Fidel Castro: 58 años sinceramente equivocado

Por: Ernesto Gálvez

Tegucigalpa.- No hay ninguna duda que el comandante Fidel Castro ha sido el político latinoamericano del siglo XX, aunque su vigencia abarcó un poco más.

Los datos sobre su vida han interesado a millones de humanos en todo el mundo por diferentes motivos: admiradores por su resistencia antiimperialista, por sus discursos de hasta 6 horas continuas, por sus 58 años conduciendo una “revolución” que nunca terminó ni terminará, ya que la utopía no fue más que la misma quimera de los teóricos del socialismo “científico”, fase previa del comunismo también “científico” como esa fase del final de la historia política donde los seres humanos llegarían a un punto de perfección que no existiría la necesidad de gobierno de ningún tipo; aún de la familia.

Tampoco se pudo cumplir cabalmente la fase socialista que suponía el poder de la clase obrera como la “clase revolucionaria”, donde se concretaría el control de los medios de producción y por los trabajadores y un alto crecimiento de las fuerzas productivas, pero que el principio de ese socialismo sería una “dictadura del proletariado”, como la fase necesaria de mucha fuerza para destruir a todos los contra-revolucionarios opuestos al socialismo, como primera fase del “comunismo científico”. Esa parte destructiva sí fue real.

Seguí con fidelidad los acontecimientos del movimiento socialista mundial, siendo la caída del socialismo en la desaparecida URSS el primer impacto que sacudió mis entrañas ideológicas, sobre todo, porque sucedió por causas estrictamente internas; el “imperialismo norteamericano” no disparó un tiro contra ella y el intento democratizador de la Perestroika de Mijaíl Gorbachov, no fue más que una un calmante que no incidió en la restauración del decadente socialismo soviético instalado por Lenin, conducido con mano de hierro por José Stalin por 30 años, responsable del genocidio político de 23 millones de soviéticos; continuado por Nikita Krushev quien fue sustituido por Mijaíl Gorbachov, ratificado por la caída del Muro de Berlín en 1989 que le puso el epitafio a la Primera Revolución Socialista del mundo, inaugurada en 1917, constituyéndose la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, dirigida por Vladimir Illich Lenin y una pléyade de pro socialistas, no sin ir sorteando una serie de “revisionistas” y contrarrevolucionarios sobre los cuales cayó todo el peso de la “dictadura del proletariado” cuyo máximo homicida de lesa humanidad fue José Stalin quien es el responsable del asesinato político de más de 25 millones de soviéticos durante casi 30 años de “la primera revolución socialista del mundo”.

Y lo peor fue que los obreros nunca llegaron al poder, tampoco los campesinos sino, más bien la burocracia de los de cuello blanco, disfrazados de miembros del buró político del Partido Comunista de la Unión Soviética PCUS. La propiedad de la tierra fue quitada a sus dueños y se obligó sin éxito al colectivismo agrario a los productores rurales; las estructuras industriales de algunas ciudades como San Petersburgo y otras ciudades soviéticas fueron convertidas en propiedad del Estado Socialista y la calidad de los productos y la productividad fue decayendo poco a poco a pesar de las recurrentes campañas de ideologización colectivista y de miles de medallas y diplomas para sus mejores exponentes. La corrupción fue la gangrena que envenenó las entrañas del modelo “socialista” soviético. Lo mismo ocurrió en los países invadidos como Polonia y Checoeslovaquia.

Pero el suscrito, con olfato sociológico desarrollado por la misericordia de Dios, logró abandonar toda la plataforma del pensamiento político leninista, cuya base filosófica lo constituye el pensamiento del materialismo histórico y dialéctico desarrollado especialmente por Karl Marx y Federico Hegel, como los máximos exponentes, para luego abrazar el cristianismo basado en la Biblia, cuyo primer desmontaje epistemológico constituyó el descubrir que la naturaleza humana no era buena o “sin información” como lo aprendí en mis años del engaño marxista-leninista en mi indefenso intelecto que lo más que supe de Dios en mis años infantiles de la tradición católica familiar, eran los rezos, letanías y vía crucis de un Cristo muerto; tan muerto que lo tenían que llevar en hombros. Ahora me desayuné que el hombre, a raíz de la desobediencia de Adán como primer hombre, todas las generaciones tienen la marca de la maldad innata, del egoísmo, soberbia y otras marcas, en mayor o menor medida.

El desconocimiento o falta de Dios en el pensamiento de los clásicos de la sociología y de los creyentes del materialismo histórico y dialéctico, es la causa primigenia  del error original del marxismo, pues, al sostener que el hombre nace bueno, intuyen que, educándolo con un pensamiento socialista, cooperativista, solidario e igualitario, la persona será capaz de no imponerse ni explotar a los demás y, consecuentemente, podrá llegar a ser perfecto, es decir la utopía de la sociedad mundial: sociedad perfecta, desarrollada, sin dominación del hombre por el hombre, en consecuencia, sin necesidad de gobierno, porque el hombre será capaz de gobernarse a sí mismo y en perfecta armonía con los demás y con la naturaleza. ¡Lindo verdad! ¿No es precioso el cuento del futuro del hombre? Pues esa utopía se intentó difundir en la intelectualidad izquierdista mundial, aunque, sinceramente, creo que en el fondo, ninguno estaba sinceramente convencido.

Y la prueba la da la misma historia humana en general y del socialismo en particular. Ya mencionamos el caso soviético; ahora sigamos con el segundo experimento socialista: La República Popular China y la experiencia encabezada por Mao Tse Tung que gobernó el país más populoso del mundo por más de treinta años y cuya “revolución cultural” con su “dictadura del proletariado” produjo más de 75 millones de asesinatos políticos durante la vida de este singular líder. Pero este país tuvo un giro post Mao hacia una experiencia capitalista sui géneris: un país, dos sistemas; pero que esencialmente es la hipocresía política más grande del mundo, ya que los líderes sucesores de Mao, “al suave”, se dieron cuenta que su antecesor estaba más perdido que un piojo en una peluca.

Constituyeron áreas regionales de desarrollo donde generaron grandes corporaciones industriales con inversionistas de todo el mundo, operando a la mejor usanza capitalista, con tecnologías de punta hasta convertirse en una potencia económica mundial que compite con los más pintados consorcios capitalistas del mundo y se da el lujo de comprarle la mitad de la deuda externa del propio líder del imperialismo mundial: los Estados Unidos. Esta es la segunda constatación más elocuente del orbe de otro sonoro fracaso socialista mundial; esta vez, en un modelo, dizque diferente al soviético, pero con el mismo error de partida: intentar producir riqueza con economía estatal y colectivizando la producción. En la segunda entrega analizaremos otras experiencias socialistas incluyendo la de Fidel, nuestro emblemático líder latinoamericano, que diremos por qué murió sinceramente equivocado.

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