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 La in-estimable liviandad de los sofismas

Julio Raudales

Sócrates, el más sabio de los atenienses, maestro de Platón y Aristóteles, conspicuo precursor de la filosofía humanística, no escatimaba en su menosprecio por los “sofistas”, debido al incontenible afán de aquellos por enfocar su esfuerzo a la eficacia persuasiva y no necesariamente la búsqueda de la verdad. De ahí que el término “sofisma” se refiera a un razonamiento innecesariamente complejo y principalmente falaz.

De entre el limitado y pobrísimo debate hondureño, nadie cabe mejor en la categoría de sofista que Juan Ramón Martínez. Experimentado seductor lírico, eximio usuario de la pluma y el papel, refinado hacedor de retóricas convincentes, aunque no necesariamente arraigadas en el conocimiento y la verdad. Se nos presenta, semana tras semana a través de sus columnas de opinión en diversos diarios, incluida LA TRIBUNA, esgrimiendo argumentos, muchas veces ciertos, pero en buena medida, desprovistos de arraigo en la data, y del rigor científico que siempre nos acerca a la verdad, al menos de forma temporal.

El viernes pasado volvió (ya lo ha hecho muchas veces), a alistar sus fusiles contra la Universidad. Basado en la jocunda denuncia que una chica colocó en su toga durante los últimos actos de graduación con la leyenda: “Para orgullo de mis padres, aunque si quiero un trabajo necesito recomendación política”, esgrimió la peregrina teoría de que “La Universidad prepara a sus estudiantes únicamente para ser burócratas”.

Obviando el mal uso que don Juan Ramón hace del concepto weberiano, habré de decir que el columnista centró la dura crítica de la chica, no tanto en la intención que tenía ésta de denunciar la falta de criterios honestos, transparentes e inteligentes de parte del sector público para elegir a sus empleados, sino en atacar, sin argumentos adecuados a la máxima casa de estudios, al resto de universidades y al final, a la educación hondureña.

Desconoce, sin embargo Juan Ramón, que estudios serios como el realizado por Mazzoni para la UNESCO en 2017, revelan que en Honduras, la probabilidad de ser graduado universitario y ser pobre es de apenas 1.12%, es decir, prácticamente no existen hogares cuyo jefe tenga título universitario y padezcan este terrible mal. Por otro lado, el mismo estudio encuentra que aquellas familias cuyos jefes no culminaron la educación básica tienen una probabilidad del 78% de vivir en pobreza. En resumen, está claro que, en Honduras, el nivel educativo prácticamente garantiza la movilidad social.

Quizás si cultivara la higiénica costumbre de documentar sus aseveraciones, Martinez habría averiguado que el 76% de los graduados universitarios que logran conseguir un empleo, lo hacen en el sector privado y no en el gobierno. Que los profesionales que trabajan para el sector público exhiben mejores calificaciones que los que no y, tal vez le sería útil recordar, que Ramón Villeda, José Azcona y Carlos Roberto Reina, los mejor calificados presidentes que hemos tenido, se graduaron en la UNAH. ROSUCO es de la San Carlos, Callejas, Maduro y Flores Facusse estudiaron en USA y los más insensatos y dañinos, ni siquiera terminaron la secundaria o solo sacaron unas clases.

En resumidas cuentas, hizo falta en la columna un mayor tacto y rigurosidad para propalar que la UNAH y la educación en general, no explican el desarrollo personal. Basta hablar media hora con un egresado universitario para notar como le cambió la vida gracias al paso por sus aulas. También resulta útil entender lo que sabemos por Pinker: en cualquier parte, los estudios solo corresponden a una pequeña parte del desempeño humano.

Por supuesto, no es que los campus hondureños posean un halo mágico. Tanto en Honduras como en el resto del mundo, el éxito profesional está ligado a la disposición y habilidades del individuo que, usando adecuadamente el conocimiento obtenido en el aula, forja con mayor o menor éxito su vida.  

Hay muchas cosas que deben cambiar y mejorar en la academia hondureña. La UNAH es un hervidero de ideas, movimientos y luchas para convertirla en el espacio de luz que la sociedad requiere. Acérquese usted Juan Ramón a su espacio y compruébelo. Ojalá y quienes la critican sin conocerla se sumaran a ella o a cualquiera otra para hacerla mejorar. Mientras tanto, la batalla continúa a pesar de los sofistas y nefelibatas.

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