diálogo sin confrontación solo se da en las relaciones amistosas. Pero la política fue inventada para relacionar a los enemigos y no a los amigos. Por lo mismo, el diálogo no puede sustituir a la confrontación. Incluso el diálogo, en política supone enfrentamiento. De otra manera no es político.
Lo importante, en todo caso, es ir más allá; entender que somos capaces de cambiar para bien y hacerlo con inteligencia. Naciones Unidas, La Unión Europea USAID y demás cooperantes son y serán siempre bienvenidos. Pero no basta –y ellos lo saben bien- con su valioso aporte. Lo único que nos podrá sacar de este entuerto es nuestro trabajo arduo y nuestra voluntad firme de cambiar. ¡Adelante!