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Evolución… aquí y ahora!

Por: Otto Martín Wolf
La evolución, desde un simio semejante  a un mono hasta el hombre actual, tomó millones de años, no ocurrió  de la noche a la mañana.
Por eso, debido a que es un proceso muy lento, para algunos es muy difícil aceptar que se evoluciona contantemente, ya que son cambios sutiles, imposibles de apreciar en nuestro tiempo de vida.

Proceso lento para la impaciencia humana, pero lo cierto es que la naturaleza no tiene ninguna prisa y que puede esperar durante mucho tiempo para producir cambios en las especies.
Pero, precisamente para los impacientes, esos que quisieran ver que a un mono se le cae el pelo y empieza a hablar en el acto, para los que desean ver resultados instantáneos, existe una forma sencilla, rápida e irrefutable de probar la evolución.
Semillas mejoradas genéticamente producen más café o maíz. Naranjas y manzanas injertadas resultan en nuevas especies; más grandes, más sabrosas y más abundantes.
Nuevas variedades de pollos, producto de la mezcla de varias razas, alimentación especial, vacunas y toda clase de “trucos” científicos, han producido pechugas y muslos más grandes, ponedores de huevos también más grandes y aves con más resistencia a enfermedades.
El hombre ha provocado  “evolución” en  las vacas para que produzcan más leche y más carne y, también, para que lo hagan más rápido.
El ser humano ha creado vacunas, eliminado enfermedades como la poliomielitis, sarampión y otras. El empleo de antibióticos para combatir las infecciones, el avance de la nano cirugía, trasplantes, creación de órganos artificiales y “piezas de repuesto”, el desarrollo de células madre; todo eso ha hecho que evolucionemos hacia una expectativa de vida mayor.
Evolución pero artificial, dirán los pocos escépticos que todavía puedan quedar después de leer lo anterior.
Pero hay muchos otros casos en que se ha producido evolución sin utilizar ningún medicamento o recurso científico y ha sido de manera acelerada, veamos cómo.
Hace diez mil o más años un asustado cavernícola se refugió en su cueva para protegerse de una tormenta. Dentro, con una fogata improvisada y los ojos bien abiertos, vigilaba la entrada por la posible llegada de animales salvajes. En determinado momento una loba, quizá cargando un cachorro entre sus dientes y, también, buscando protección, se aproximó a la caverna.
El hombre la miró con recelo, listo para defenderse. Ella, con ojos de madre preocupada, no avanzó hacia adentro, se quedó al borde, donde el agua no caía con tanta intensidad.
Hombre y loba velaron hasta que el sueño los venció.
Con la salida del sol el animal abandonó el lugar primero, pero luego regresó atraída quizá por el olor de las sobras de algún alimento dejado por el hombre y el recuerdo de la seguridad que encontró la noche previa.
La loba aprendió que cerca del hombre había protección y comida, así que la noche siguiente regresó, acercándose un poco más, pero con la cola entre las piernas, demostrando sumisión.
Esta vez el hombre le arrojó algún hueso o desperdicio, los cuales la loba comió agradecida. Más tarde, cuando algún otro animal amenazó con entrar, la loba le mostró sus dientes y rugió ferozmente, alejándolo.
Ya está! El hombre modificó (evolucionó) a los lobos hasta convertirlos en perros guardianes y “firmar” un trato entre especies: Yo te alimento y vos me cuidás.
Ese lobo original dio paso a las miles de razas de perros que existen en la actualidad, unas “diseñadas” para cuidar, otras como compañía, otras de adorno.
O, quizá, el lobo hizo evolucionar al hombre hasta convertirlo en quien lo cuida, mantiene, vacuna, acaricia, alimenta, saca a pasear y limpia sus desperdicios.
Eso, amigos y amigas, incrédulos o fanáticos religiosos, es una prueba irrefutable de que la evolución es real y que, a veces, se puede producir en forma instantánea.
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