Tegucigalpa – Miles de personas transitan a diario por el centro histórico de la capital de Honduras, cada una de ellas protagoniza una realidad diferente, sus historias son parte de esas vivencias urbanas que marcan la existencia de Tegucigalpa.
– Malos olores, prostitución, conflictos y miles de historias muestran el drama en el centro histórico de la capital hondureña.
Algunos transitan para abordar su autobús o taxi para llegar a sus empleos o a sus casas, otros se sitúan todo el día en la zona porque son vendedores ambulantes, muchos se sientan en el parque central desesperanzados por no tener empleo, también circulan trabajadoras sexuales buscando clientes, predicadores de los evangelios, artistas, viejos abogados, amigos que se encuentran cotidianamente y muchos hondureños con problemas mentales o crisis depresivas y alcohólicas. Los niños de la calle ponen una nota, especialmente, gris en el ambiente.
Mujeres mayores de 40 años se prostituyen en el centro de la capital de Honduras. Allí las historias son dramáticas. Dementes gritan todo el día sin pena, con ropas sucias y escasas, en muchos casos. Los “pateros” (alcohólicos), que se duermen en la plaza central contrastan los malos olores provocados por sus sucias vestimentas y falta de baño, con el ambiente pesado que emana de las evaporaciones y cloacas vencidas por el tiempo.
En la celebración del 438 aniversario de Tegucigalpa, ¿cree que la ciudad se ha desarrollado en los últimos años?
— Proceso Digital (@ProcesoDigital) 28 de septiembre de 2016
También se encuentran historias de personas perseverantes que, vendiendo chips de celulares, cargadores, ropa interior, maquillajes, juguetes y hasta mascotas, ganan algo de dinero para darle de comer a sus familias.
La mochila de Leonel
Unos 80 lempiras es lo que hace diariamente un vendedor de maquillajes de mujer de ganancia por sus ventas en el parque central de Tegucigalpa. En la zona peatonal no hay vendedores estacionarios, la zona fue recuperada desde hace unos ocho años y ha logrado mantenerse como espacio libre para la circulación de los peatones, pero esas características parecen no motivar a las autoridades locales a maquillar su aspecto.
Esa es la historia de Leonel Bautista, un vendedor de maquillaje que lamenta andar su producto escondido en mochilas para evitar que la osca policía municipal se lo requise.
Bautista revela que, aunque no gana mucho dinero vendiendo maquillaje, es la única opción que tiene para poder llevarle comida a su familia.
“Vendo sombras, brillos, lápices entre otros maquillajes para mujeres. La vida del centro es bonita porque pasa mucha gente por acá”, empezó contando Bautista para luego agregar que “todo el mundo tiene que trabajar, pero la sociedad porque tiene un trabajo con salario nos ignora”.
Luego comentó como muchas veces ha tenido que salir corriendo para evitar que le decomisen su mercancía y eso dice sería “lo peor porque ya no tendría para comer ese día…nos dicen que tenemos que pagar impuesto y estoy de acuerdo, pero no es fácil porque apenas hago 80 lempiras de ganancia al día”.
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El recuento desde el quiosco
Minutos antes de conversar con Leonel Bautista, nos acercamos al quiosco donde venden el periódico por la mañana y productos escolares y para niños por la tarde noche.
El vendedor del quiosco solo quiso ser identificado como Arévalo, se sentó unos minutos a conversar con Proceso Digital y contó muchos detalles de la vida en la plaza central “Francisco Morazán”. “Miras aquella mujer que está sentada entre esos señores (una aproximada de 40 años), es una prostituta”, contó.
Y prosiguió: “Aunque no creas muchos señores la contratan y hasta varios jóvenes. Sería mentirte decir cuánto cobran porque no me llevo con ellas. Tampoco con aquellas que se llevan en la esquina (frente a un restaurante)”.
Zafarrancho
Cuando el “canillita” estaba contando sobre las mujeres que se dedican a la prostitución, apareció un agente municipal, corriendo a toda velocidad porque le había decomisado unas tajaditas a una vendedora y todos las que estaban con ella lo perseguían con cuchillos y piedras.
“Escóndete acá, se puede armar macaneo (zafarrancho), entre los vendedores y los municipales”. ¿Qué pasó?, le preguntamos. “Las conozco, ellas venden tajadas y les decomisó la mercadería, eso pasa todos los días acá. Ya es normal”, explicó mientras tenía a su hijo entre manos con temor a que se armara un combate. Una señora identificada como doña Alma se lamentaba.
Otra mujer de nombre Isis Herrera, quien caminaba por la calle peatonal, nos comentaba que ella está de acuerdo con que los vendedores no ocupen los espacios del Paseo Liquidámbar y de la Plaza Morazán, pero, -dice, – debe ofrecérseles una solución – “pienso que deben estar en otro lugar porque uno no puede ni pasar porque se toman las calles”, expresó.
Mientras conversábamos con la peatona, en una esquina un predicador estaba con un parlante evangelizando y advirtiendo lo que pasaría si el fin del mundo fuera hoy, casi todos lo ignoraban.
Más adelante un señor vendía un par de perritos y dos muchachos se mostraban como estatuas vivientes. El arte de la calle hacía, a través de ellos, un pequeño asomo en el Paseo Liquidámbar.
Se oculta el sol y…
Mientras los “bolos” (alcoholicos) rogaban por un lempira para ajustar y comprar su trago de guaro, indigentes, dementes y ladrones también ocupan sus espacios, muchos de ellos, estratégicamente colocados.
“Lo que más me incomoda son los “bolos”. Le pido a las autoridades que tenga más cuidado con la higiene, sobre todo en los lados pegados a las iglesias”, advirtió la peatona, doña Alma al detallar como usan los cimientos de las enormes paredes de la catedral para orinarse y hasta para defecar.
Pasaba la tarde y el sol ya se estaba escondiendo cuando observamos a una demente que empezó a quitarse la ropa frente a la catedral. Al mismo tiempo se miraban como los vendedores empezaban a posesionarse de la zona poniendo banquitas y sus productos aprovechando que ya era hora de salida para los agentes municipales.
Las trabajadoras sexuales se reacomodaban en la búsqueda de clientes.
A partir de las cinco de la tarde también los delincuentes empiezan a rondar y apropiarse de los espacios en el centro histórico de la capital hondureña.
Poco más allá del final de la zona peatonal, un refugio da cabida a niños de la calle, allí en Casa Alianza al menos un centenar de niños se guardan temporalmente, mientras voluntariamente desean guarecerse.
La directora de desarrollo de Casa Alianza, Isabel Arévalo, dice que “actualmente tenemos más de 100 jóvenes, pero podemos llegar a albergar hasta 130 niños”.
Así, en la víspera del cumpleaños número 438 de Tegucigalpa, la capital hondureña, las historias urbanas en el corazón de la ciudad poco trascienden, no tienen un cronista que se ocupe de ellas…