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Esta voluntaria inoperancia

Julio Raudales

Es alucinante comparar los hechos de nuestro diario acontecer con la mitología de cualquier época, ya que los ímpetus de la imaginación humana ayudan a entender lo cerca que estamos unos de otros y lo mucho que podemos aprender de ellos.

Pensar, por ejemplo, que los dioses nos hicieron de maíz para que tuviésemos el corazón de la tierra como relata el Popol Vuh, imaginar al invencible Hércules en su camino hacia el parnaso, destruyendo hidras y matando leones, ¡En fin! abrazar la dulce esperanza de una comarca habitada por Hobbits, modestos, serenos y pacíficos, donde todos viven para sí y no hay conflictos.

Pero nadie abrazó de forma tan certera la realidad de la sociedad humana utilizando la mitología como lo hizo Thomas Hobbes, el ilustre filósofo británico que, en los albores del siglo XII, tuvo la osadía de comparar al estado, esa ficción que domina a la gente con la excusa de generar orden social, con un horripilante monstruo bíblico, que, sin piedad, fagocita nuestras pertenencias y, en la mayoría de los casos, atropella la libertad para enclavar en el poder a sus tenedores.

En el “Libro de Job”, Leviatán es un animal monstruoso de cuya boca salen llamas, de sus narices humo y sus estornudos encienden los rincones de la tierra. Hobbes compara al monstruo horripilante con el autoritarismo y los abusos de quienes detentan el poder para sacar provecho de él en nombre del orden social y esta comparación tan certera nos ayuda a entender la importancia de “atar” al leviatán con inteligencia, si es que queremos mejorar la convivencia en el planeta.

Lo sucedido en lo que va del mes de enero de este 2023, es una buena muestra de lo crucial que es para la sociedad hondureña aprender a atar a Leviatán. Esta tarea no es fácil, sobre todo si no contamos con una sociedad organizada y atenta a lo que hacen sus autoridades, así que lo que prima es trabajar para lograrlo.

La aprobación tardía del presupuesto general sujeta, según muchos, a oscuras negociaciones en torno a los procesos alternos de elección de magistrados a la Corte Suprema de Justicia, el Fiscal del Ministerio Público, así como la manutención de canonjías crematísticas, denota el atraso y la inmadurez con que la clase política administra el erario y decide sobre nuestras vidas, sin que exista una brida que le alinee por el camino en la búsqueda del bien común.

Mire usted, las cosas se han podrido tanto en la administración pública, que ahora resulta natural y hasta necesario, que los gremios de empleados sean quienes presionen en las calles para que se “apruebe el presupuesto en donde irá su incremento salarial”.

Es decir, que no es la inversión ni los servicios o siquiera el buen funcionamiento de las oficinas lo que nos moviliza, sino la ardiente necesidad de un aumento salarial, por encima de cualquier criterio de productividad y mejora en la prestación de dichos servicios.

Es decepcionante apreciar cómo, un tema tan manido como este y su aprobación continúe llenando titulares y envaneciendo los nervios de la población. Si el retraso deviniera de un debate fecundo entre legisladores, funcionarios del ejecutivo y ciudadanía, todos constreñidos con el uso eficaz y transparente del dinero para mejorar el bienestar, las cosas quizás marcharían de mejor forma.

El problema es que sabemos lo que hay detrás de esta voluntaria inoperancia y no nos queda más que languidecer mientras nos empobrecemos y sucumbimos a la desesperanza.

Por último, es indispensable denunciar la ausencia supina de un programa de gobierno que le dé sentido al exorbitante gasto que se aprobó y seguramente se ejecutará. “no hay buen viento para un barco que no tiene ruta” decían los antiguos y hoy más que nunca se hace indispensable enrumbarnos. Aun no es tarde, pero debemos aprender a exigir. ¡Los dueños somos nosotros! y nadie hará por los hondureños lo que solo a nosotros corresponde.

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