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Hablando de platillos voladores…

Julio Raudales

¡Ahora resulta que en Honduras todos somos liberales!

Raudos y entusiastas abrazamos los principios y la moral que la ilustración propalara en el siglo 18 y que, como un hálito de lluvia fresca, generó la mayor oleada de bienestar de la historia.

“Yo soy de ideas liberales” alega el uno “Me fui para LIBRE dos veces porque quería sacar a Juancho y su camarilla y para ello me vi forzado a hablar a favor de Maduro el dictador venezolano e incluso a decir que en Corea del Norte todos tienen trabajo, mentí, sí, pero lo hice para salvar a Honduras”

“Yo pido perdón por haberme ido, siempre fui liberal, me enojé y te fui infiel, pero no me enamoré, tú siempre has sido y serás la única y aquí vuelvo contrito y humillado a casa, con los míos”.

“Al final, todos somos hijos de ese gran partido. De allí se fue Manuel Bonilla a comienzos de siglo, también Carías a fundar la dictadura y, por qué no, el patriarca Zelaya salió de ese partido a cruzar el Mar Rojo en pos de la refundación. ¡Todos en Honduras, en el fondo, somos liberales!”

Pero ¿Es el Partido Liberal de Honduras realmente u partido liberal o se trata solo del secuestro de un adjetivo para lucirlo como panfleto o colgajo indumentario?

Examinemos un poco la raíz: John Locke el filósofo inglés que inició el estudio de esta forma de vida que confrontó de forma atrevida la hegemonía clerical de entonces, asumió como válida la existencia de un derecho natural que garantizaba al ser humano la vida, libertad y la propiedad. ¿Nada más? Así es, nada más.

Eso fue lo que “copiaron” en el último cuarto del siglo 19 Barrios en Guatemala y la dupla Rosa-Soto en Honduras. Se les fue por alto, sobre todo al “prócer del billete de a dos”, que quizás Locke asumía que este derecho natural excluía el “hacer negocios personales” utilizando el poder cuando fuera concedido. Y así empezó la historia de un desaguisado “liberalismo de rótulo” en el pobre país centroamericano.

Casi un siglo después, un ilustre médico ocotepecano, el único presidente digno de ese nombre que hemos tenido, esgrimió, movido por sus circunstancias, la conspicua idea de traer el “estado de bienestar” con seguro social, código del trabajo, reforma agraria y otras iniciativas “socializantes” que ¡TAMPOCO SON LIBERALES!  si nos atenemos a Locke, Bentham e incluso Valle o Rosa.

¿Y qué decir de Rosuco y sus herederos? ¿Podremos vindicarlos como auténticos liberales?

Quizás valga la pena repetir aquí de forma breve, lo que el consenso de la Internacional Liberal acota como “Principios básicos del orden liberal”:

Primero: Individualismo antes que colectivismo; de ahí la Igualdad sí, pero solo ante la ley; tres, irrestricta libertad personal; cuatro, respeto a la propiedad privada; cinco, autonomía contractual; seis, reparación de daño, es decir, quien viole el derecho ajeno debe pagar por el perjuicio causado; siete, libertad de asociación; ocho, mercado libre; nueve, gobierno limitado y; diez, globalización.

Es un decálogo sí, y aunque pueda sonar mosaico, parece un buen principio si es que queremos entender en qué consisten las ideas que construyeron el milagro que empuja el desarrollo. Alberto Banegas Lynch, el afamado pensador argentino de moda lo resume en una máxima casi popperiana: “Se trata pues del respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo bajo el principio de no agresión y defendiendo el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”.

Es una píldora comunicacional, casi un himno de alto contenido conceptual que encierra la columna vertebral de espíritu liberal. Parece mentira que haya que gastar caracteres para aclarar que, si esa definición la recitan más de dos personas, no es fanatismo religioso; tampoco lo es cuando cantamos el himno o si en las escuelas y colegios los maestros se atreven a guiar a las jóvenes a recitar el Preámbulo de la Constitución o cuando un coro canta una ópera.

Podríamos así construir hegemonía a lo “gramschiano” para meterlo en nuestra cultura y así poder decir un día que en efecto ¡Todos somos liberales!

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