El uso parasitario de las redes de telecomunicaciones por parte de los grandes repositorios globales de contenidos, como Facebook, Google, Amazon o Netflix, es uno de los mayores puntos de tensión con los operadores de telecomunicaciones; un conflicto que podría dirimirse gracias a diversos proyectos de conectividad transoceánica promovidos por estas compañías.
¿Por qué las grandes empresas de Silicon Valley quieren invertir en redes?
Aunque la percepción que los ciudadanos comunes tiene de internet es la de una red principalmente inalámbrica, en la práctica es todo lo contrario; gracias a más de mil millones de metros de cable de fibra óptica submarina en los cinco continentes, es posible que la banda ancha fluya en todos los hogares y las empresas.
El primer cable submarino se instaló en los años cincuenta del siglo pasado viabilizando la telegrafía intercontinental. Desde entonces, muchos más cables submarinos se han instalado por parte de empresas de telecomunicaciones unidas en consorcios.
En la actualidad, la red global está compuesta por más de más de 426 cables submarinos, distribuidos por los mares del mundo[1].
Compañías como CW Networks, ATT, América Móvil, Sprint, News Corporation, Verizon, Deutsche Telekom o Vodafone son las propietarias de la mayoría de las redes de fibra óptica submarinas, especialmente las que atraviesan el atlántico norte[2].
El uso abusivo de las redes de telecomunicaciones
Como lo hemos analizado muchas veces en el pasado, el mecanismo de distribución de la mayor parte de los contenidos de las grandes empresas de Silicon Valley se realiza sobre redes externas, sin pagar por su uso, amparados en el principio de neutralidad de red.
En términos simples, una empresa de telecomunicaciones debe invertir mucho dinero en desplegar redes, ya sea alámbricas o inalámbricas, para llevar internet hasta el usuario final. Un servicio que, en teoría, le debe permitir al usuario consumir todo tipo de contenidos y servicios originados alrededor del mundo.
Este potente concepto a principios de siglo era muy plural, pues ninguna corporación concentraba más del 10% del tráfico total de datos por la red.
La totalidad de las redes submarinas de fibra óptica son financiadas con recursos de empresas de telecomunicaciones, sin que estas reciban una compensación por parte de compañías como Facebook, Netflix o Uber por su uso, sin importar que estas compañías amasen fortunas sobre estos cables.
En la actualidad, datos de Statista evidencian que en promedio entre Google, Facebook, Amazon y las OTT de video como Netflix, se concentra el 70% del total del tráfico global de internet, lo cual representa un problema colosal, teniendo en cuenta que la mayor parte de ese contenido es video y esto demanda, de manera permanente, mayores capacidades de ancho de banda.
Tal situación obliga a las empresas de telecomunicaciones a realizar enormes inversiones para soportar ese tráfico, sin que sea posible aumentar los costos del servicio por las lógicas propias del mercado y sin que las tecnológicas de Silicon Valley asuman los sobrecostos.
Un paliativo útil pero insuficiente
Como solución ante el problema de la congestión de las redes, Google, Facebook, Netflix y muchas otras grandes corporaciones han optado por instalar servidores de datos denominados CDN (Content Delivery Network), que disminuyen en gran parte la carga del tráfico internacional y alivian la presión en las redes de las empresas de telecomunicaciones. Sin embargo, este esquema solo beneficia a las grandes corporaciones de las telecomunicaciones y deja por fuera a los operadores pequeños, especialmente aquellos de origen comunitario, cooperativo y a las WISP (Wireless Internet Server Provider).
Otro riesgo potencial de los CDN es que son instalados discrecionalmente por las corporaciones como Google en los operadores que ellos consideren adecuados, alterando el equilibrio mismo de neutralidad tecnológica de la red, pues favorecen unos operadores sobre otros. Pero, sobre todo, el mayor riesgo reside en que Google es la dueña del equipamiento que entrega en comodato, esto permite que la compañía lo pueda retirar en cualquier momento. En términos simples, esto podría significar el colapso del ancho de banda de cualquier empresa de telecomunicaciones, tema que desarrollaremos más ampliamente en un próximo artículo.
Controlarlo todo para evitar riesgos y conflictos
A medida que las grandes empresas tecnológicas de plataformas de contenidos, como Amazon, Microsoft, Google y Facebook comenzaron a demandar más ancho de banda para la trasmisión de datos, apareció también la necesidad de tener un mayor control sobre la infraestructura; es decir, soberanía de redes. De esta forma se disminuye el riesgo asociado a la falta de gestión de la infraestructura. En otras palabras, se evita un desalojo virtual como consecuencia del uso parasitario de redes, que, si bien en teoría no es posible por el principio de neutralidad de red, es un riesgo latente.
