Por: Otto Martin Wolf
Creo que todos sabemos que el primer hombre que caminó sobre la Luna fue Neil Armstrong, en 1969.
Lo que casi nadie sabe es el nombre de los otros 11 astronautas que lo hicieron posteriormente.
Algunos (no muchos creo) sabrán que el primer hombre en escalar el Monte Everest fue Edmund Hillary. El segundo en lograrlo, en la misma expedición y apenas unos pasos detrás, fue Tensing Norgay de Nepal, dato que es ignorado por casi todo mundo.
Aunque el neozelandés Hillary cortésmente declaró que su victoria en realidad era de todo el equipo (más de cincuenta personas que quedaron cien metros debajo de la cumbre), la verdad que fue él quien pasó a la historia.
Siempre ha habido gente que se lanza a peligrosas aventuras con tal de ser el primero en lograr algo.
Charles Lindbergh fue el primero en volar sin escalas de New York a Paris, conquistando celebridad mundial instantánea. Después de él lo han hecho miles, que por siempre permanecerán ignorados.
Aunque Mathew Webb, un inglés, fue el primero en cruzar a nado el Canal de la Mancha allá por 1875, casi nadie lo conoce, como tampoco a las decenas que lo han hecho posteriormente.
Unos pocos han sido los primeros en lograr algo sin proponérselo, como el actual presidente de los Estados Unidos, el primer afro descendiente en alcanzar esa posición, o Colón, quien murió sin saber que había sido el primer europeo conocido en llegar al nuevo mundo.
Hay muchos que han fracasado o muerto al intentar ser los primeros en lograr algo; comerse 50 huevos de una sentada, llegar a los Polos Norte y Sur, huir de la antigua prisión de Alcatraz, visitar todos los países del mundo.
Por qué es importante ser el primero en algo? Por qué para algunos se convierte en una obsesión que les trastorna la vida? Será el deseo de ganar notoriedad mientras viven o, quizá, el de figurar en la historia?
Y por qué es importante pasar a la posteridad, que la gente recuerde el nombre? Acaso unas estatuas conmemorativas o la mención en los libros de historia hará diferencia para el que ya murió?
De qué sirve a un milenario faraón egipcio que una pirámide casi eterna lleve su nombre? Qué diferencia hará para su deshidratada momia?
Ninguna, como tampoco para aquél desconocido hombre prehistórico que quizá quiso dejar la huella de su paso por la vida con unos dibujos rupestres en una caverna de la bella Francia, en la zona llamada Cromañón,
Nada de lo que hagamos de primeros en vida (mucho menos de segundos) -y por lo cual se nos pueda recordar- servirá para prologar nuestra existencia ni un instante después de muertos, si acaso el recuerdo entre desconocidos de lo que hicimos y que quizá –y sólo quizá- aprendan nuestro nombre en los libros de historia, si acaso llegamos a estar en ellos.
Es posible que para algunos, cierta clase de retos personales no tengan nada que ver con ser recordados, son cosas que necesitan lograr porque sí. Quizá éstos son más sinceros ya que su “enemigo” no es el anonimato eterno, nada del orgullo de ser recordados por siempre, sólo la necesidad de lograr algo.
Cada uno puede proponerse lo que quiera, por las razones que sólo a él le importen y no tiene que dar explicaciones a nadie.
Desde mi punto de vista nada de todo eso tiene un valor real, en la mayoría de los casos puede ser vanidad de vanidades, simple ego.
Sin pecar de falsa modestia, considero más importante ser reconocido en vida como alguien no muy tonto y que jamás le hace daño a nadie conscientemente.
Los demás pueden aspirar a ser recordados en la eternidad aunque eso –repito- no le conceda un segundo más de vida a nadie.