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Fanatismo y otras aberraciones

Por: Otto Martín Wolf

En sus grados menores (pero que siempre son enormes) se encuentra el fanatismo deportivo.

Un buen ejemplo es lo que sucede con los fanáticos del Real Madrid y los del Barcelona. La rivalidad es tanta que no sólo les interesa que su equipo gane (cualquiera de los dos), también disfrutan cuando el otro pierde, aunque sea con un rival diferente.

Para los del Barza ninguno de los jugadores del RM es bueno, ni aún tratándose de un campeón goleador como CR7, aclamado por el resto del mundo (imparcial, desde luego) y lo mismo sucede al contrario, nadie del Barcelona puede ser bueno, aunque se hable de una maravilla como Messi.

Ese ejemplo vale para todos los equipos de fútbol. Hay gente que no sólo gasta pequeñas fortunas comprando camisetas, bufandas, calcomanías y banderas de su equipo, también están dispuestos a pelear en estadios y en la calle y, en no pocos casos, a matar y morir.

Y, si el fanatismo en el deporte no es suficiente para demostrar lo cerrados que somos los humanos, vamos a un campo un poco más complicado: la política. Ahí las cosas son mucho peores, el fanatismo político ha provocado incontables guerras civiles y conflictos internacionales. Cuando el ser humano toma un color o una bandera política con verdadera pasión, también está dispuesto a matar o morir por la causa, aunque ésta finalmente sea expuesta como errónea.

Tal es el caso de los comunistas de la ex Unión Soviética; aunque se demostró que el sistema no servía para otra cosa que para llevar esclavitud y miseria al pueblo y por tanto se desintegró en cuanto hubo la menor oportunidad, aun así lo añoran y todavía, muchos años después, desfilan melancólicamente con sus banderas cantando lemas desfasados. Nunca dejarán de ser comunistas, a pesar del fracaso del sistema y la doctrina, demostrado durante más de 70 años de privaciones, esclavitud del pueblo y dictadura de la clase dirigente. Aun así seguirán añorándolo hasta la muerte.

Y ahora, señoras y señores, el peor de todos los fanatismos… ya sabe cuál es? Desde luego que sí, precisamente a ese: el fanatismo religioso.

Mire a los miembros radicales del Islam, mire las barbaridades que hacen en nombre de su dios. No soy muy versado en el Corán, pero estoy seguro que Mahoma no predicaba el odio religioso al extremo de matar a todos los “infieles” que pensaran o creyeran diferente.

Aún nosotros, los ateos, no podemos dejar de admirar doctrinas como la de Jesucristo, de hermandad, perdón y caridad, aunque no aceptemos una procedencia divina.

Es sorprendente entonces que, entre aquellos que dicen creer en Cristo como Dios, entre los seguidores de su ejemplo, haya algunos dispuestos a insultar y hasta matar a los que no piensan como ellos. Su fanatismo es tal que olvidan la propia esencia de la doctrina pacifista.

Constantemente soy víctima de ese fanatismo, todo el tiempo me salen por ahí fanáticos locos que, a fuerza de improperios y amenazas, de insultos y vulgaridades, quieren convencerme a la fuerza de que lo que ellos creen es la única verdad o, en su defecto, recetarme el supuesto fuego del infierno.

La “Santa” Inquisición mandaba al aceite hirviendo o a la hoguera a todo el que no creyera como ellos (yo no hubiera durado ni media hora en esos tiempos).

Su fanatismo les hacía torturar y matar en nombre de un dios que una vez dijo “amaos los unos a los otros”.

Lo mismo sucede en la actualidad con algunos de sus fanáticos seguidores.

Definitivamente el fanatismo religioso es el peor de todos.

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