Parece que se ve una luz al final del túnel en que los hondureños hemos deambulado a lo largo de la historia.
Lamentablemente, se trata de los focos de un camión que viene de frente a nosotros. Una enorme máquina destructora, conducida por políticos irresponsables que, con el ya trillado discurso de “querer proteger al pueblo”, van a terminar aplastándonos a todos y todas. ¡Hay que impedirlo!
La última bufonada: el presidente, en una acción cundida de ligereza, revirtió el incremento tarifario de 9.2%, anunciado por la Comisión Reguladora de Energía Eléctrica (CREE). Y no es que la medida no hubiese tenido repercusiones negativas en la competitividad del país, pero se supone que una decisión de este tipo debe realizarse considerando criterios estrictamente técnicos y no el voluntarismo de un gobernante que pareciera que está en campaña.
Pues parece que no es así, ya que, si el jefe del ejecutivo se da el lujo de obviar el criterio de los expertos y decidir él, cual debe ser la tarifa de equilibrio en el mercado energético, cabe hacerse la pregunta ¿Entonces para que existe ese ente regulador?
Pero así son las cosas cuando quienes gobiernan no lo hacen con seriedad. Para casi nadie es ajeno el hecho de que la ENEE está al borde del colapso, que la explicación de tal miseria obedece al manejo chapucero que los políticos han hecho de ella durante décadas, al igual que del resto de las empresas públicas del país: Hondutel es un fantasma, también la Empresa de Ferrocarriles, Correos de Honduras opera con números rojos y pare usted de contar. Lamentablemente, las empresas públicas hondureñas son una carga para el fisco y parece que ello no podrá cambiarse en el corto plazo.
Un interesante diagnóstico elaborado por el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la UNAH, que a su vez sirvió de base para elaborar la Estrategia Nacional Empresarial de Honduras que presentó el COHEP esta semana, muestra con claridad las enormes brechas que limitan el crecimiento inclusivo del país en las áreas claves para la sociedad, iniciando con el llevado y traído Estado de Derecho, hasta el elemento clave y abrasador del Capital Humano.
El citado diagnóstico se complementa con una propuesta de medidas de política que, si se implementan de forma rigurosa y ordenada, podrían convertirse en el revolvente que el país requiere para enrumbarse hacia el desarrollo.
Lo más valioso del trabajo, es que muestra un claro desprendimiento de parte del sector empresarial, que esta vez a diferencia de anteriores, no centra su propuesta en acciones que únicamente beneficien al capital. ¡Qué bueno que empezamos a comprender la importancia de ser inclusivos, de jugar como equipo, porque si el barco navega raudo, todos nos beneficiamos!
Sin embargo, el eje central de éste, como de cualquier portafolio de medidas y recomendaciones de política, pasa por la voluntad que muestre quien debe echarlas a andar, y eso es lo que lamentablemente nos ha fallado.
No nos han faltado buenos planes, nos faltan políticos serios y capaces de entender que el manejo del estado no es oficio de personas frívolas o ignorantes.
En Honduras, desde tiempos inmemoriales, cada una de las administraciones, legítimas o no, hacen caso omiso de los acuerdos establecidos en constitución, leyes, normas e incluso costumbres y usos. Los presidentes y sus crecientes tendaladas de acólitos y sicofantes, manejan la cosa pública a discreción y lo que es peor, confiando principalmente en sus instintos, por encima del criterio calificado de quienes se han preparado para resolver los problemas que aquejan a la sociedad.
Pero la historia nos enseña que el progreso y la paz, son consecuencia de pequeñas coyunturas críticas impulsadas por una ciudadanía fuerte, capaz de coaccionar a los que gobiernan para que actúen de forma coherente con su mandato y no con su intuición o en respuesta a intereses limitantes.
Pronto tendremos los hondureños, la posibilidad de hacer que las cosas cambien, pero solo sucederá si la ciudadanía, aparte de elegir bien, aprende a exigir bien.