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La estructura jerárquica de las maras en Honduras

Tegucigalpa (Especial Proceso Digital – Tercera entrega) – Siete son al menos los niveles jerárquicos que dividen el poder de las maras y pandillas en Honduras, cada uno con funciones limitadas, y a ese nivel formal, los expertos han identificado otro que se maneja con amplia discrecionalidad, pero con potente influencia: la de los profesionales y operadores políticos. 

La conformación de las maras y pandillas, sus orígenes, sus mutaciones y sus formas de operar y de relacionarse, responde también a patrones jerárquicos, y a diferencia de sus pares en El Salvador o Guatemala, los investigadores destacan niveles de mayor independencia de los grupos hondureños de sus filiales californianas en Estados Unidos.

En los testimonios obtenidos con líderes de la MS-13 y el Barrio 18 en las cárceles de máxima seguridad del país, estos comentan que el sentido de pertenencia a las maras californianas no es mucho, pues bastantes de los pandilleros hondureños deportados, regresaron y en las estructuras creadas en territorio nacional, éstas tienen sus propios códigos de manejo e independencia. De ahí que las maras salvadoreñas o guatemaltecas no tengan tanta influencia en las hondureñas, pero las relaciones son cordiales y de apoyo.

De acuerdo al equipo multidisciplinario que conformó la investigación de la ASJ y el PNUD, una de las características de las maras y pandillas hondureñas es tener un sistema complejo de competencias entre pandillas, mientras en El Salvador y Guatemala compiten dos pandillas de origen californiano como la MS-13 y el Barrio 18, en Honduras, uno de los territorios estudiados como es el de la Rivera Hernández en San Pedro Sula, las coordenadas son otras.

Ahí compiten seis grupos que van desde pandillas de origen californiano como la MS-13 y el Barrio 18, hasta bandas criminales que reclutan jóvenes como Los Olanchanos, pasando por grupos de menor envergadura como Los Tercereños, el Combo que no se deja y Los Vatos Locos.

Negociaciones clandestinas

Esta multiplicidad de actores genera una violencia más desorganizada por el control territorial, lo que hace más compleja la labor de inteligencia de las autoridades, señalan los investigadores, ya que esta proliferación de bandas, pandillas y otros grupos que luchan por territorios y fuentes de ingreso, “puede llevar a que los gobiernos negocien clandestinamente para tener un solo grupo criminal que reduzca la violencia a través del monopolio de la actividad delictiva”.

En el caso de las pandillas como la MS-13 y el Barrio 18, su identidad gira en torno a mantener un sistema de agresiones recíprocas con uno o varios grupos similares. Ahí es donde se desarrollan ideas sobre prestigio, reconocimiento y poder, conceptos que los pandilleros aglutinan en la palabra “respeto”, concluyen los investigadores del estudio.

En tanto, las bandas criminales especializadas como Los Olanchanos, su identidad gira en torno al enriquecimiento por medio de actividades ilícitas, controladas por un único patrono. “Por tanto, mientras más un grupo se acerque a la primera lógica, habremos de llamarle pandilla, y mientras más se acerque a la segunda lógica, banda criminal”, concluyen.

¿Pero, cómo operan las maras y pandillas? ¿Cuáles son sus niveles de estructura jerárquica? Según la investigación, esta relación de poder se divide en siete niveles: Líderes o cabecillas, delegados por ciudad, Los que llevan la palabra; Soldado, Gatillero, Bandera y Colaboradores o simpatizante.

Las funciones jerárquicas

Los líderes o cabecillas, es un núcleo de dirección, y son los miembros activos que tienen más tiempo de trayectoria con la pandilla y han llegado a ese nivel por su fidelidad a la misma, por la realización de asesinatos importantes a miembros de pandillas rivales, a policías o a enemigos. En la MS-13 se reconoce la existencia de un líder, mientras en el Barrio 18, el núcleo central de mando para la toma de decisiones está compuesto de varios líderes.

Los delegados por ciudad, controlan y toman decisiones gerenciales, llegan a ese puesto por méritos. La decisión de ubicarse en estos puestos viene de los “Toros” que se encuentran encarcelados. Para asegurar la convivencia y evitar la concentración del poder, los delegados se rotan cada seis meses del puesto, a través de una estructura definida con relevos.

