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La credibilidad, segundo fundamento del prestigio político

Por: Pedro Gómez Nieto

“En política, nada ocurre por casualidad. Cada vez que un acontecimiento surge, puede estar seguro que fue previsto para llevarse a cabo de esa manera” -Franklin D. Roosevelt-

La clase política, de forma general y global, está siendo afectada por una sequía ideológica que la relega a posiciones mediocres dentro del desarrollo material e intelectual hacia el que tiende la humanidad, desde que al mono se le ocurrió bajarse del árbol. Las políticas tradicionales no son capaces de adaptarse al cambio constante de las nuevas sociedades que exigen respuestas a sus necesidades de transformación, dejando al descubierto la incapacidad en formación, gestión y niveles de corrupción de sus líderes.

En los cursos de análisis expongo a los alumnos que los hechos deben ser estudiados en el contexto que se producen para entenderlos correctamente, y que nada ocurre por casualidad, como dice Roosevelt. Todo efecto es consecuencia de una causa que a su vez pudiera ser efecto de otra anterior. Igual pasa con la virtud de la credibilidad, que sustentada en el respeto -ver artículo anterior- genera la confianza. Se trata de un pilar construido por años en forma de reputación que puede dinamitarse por cualquier error. Cuando eso ocurre, al menos en política, el sujeto queda estigmatizado y mejor cambia de profesión.

Para ser creíble hay que ser genuino, autentico, mostrarse como se es, el problema surge cuando los seguidores idealizan a sus líderes. Los asesores trataran de que aparenten comportamientos y valías que no tienen, lo cual es un timo. Ya escribí sobre la mentira y el engaño; se puede mentir creyendo que lo que se dice es verdad, en cuyo caso habrá culpa, nunca dolo; pero en el engaño interviene la malicia, la intención de sacar beneficio a costa de que el receptor de la información, también la visual, se equivoque en sus apreciaciones. La sociedad acepta que el político la pifie, nunca que le engañe. Se desprecia al hipócrita que vive de las apariencias, por su falta de honestidad y de congruencia entre las ideas y la praxis. La falta de coherencia entre los pensamientos y las acciones destruye la credibilidad.

El político debe primero ser para luego poder parecer, si intenta hacerlo a la inversa estamos ante un estafador. Al final de la película “Raíces Profundas”, el pistolero protagonista, Shane, se despide del joven Joey: “Uno no puede dejar de ser lo que es, torcer su destino, yo le he intentado inútilmente”. Nasralla no puede dejar de ser lo que es, un locutor y presentador de televisión, de eso vive, pero como político es una estafa porque intenta mostrar conocimientos como estadista y cualidades que no tiene. Incluso su manifiesta bipolaridad, denunciada hasta por sus excompañeros de la Alianza (fallida), él mismo la reconoce con el pretexto de que está obligado a modificar sus criterios ante los cambios de estrategia del oficialismo. No entiende que con esa confesión acepta su falta de criterio y fundamentos políticos.

La credibilidad del político se va construyendo en base a su forma de vida y preparación para asumir las responsabilidades del puesto al que aspira. La secuencia sería: respeto, credibilidad, confianza. El político tiene que vivir lo que predica, pero no es eso lo que observamos en el locutor. Pide al pueblo la insurrección y el paro nacional mientras acude a su puesto de trabajo. Cuestionaba a las FFAA por su actuación en la crisis del 2009 y también lo hace ahora por lo contrario, ya que las insta para que cumplan con su rol constitucional. El etcétera es brutal. En Honduras no tenemos suficientes políticos respetables y menos que sean creíbles, el locutor no está entre ellos. El respeto genera credibilidad que produce confianza que se consolida con la honradez, la integridad en el obrar. Si entran en YouTube y colocan el discriminador “Nasralla contradicciones”, escucharan al showman en diferentes grabaciones como experto en mecánica cuántica, porque es capaz de decir una cosa y la contraria, intentando justificar ambas.

Escribía la pasada semana que percibimos las cosas no como son, sino como somos, y que ese axioma es básico para tratar de comprender las relaciones humanas. Cierro esta segunda entrega sobre los fundamentos del prestigio político, dedicado a la credibilidad, con una frase del psicólogo y novelista Walter Riso: “Eres lo que piensas y haces, y si no son compatibles no eres creíble”.

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