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La cárcel y el poder

Victor Meza

Tegucigalpa.- En cierta ocasión, durante una amigable cena en casa de Mario Soares, en Lisboa, el político socialista portugués que fue Primer Ministro de su país en dos ocasiones y Presidente en una (1986 – 1996), a la hora de las anécdotas, nuestro respetable anfitrión, quien había pasado largos años de su vida entrando y saliendo en 12 ocasiones de las cárceles del dictador Antonio de Oliveira Salazar, nos contó algunos de los episodios más emblemáticos de su recorrido político entre la cárcel, el exilio y el poder.

Éramos una pequeña comitiva encabezada por el guerrillero nicaragüense Edén Pastora, más conocido internacionalmente como el Comandante Cero, quien entonces gozaba de una merecida fama y respeto entre los políticos europeos, especialmente los ligados a la Internacional Socialista. Soares, apelando a su larga experiencia, nos daba consejos y recomendaba más prudencia, más pragmatismo y menos romanticismo ingenuo ante los desafíos que enfrentaba entonces la revolución en Centroamérica. Su experiencia carcelaria había sido un valioso insumo para su posterior desempeño en la función política y en el ejercicio del poder. Era un hombre prudente, modesto y, para beneficio nuestro, generoso al momento de dar recomendaciones y relatar enseñanzas. Con discreta mordacidad, no vaciló en reírse de los desplantes que habían cometido recientemente algunos comandantes sandinistas en las reuniones de la organización Internacional de los socialistas del mundo.

La lista de los políticos que han salido de la cárcel para llegar a las alturas del poder, haciendo en corto tiempo histórico el fascinante recorrido desde su celda carcelaria hasta el palacio presidencial, es amplia y variada. Hay casos emblemáticos como los de Nelson Mandela en Sudáfrica o el de Vladislav Gomulka en Polonia, quienes después de purgar largas condenas en la cárcel, lograron alcanzar y controlar la cúspide del poder político en sus respectivos países.

Pero no todo presidiario califica y puede ser un candidato idóneo para gobernar un país. Como ya se sabe, los hay de todo tipo y plumaje, desde los que guardan prisión por causas de delincuencia común o crimen organizado, hasta los que están encerrados por sus ideas y acciones políticas, sean del color y trasfondo ideológico que sean. Los presos políticos, casi siempre personas con ideales y convicciones a las que se aferran con pasión de conversos, son, por lo general, personas dignas de respeto y consideración. Asumen su sufrimiento carcelario con valor y decisión, sin hacer concesiones fáciles a la resignación y la desesperanza. Siempre están pendientes del día en que podrán recuperar la ansiada libertad y reincorporarse a sus deberes cívicos y a su pasión política. Lo se por experiencia personal.

Pero – justo es decirlo – también hay otros presos, que sin ser forzosamente políticos ni contarse entre las víctimas de las represiones ideológicas, albergan la íntima ilusión de retornar a las calles para buscar los hilos del poder y confeccionar el ovillo de sus propias ambiciones. Estos soñadores cautivos cuentan con partidarios libres que los promueven y alientan en la consecución de sueños casi imposibles.

Toda una legión de embaucadores, truhanes de la politiquería y, sin duda, no pocos ingenuos e ignorantes, conforman la variopinta muchedumbre que pretende pavimentar el camino desde la cárcel hasta la Casa de Gobierno. Saben que no es fácil pero lo intentan, porque en eso consiste el negocio y la posibilidad remota de hacerse con una cuota, no importa cuán insignificante sea, del poder que se vislumbra en perspectiva.

Es la expresión suprema de la degradación política y el envilecimiento colectivo de miles de compatriotas que, carentes de la racionalidad ética necesaria, ven en el quehacer proselitista una vía expedita para mantenerse activos a la hora del nuevo reparto del botín estatal. Trujamanes de feria, gansos del capitolio, como decía el poeta León de Greiff.

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