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Ernesto Custodio Espinoza

Por. Thelma Mejía

Se fue en el tiempo de cuaresma, en una de las épocas de mayor reflexión, dejando a sus amigos—aparte de sus seres queridos—un inmenso vacío porque fue un hombre leal, de esos que peleaba por uno, que hacia la llamada oportuna en el momento correcto y que ofrecía su enorme sonrisa y el abrazo solidario cuando menos se esperaba.

Así era Ernesto «Neto» Custodio, el hijo menor del doctor Ramón Custodio López, un eterno defensor de los derechos humanos, amado por unos, odiado por otros, pero un gran hombre que renunció a tener el mejor laboratorio clínico de Honduras para entregarse a defender la vida de los demás y sembrar en este país la semilla de los derechos humanos y el respeto a la dignidad y a la vida. Un gran sacrificio para la sociedad de un país, hasta cierto punto ingrata.

Cuando escucho o leo algunos pseudorevolucionarios denigrar al doctor Custodio y querer dar cátedra de derechos humanos luego de venir de una reunión de directorio de sus negocios particulares para sellar sus ganancias de capital, recuerdo la miseria humana de la que me hablaba doña María Elena, la esposa del doctor.

En esa travesía que emprendió el doctor Custodio, llena de virtudes y también de imperfecciones como todo ser humano, le acompañó Neto, un joven discreto que estaba atrás de su padre, cuidándole y protegiéndolo a su manera. Conocedor como su padre de los laberintos en que se mueve el poder, Neto no era una persona que gustaba figurar, prefería la prudencia y la distancia. Y cuando actuaba, lo hacía como un buen ajedrecista.

Así lo conocí en mi época de reporteo de los años ochenta. Era el «amigo peleón» con quien tuve desde las más agrias hasta las más bellas discusiones. ¿Qué dice la señora?, me increpaba cuando me llamaba o nos veíamos para tomar un café.

La última vez que le visitamos con los colegas Orfa Mejía y Robert Marín, se puso contento, preguntando por el resto de los periodistas «congelados» como nos decía. Y nuestra respuesta para él era: mejor congelados que derretidos. Y eran carcajadas las que nos salían. No siempre compartía las posiciones políticas de Neto pero aprendimos a respetarnos y hacer prevalecer la amistad por encima de las divergencias.

Creo que esa es la mayor cualidad de los pocos y selectos amigos que tengo: el respeto a nuestras diferencias. Mis amigos son parte de mi riqueza porque como dice el doctor Custodio, con ellos uno puede degustar una tortilla caliente con queso o mantequilla como si fuese el más rico de los manjares, un gusto que no todos se pueden dar también en este país: el gusto de la sinceridad, de lo cierto y de lo verdadero.

Monchito,su hermano, Norma, su esposa, y los hijos de Neto fueron para nosotros, sus amigos periodistas, extensión de esa amistad cómplice que construimos.

Como nosotros, ellos también están devastados. En mi caso, ya no tengo con quién pelear. Escribir sobre él, me provoca una enorme tristeza y un profundo dolor, porque me parece injusto hablar de un joven talentoso que luchó hasta el final, al grado de darnos valor a quienes nos costaba saber que en una llamada o en una visita nos estábamos despidiendo.

Descansa buen amigo, que como bien dijo el sacerdote en tu misa, fuiste llamado por nuestro Señor en tiempos de cuaresma para cumplir sin duda otra misión especial. Allí en ese paraíso celestial te esperan tus seres que se adelantaron; aquí en el mundo de los vivos, tu recuerdo seguirá marcando la ruta de tus amigos. Que Dios este contigo.

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