Fukuyama y las cuatro narrativas de la historia

José S. Azcona

Acabo de terminar el libro «El fin de la historia y el último hombre» de Francis Fukuyama (1998). Contrario a la reputación que tiene de dar por terminados los procesos históricos con la victoria de la democracia liberal, este trata de recoger las principales vertientes del pensamiento sobre temas políticos para explicar el progreso, incluyendo sus amenazas.

De las referencias que hace a diferentes fuentes de pensamiento, se puede concluir que hay cuatro narrativas distintas que se pueden asociar con su exponente más prominente (esta es mi conclusión propia). Estas son Liberalismo clásico (Hobbes y Locke), Constitucionalismo (Hegel), Socialismo (Marx), y Señorío (Nietzsche). Las dos primeras tienden a converger en una democracia liberal y social moderna, y las otras dos (aunque peligrosas) tienen elementos válidos de análisis que una sociedad necesita incorporar.

El liberalismo clásico anglosajón se basa en que los humanos somos libres por naturaleza y creamos el estado para salvaguardar nuestra libertad y propiedades. Ya en el «Leviatán» de Thomas Hobbes (1651) estaba plasmado el principio de constitución del estado con un acto deliberado de las personas, aunque este se entendía como absolutista. De esto a John Locke y sus «Dos tratados sobre el gobierno civil» (1689), donde se establecen las condiciones de un gobierno liberal, solo hay un paso. Es importante ver que en este sistema el estado es considerado una necesidad mínima, y prima el interés individual. La revolución inglesa (1688) y norteamericana (1776) dan vida concreta a esta ideología.

La filosofía de Georg Hegel, especialmente «Filosofía de la Historia» (1829) puede considerarse el epítome de las bases intelectuales del constitucionalismo. Esta teoría dice que los humanos, además de la necesidad de salvaguardar nuestros intereses, tenemos necesidad de reconocimiento de parte de otros. En el proceso de la historia se llega a un sistema constitucional basado no solo en la libertad, sino también en el reconocimiento de la dignidad humana. La Revolución Francesa (1789) y las fallidas revoluciones de 1848 en Europa representan este pensamiento en acción.

El marxismo (tan conocido que no necesita descripción) está asociado de forma más directa que las demás narrativas con la figura de su fundador, Karl Marx. Marx toma de base la dialéctica de Hegel y construye una narrativa de la historia basada en el mecanismo de los medios de producción con observaciones muy profundas sobre la realidad de su tiempo. En el «Capital» (1862) —obra que no he podido leer en su totalidad por su densidad asombrosa— desarrolla sus teorías de manera muy certera. Esta narrativa ha servido para corregir deformaciones e injusticias a lo largo del tiempo, pero solo ha funcionado al aplicarse como un correctivo. La Revolución Rusa (1917) y China (1949) son los dos ejemplos más importantes de acción.

El Señorío de Friedrich Nietzsche se basa en la necesidad de mantener la voluntad y capacidad de acción que solo son posibles en una sociedad desigual. La desigualdad es la única fuente de altos logros humanos, y existe una añoranza por un tiempo pasado o un futuro posible donde esta exista. José Ortega y Gasset en «La rebelión de las masas» (1929) complementaba este pensamiento. En la práctica, este se manifestó en el Fascismo de Mussolini (1922) y el Nazismo de Hitler (1933), con el consiguiente desprestigio de esta narrativa. Sin embargo, esa necesidad humana de sobresalir no puede ser descontada del todo.

Las primeras dos narrativas convergen eventualmente en una democracia moderna, próspera y tolerante. No existen modelos alternos factibles: nadie aspirará a reconstituir un estado comunista, fascista, esclavista, imperialista, monárquico, o tiránico. Aun un estado autoritario o dictatorial no anuncia una intención de permanencia, sino necesita excusar su existencia con una idea de transitoriedad. Cuando Vladimir Putin cambia la constitución rusa para llegar a poder estar casi 30 años en el poder, enuncia que su caso es excepcional y debe ser el último. El análisis de Fukuyama sigue siendo válido: la democracia liberal y próspera es la aspiración general de la humanidad. Esta no debe de ser solo de bienestar material, sino que debe abarcar componentes de respeto a la dignidad humana de todos, combate a la desigualdad, y oportunidades de éxito. Es tarea nuestra el educarnos y trabajar para construir las condiciones en las que puedan continuar surgiendo (ya que nos falta mucho) en Honduras.

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