Mientras, “los que llevan la palabra”, son los cabecillas de las “clicas” que tienen bajo su dirección un grupo de mareros o pandilleros en un barrio específico. Estos dan órdenes particulares para la ejecución de acciones y relaciones con la mara o pandilla en este nivel, y para realizar acciones importantes de órdenes que vienen de los jefes o cabecillas.

Los soldados, son los que están encargados de defender el barrio—el territorio–, son los que disparan y están en un constante adoctrinamiento.

Los gatilleros, son los que salen a cobrar la renta, a matar alguna persona fuera del barrio. Son los que tienen que ganar méritos para avanzar dentro de la estructura de la mara o pandilla, haciendo “pegadas” (asesinatos) en territorios rivales. Estos son los que están más expuestos.

Mientras, el “bandera”, es el centinela del barrio, es el que está situado en puntos estratégicos (entradas, terminales de transporte, miradores, otros) listo para alertar sobre las personas que entran y salen de la comunidad, asimismo, informa sobre la entrada de patrullas y militares, personas sospechosas o pandilleros rivales. Las banderas son jóvenes entre 6 y 14 años de edad.

Los operadores políticos

Los colaboradores o simpatizantes, principalmente son niños y jóvenes, aunque mujeres y adultos mayores son grupos también que se han ido introduciendo. En la red de colaboradores se incluyen a policías de los mandos superiores con poder para dejarlos libres de actuar en sus actividades criminales. También participan policías de la escala básica, según el informe de la ASJ y el PNUD.

A esa forma jerárquica bajo la cual operan las maras y pandillas en Honduras, se agrega una figura más clandestina, pero clave para sus acciones y proyección: se trata de los profesionales y operadores políticos. Esta persona, “tiene estudios universitarios, conocimientos y contactos en el mundo de negocios lícitos con niveles de influencia en las instituciones del Estado. Estas personas se comunican directamente con los cabecillas con apariencia más socialmente aceptable”, dice el trabajo investigativo.

Otra cualidad de estos operadores políticos, es que “actúan para tratar problemas relacionados con pandilleros, por ejemplo, defensa en juicios o trámites para licencias de operación de transporte”. Es una persona que tiene influencias con cuerpos de seguridad y operadores de justicia. La figura política es el encargado de comprar la amistad con las autoridades”, detalla el informe.

La investigación señala que la edad promedio de ingreso de una persona a maras y pandillas oscila entre los 11 y 13 años, y para muchos de ellos, estas organizaciones vienen a ser una especie de sustituto de la familia sanguínea, convirtiéndose en el espacio relacional donde resuelven sus necesidades, a quienes deben respeto en sus códigos de conducta, lealtad ciega a la cadena jerárquica y cumplen las decisiones del liderazgo.

Cuando los jóvenes son inicialmente reclutados, entran en un proceso de evaluación. Los pandilleros de mayor antigüedad evalúan a los reclutas, y si ven cualidades específicas en ellos, explotan sus habilidades para el beneficio del grupo. Por ejemplo, si son diestros en matemáticas, entonces los responsabilizan a llevar cuentas y vender droga; si es buen conductor, lo asignan de chofer, etc. En ese sentido, como toda organización burocratizada, se asignan puestos en función a habilidades y destrezas.

Entre las normas a respetar, están que, si son asignados a la venta de droga, no deben consumirla, si se les asigna el cuido de otro pandillero, no deben beber, deben cumplir con el horario de la venta de la droga y cumplir con las misiones de vigilancia que se les asigna, sin tener que preguntar de quién se trata, muchos menos que les expliquen los motivos. Si faltan a estos códigos, reciben una golpiza o “calentada”, y si aun así no aprenden, entonces “los pelan”, es decir, los llegan a matar. Es el mundo de las maras y pandillas, un mundo donde el crimen se mueve con dinero, contactos y patrones de conducta, en su mayoría, desapercibidos para la sociedad, detalla el informe.

La maras o pandillas entre las armas que más utilizan son las  nueve milímetros, calibre 38 y pistolas 3-57 semiautomáticas, según las autoridades de la Fuerza Nacional Antimaras y Pandillas, al aseverar que los pandilleros operativos—a nivel de la calle—utilizan armas livianas, mientras que las más pesadas son cuidadosamente protegidas en escondites (caletas y casas seguras), únicamente utilizadas cuando se realiza una masacre o una acción de alto impacto.

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