Es por lo anterior que en 2016 las compañías gestoras de contenidos, impulsadas por la explosión de la demanda de video y las ventas online, empezaron a invertir, primero, en proyectos liderados por las telcos y, luego, en sus propias iniciativas de conectividad, con múltiples tecnologías tanto experimentales como tradicionales.
Google pasó de depender de cables ajenos a mediados de la década, a tener participación en el 8,5% de la extensión de cables submarinos de mundo para 2020[3]. Además, es el dueño único del 1,4% de dicha red.
Los mismos pasos los siguieron Facebook, con 91.000 km de cables; Amazon, con 30.500 y Microsoft, con 6.600 km. Y así, de repente, estos nuevos actores comienzan a ocupar un importante nicho en la más fundamental infraestructura de comunicaciones del momento.
La palabra clave: la nube
La pregunta es ¿por qué se volvió tan fundamental para estas empresas ser propietarias de unas redes que antes alquilaban? La respuesta está en el concepto de nube, que paradójicamente se refiere a algo que está en servidores terrestres y CDN repartidos por todo el planeta y cuya trasmisión de datos, en un 96%, transcurre por los oscuros y helados fondos oceánicos. Tan solo una mínima parte, menos del 3% del tráfico troncal de datos de internet, usa satélites o espectro, especialmente para servicios de última milla, aunque la llegada del 5G seguramente aumentará dicho porcentaje.
La enorme cantidad de información almacenada en dicha nube requiere no solo transmisión estable, sino además velocidad y baja latencia, lo que obliga tanto a los proveedores de almacenamiento (el mayor del mundo es, precisamente, Amazon) como a los servicios que mas usan ese almacenamiento (como Google, con Youtube y Drive) a disponer de más y más cables.
Por otro lado, a la superautopista submarina entre Estados Unidos y Europa le apareció una seria competencia: la autopista del Pacífico, que une el mercado estadounidense con Japón y con las crecientes y prometedores economías del sureste asiático (recordemos que, por ejemplo, Indonesia es el cuarto país más poblado del mundo, y esos 300 millones de habitantes aumentan su consumo de internet año a año).
Internet y sus cables: en el centro de las intrigas geopolíticas
Por supuesto, el gran actor que cambió el equilibrio en el negocio de los cables del siglo XXI es China, y fue hacia China a donde se dirigieron todas las miradas de los inversionistas occidentales. Tanto que el mayor megaproyecto de las tecnológicas Google, Facebook y Amazon, CAP-1, comenzó en alianza con China Mobile y partía del puerto de Hong Kong para llegar a California, pasando por Filipinas. El cable de seis hilos de fibra óptica que permitirá una capacidad de transmisión de 108 Tbps, estaba pensado para tener 14 000 kilómetros de longitud y pretendía ser inaugurado este mismo año (2022)[4].
Sin embargo, en 2019 al proyecto se le interpuso la guerra comercial y política entre el gobierno de Donald Trump y China, causada en parte por la alarma ante el creciente control de la información mundial por el gigante asiático y en parte por la necesidad populista de encontrar un enemigo externo que “amenazaba” el comercio estadounidense.
Tras la polémica acusación de que Beijing estaba usando las redes de datos en las que invertía para robar información esencial a los demás países, la administración Trump lanzó un plan llamado Redes Limpias. Este presionó a los inversionistas del país para que las nuevas redes no tocaran centros controlados por China. Con este panorama, China Mobile se retiró del proyecto CAP-1, y otros proyectos, como la red de Google y Amazon “Apricot”, que reforzará las comunicaciones entre Japón, Taiwán, Guam, Filipinas, Indonesia y Singapur, también dejaron a China y a sus compañías fuera.
Aunque con el pronto final de la administración de Trump esas medidas populistas se relajaron, por ahora China quedó por fuera de esos planes, razón por la cual, en la práctica, este y otros proyectos terminaron siendo exclusivamente apalancados por compañías de Silicon Valley, que muy seguramente antes de finalizar la década se convertirán en los principales proveedores de red y conectividad en el mundo, constituyendo un nuevo tipo de monopolio mucho más peligroso aún, pues ya no se trataría solamente de contenidos, sino también de redes.
En conclusión, la conectividad submarina es la principal infraestructura tecnológica que soporta y aloja la denominada nube. Gracias a los cables de fibra óptica, que atraviesan océanos y conectan continentes, cientos de millones de personas acceden a diario a la red, lo que ha convertido esta tecnología en la más neurálgica para el control de la geopolítica contemporánea.
Gobiernos y proveedores de tecnología han invertido colosales sumas de dinero en un esfuerzo al que ahora se suman los proveedores de contenido como Google, Amazon o Facebook, quienes, en busca de mayor soberanía, impulsan proyectos de conectividad submarina alrededor del mundo, logrando muy seguramente quedarse con la mayor parte de dicha infraestructura antes de que termine esta década.